Tan cerca y a la vez tan lejano, este país del norte de África ha alimentado durante siglos la imaginación del viajero occidental. Y no es de extrañar, porque si hay algo verdaderamente característico de este lugar es el mundo de contrastes y sensaciones que despierta en todo aquel que decide adentrarse en sus ciudades, explorar sus pueblos y empaparse de una cultura fuertemente anclada en la tradición y que desde siempre se ha caracterizado por su exquisitez y refinamiento. Y de ello saben mucho los españoles, que durante ocho siglos asistieron al espectacular esplendor de ciudades como Córdoba, Sevilla, Granada o Toledo, sólo por citar unos cuantos ejemplos emblemáticos de lo que supuso en España la presencia musulmana. Marruecos es sobre todo un viaje al mundo de los sentidos. Es dejarse atrapar por la fuerza del color de una puesta de sol, por los embriagadores olores de las especias, por el dulce sabor de un reconfortante té a la menta, por los sonidos bulliciosos de sus zocos o las canciones de las mujeres y hombres bereberes que traen el eco del desierto, es sentir el tacto de la seda y los más delicados tejidos... En definitiva, es abandonarse a la fascinación que despierta un país capaz de ofrecer al mismo tiempo al viajero la magia de África y lo más refinado de Europa (no hay que olvidar la importante influencia francesa en Marruecos durante la época del protectorado).
Y dicho esto, le proponemos una ruta donde tienen cabida las más variadas propuestas; desde las maravillosas playas de Agadir, pasando por la tradición bereber de una ciudad como Taroudant, el encanto bohemio que rezuma Essaouira hasta llegar a las maravillas que encierra una ciudad como Marrakech.
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