Un placer que se repite, si cabe con mayor intensidad, en una de las joyas del litoral atlántico marroquí: la hermosa ciudad de Essaouira, cuyo antiguo nombre, Mogador, evoca ya todo el atractivo y encanto de una ciudad que tienen a gala haber sido meta e inspiración para muchos artistas occidentales (Orson Welles encontró en ella el escenario perfecto para rodar algunos de los dramáticos planos de Otelo) y todo aquel viajero en busca de libertad y tranquilidad. Fenicios, romanos, cartagineses, portugueses, franceses han dejado su huella en esta ciudad, arropada por unas magníficas murallas que se asoman al mar, una perfecta atalaya para poder contemplar una maravillosa puesta de sol.
Pasear por entre las calles de su medina, flanqueadas por casas encaladas de blanco y puertas y ventanas pintadas en color azul, y por pequeños talleres de artesanos, entrar en alguna de sus numerosas galerías de arte o sentarse en alguno de sus agradables cafés es una delicia. Curiosamente, lo que hoy se puede admirar de Essaouira es obra del sultán Sidi Mohammed Ben Abdallah y del arquitecto francés Theodore Cornut, que en 1765 se propusieron convertir a la antigua Mogador en una de las ciudades comerciales más importantes de Marruecos. De hecho, durante muchos años Essaouira fue uno de los puertos de libre comercio entre Tombuctú y Europa. Después de unos años en los que pareció adormecerse, volvió a resurgir gracias al movimiento hippy y a uno de sus más ilustres huéspedes, el músico Jimy Hendrix, que quedó prendado de su belleza y se encargó de difundir en los ambientes londinenses las bondades de este rincón marroquí.
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