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    Y así, entre bosques con alma de meiga y aldeas de piedra y musgo, el Camino va desgranando sus últimos kilómetros hacia el lugar donde un pastor de nombre Pelayo creyó ver, hace casi 1.200 años, un campo de estrellas.
    En torno a ese lugar creció primero una pequeña iglesia, después una basílica y, más tarde, una ciudad única en el mundo. Santiago, de la que Gonzalo Torrente Ballester dijo: «No lo olvidéis; sólo quienes conserven el poder de asombrarse entren en Compostela».

    La ciudad del apóstol, la que creció en círculos concéntricos de espiritualidad en torno a la tumba del hijo de Zebedeo, es la meta, la fantasía hecha piedra. Peregrinos de todo el mundo y todas las épocas han puesto en peligro sus vidas para alcanzar el Pórtico de la Gloria de su catedral y orar allí ante lo que Luis Carandell definió como una «leyenda convertida en Historia».

    La Catedral de Santiago de Compostela.
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