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    Al cruzar el Puente Fitero y entrar en la provincia de Palencia, la línea del Camino pierde definitivamente los relieves. Sin embargo, si el paisaje palentino niega a los viajeros la alegría visual de otros tramos, el arte acumulado en sus pueblos es razón suficiente para deleitarse en esta tierra áspera y dura, Frómista, Carrión de los Condes o Villalcázar de Sirga, por citar tres ejemplos, son el exponente máximo del románico palentino.
    La iglesia de San Martín, en Frómista, es para muchos el más delicado trabajo que los canteros románicos legaron al Camino.

    En Sahagún, ya en la provincia de León, los sillares de piedra dejaron paso al más humilde ladrillo de adobe en la construcción de templos para perpetuar así un estilo propio conocido como románico pobre.
    Sahagún fue el Cluny español del Medievo, pues aquí instaló esta orden francesa uno de sus principales complejos monásticos, del que apenas queda un gran arco y una de las torres, además de la estela de un pasado glorioso muy volcado con los viajeros a Compostela.

    San Martín de Frómista, en Palencia.
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