Dos pueblos y dos ciudades andaluzas que tal vez no conozcas

Secretos de Osuna y Antequera que tal vez ni te suenen y dos encantadores caseríos, Zuheros y Alájar. Cada uno para un fin de semana.

por hola.com

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Zuheros, un pueblo de cuento
Blanco como la leche y la nieve, Zuheros es un lugar encantador, ejemplo perfecto del pueblo andaluz. Desde lo lejos llama la atención por tres cosas: por la blancura nívea de su caserío, arracimado en torno a un barrio medieval que conserva la trama original de sus calles y esquinas; por la altivez de su castillo palaciego encaramado en el centro el pueblo y por las aristas montañosas y los pedregales calizos que, a modo de telón de fondo, la respaldan y esconden en sus entrañas una cueva prehistórica, la de los Murciélagos, de excepcional valor por sus pinturas rupestres. Lo más sensato en Zuheros, puerta de entrada a la comarca cordobesa de la Subbética, es caminar sin prisa y perderse por la madeja de empedradas calles que peinan el barrio viejo, decoradas con casonas dieciochescas, entrar en su iglesia de los Remedios, en su museo de Costumbres y Artes Populares y asomarse a su desfiladero rocoso, que queda a un lado, y por el que se precipitan las aguas del río Bailón.

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Alájar, aromas de castaño
Hay un pueblo al norte de la provincia de Huelva, oculto entre montañas y valles cerrados, donde hace muchos años un hombre sabio se retiró a meditar. Mediaba el siglo XVI cuando por orden del rey Felipe II el sabio y teólogo Benito Arias Montano decidió huir del mundanal ruido y recluirse en un desierto distante y apartado de los ruidos y las tentaciones. Eligió Alájar, un pueblecito perdido en las escarpaduras de la Sierra de Aracena donde, en una covacha abierta en una peña, dedicó años a estudiar las Sagradas Escrituras. Sobre la peña mandó construir una pequeña ermita a Nuestra Señora de los Ángeles que hoy aún sigue abierta como santuario de devoción mariana. A su llamada comenzaron a llegar otros eremitas que ocuparon el resto de cuevas de la peña. Consagrados al rezo, al ayuno y al estudio, aquellos anacoretas alimentaron con su retiro la leyenda de Alájar como uno de los lugares eméritos de la llamada Andalucía mágica.
En la actualidad, Alájar vive de aquel mito y del encanto explícito de su paisaje y su resumido caserío, declarado conjunto histório artístico. Llegar a él no es fácil. Requiere del empeño del viajero que ha de sortear curvas y pendientes por estrechas carreteras de montañas que dejan atrás bosques de castaños y nogueras, riachuelos, encinares y alcornocales atiborrados de bellotas que ceban al cochino ibérico, cuyos jamones y chacinas constituyen la quintaesencia de la gastronomía andaluza.

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Osuna y sus Ribera secretos
Osuna ha sido una ciudad mimada por la historia. Fue romana y árabe, pero sus mejores páginas comenzó a escribirlas durante el renacimiento y el barroco, cuando los duques de Osuna se convirtieron en mecenas y protectores de artistas. Así que allá por el siglo XVI se convirtió en epicentro del arte y del saber y eso derivó con los años en la construcción de un conjunto de deslumbrantes edificios que en la actualidad la han llevado a ser una ciudades más monumentales de la provincia de Sevilla y de Andalucía. Así que habrá que ir descubriendo paso a paso sus avenidas señoriales y plazas públicas donde asoman palacios barrocos, muchos de ellos hoy museos, restaurantes y hoteles con encanto, su plaza Mayor, encrucijada de caminos hacia las iglesias y conventos que salpican la ciudad baja y, sobre todo, lo que domina desde un altozano su silueta: la Universidad -centro de enseñanza superior desde 1548, año en el que abrió sus puertas, hasta 1824, cuando las cerró para siempre- y, sobre todo, la iglesia de Nuestra Señora de la Asunción, conocida popularmente como La Colegiata. Un cofre de tesoros cuyo mejor secreto es la colección de lienzos realizados por José de Ribera que guarda. Un conjunto de piadosas telas de acusado misticismo barroco pintadas por El Españoleto, que ahora cuelgan en las capillas de la iglesia y llevan el nombre de El Calvario, El Martirio de San Sebastián, El Martirio de San Bartolomé, San Jerónimo, San Pedro Penitente y El ángel del Juicio. Sublimes, sin duda.

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Y que salga el sol por Antequera
Antequera, la ciudad blanca y la Alcazaba sobre ella, se divisa desde cualquier punto, como un destino que resume todas las miradas. Rodeada de yacimientos que evidencian su origen romano, es, sin embargo, síntesis de la mejor arquitectura religiosa y civil del XVII y del XVII. Aunque desde lo lejos, a tenor de los campanarios que salpican los barrios viejos de la ciudad, se diría que Antequera es un relicario religioso por su catálogo de iglesias, monasterios y ermitas, esa sensación es verdad solo es en parte, ya que al lado de esos templos, la ciudad construyó una de las más extensas y valiosas nóminas de la arquitectura civil en Andalucía. Entre sus monumentos únicos a los pies de la vieja Alcazaba, la Real Colegiata de Santa María la Mayor, los campanarios barrocos de las iglesias del Carmen, de San Juan y San Pedro, de San Miguel y Santiago, y, especialmente, el palacio de Nájera, prototipo de la gran casona antequerana y hoy museo. Pero Antequera, allí donde se citan las fronteras de cuatro de las ocho provincias andaluzas, también es la ciudad de las leyendas y los amores imposibles, como la que arrastra la Peña de los Enamorados, en la que una princesa árabe y un caballero cristiano decidieron morir antes que sus culturas y sus familias los separaran y que dejó para la historia la célebre frase “Y que salga el sol por Antequera”.

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