|
Atreverse a probar vinos de otros orígenes puede dar lugar a magníficas e inesperadas sorpresas.
|
|
Hoy en día, las tiendas especializadas ponen a nuestro alcance vinos de prácticamente cualquier latitud del planeta.
|
|
Para los amantes del vino, el mundo es afortunadamente amplio y diverso: los placeres no se acaban en la bodega del pueblo, ni tampoco en la extensísima lista de referencias nacionales. Hoy la sorpresa puede esconderse en una botella de vino francés, argentino, sudafricano o incluso, ¿por qué no?, de la India.
Ni siquiera el más experimentado de los aficionados puede evitar sorprenderse ante las novedades que propone el panorama vinícola internacional en la actualidad: variedades profundamente identificadas con un clima y una región que ofrecen nuevos matices en un terruño diametralmente opuesto, cepas tradicionales que alcanzan su mejor expresión en una nueva interpretación y zonas vinícolas aún por descubrir representan una fascinante caja de Pandora para el amante del vino.
Por eso, incluso en un país con una producción vinícola tan importante como España, vale la pena atreverse a probar de vez en cuando vinos de otros orígenes. Es una manera de ampliar nuestra cultura enológica y abrir las puertas a sorpresas que pueden marcar para siempre nuestra memoria sensorial. Sin ir más lejos, ¿cómo no internarse en el fascinante mundo del vino francés? Y no hablamos solamente de los prestigiosos vinos de Burdeos, Borgoña y Champagne. En Francia, hay innumerables vinos por descubrir: los sutiles blancos del Loire, con esa rara mineralidad; los complejos riesling y gewürztraminer alsacianos; los suculentos tintos de Madiran o los cálidos dulces de Roussillon, por citar tan sólo algunos.
Lo mismo puede decirse de Italia, con una variedad de regiones y variedades de uva sin parangón, desde los nobles blancos del Friuli, en el extremo norte, hasta los potentes tintos de Sicilia y Cerdeña, pasando por los elegantes Barolos, Chianti, Langhe, Brunellos de Montalcino, etc. Sin salirse de la vieja Europa, el panorama vinícola se enriquece con los blancos alemanes, austriacos y eslovenos y los tintos de mesa o fortificados que se elaboran en Portugal, como los célebres Oportos, que comparten terruño y variedades de uvas con los elegantes tintos del Douro.
Pero el bebedor curioso no debería quedarse en las fronteras del continente europeo. Porque es en el denominado Nuevo Mundo donde el universo vinícola ha ofrecido sus novedades más sorprendentes en las últimas décadas. La revolución empezó por Australia, que en los años ’80 demostró que estaba en condiciones de competir con los mejores tintos europeos; al mismo tiempo, los viticultores californianos se revelaban como un modelo a seguir por los productores de los países con una viticultura más joven. Así, hoy la calidad puede proceder de las Antípodas –los fragantes Sauvignon Blanc de Nueva Zelanda-, del África austral –de los viñedos de Stellenbosch, donde crecen magníficamente variedades como la chenin o la syrah– o del Cono Sur del continente americano, de los valles chilenos de Colchagua, Aconcagua, Maule o Maipo, de la generosa tierra mendocina, en Argentina, o incluso de las suaves colinas que modulan el interior de Uruguay. Estos tres países, encontraron, además tres variedades de uvas que les sirven como estandarte: Chile, la carmenère; Argentina, la malbec; y Uruguay, la tannat.
Pero en estas tierras lejanas no se acaban las fronteras del vino, que poco a poco comienza a colonizar valles en el Líbano, Marruecos, Rumania, Brasil y México. Por lo visto, la producción de esa maravilla que llamamos vino ya no es patrimonio exclusivo de ningún país o continente. Y así, las novedades nos seguirán llegando, para sorprendernos y gratificarnos.
¿Es usted ‘osado’ a la hora de probar nuevos vinos o tal vez opina que los ‘clásicos’ no tienen competencia? PARTICIPE EN NUESTRO FORO DE COCINA
|