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Cataluña

Montblanc, Sant Jordi y el monasterio del Poblet

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Panorámica de la abadía cisterciense de Poblet.

Nave central del templo, erigida en el siglo XII.

Los primeros repobladores cristianos que en los albores del siglo XII comenzaron a instalarse en las fértiles vegas de la Conça de Barberà dormían todas las noches con un ojo abierto, y los que podían, que se consideraban como los más afortunados, con una espada o una lanza al alcance de la mano. Aunque en su mayoría eran rudos montañeses, curtidos en la dura vida del Pirineo, se sentían indefensos ante el temible peligro con el que se enfrentaban un día sí y otro también. Al final, casi todos tuvieron que optar por refugiarse en la única población amurallada de la zona: Montblanc.
El feroz y despiadado ser era un dragón, repugnante mezcla de ave, reptil y fiera, que había sido traído de África, cuando no era más que una cría, por los sarracenos que, hasta la reconquista del conde Ramón Berenguer IV, eran los únicos dueños del territorio.

UN DRAGÓN INSACIABLE
Al ir creciendo, el monstruo alcanzó un tamaño y una fuerza descomunales. Con unas grandes alas de águila que le permitían volar a grandes distancias, escupiendo fuego por la boca y armado con afiladas garras de león y una poderosa cola de serpiente, se dedicaba a devorar los rebaños, con especial predilección por los más tiernos corderos. Al agotar todas las reservas animales, el dragón se plantó frente a Montblanc exigiendo su cuota de carne fresca. Ante el temor de una carnicería indiscriminada, los habitantes de la villa decidieron entregarle cada día a un vecino, elegido por democrático sorteo, para que saciase el apetito de la bestia. La suerte quiso que un día la persona escogida fuera la hija del Rey, ya que la familia real también estaba incluida en tan macabra rifa.

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