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Cataluña

Montblanc, Sant Jordi y el monasterio del Poblet

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El claustro y la fuente, construidos en el siglo XII.

Escalera de acceso al lateral derecho del templo.

Cuando el dragón se disponía a engullir a la bella princesa, entró en escena un aguerrido caballero que, montado a caballo y armado con una larga lanza, hirió de muerte al maligno ani mal. El celado adalid era, nada más y nada menos, que el mítico San Jorge. En el lugar donde se derramó la sangre del dragón brotó al instante un rosal de rosas rojas. A partir de este milagroso acontecimiento, el antiguo militar capadocio —martirizado por abrazar la fe de Cristo— se convirtió en protector de los enamorados catalanes, que desde entonces mantienen la tradición de regalar esta flor a sus amadas.
También en la villa tarraconense de Montblanc —que luce con orgullo el recinto amurallado mejor conservado de toda Cataluña— se conmemoran estos hechos legendarios con la celebración de la Semana Medieval de la Leyenda de San Jorge, que, claro está, coincide con el 23 de abril, día de Sant Jordi.

EL «DRACUM NOCTE»
Durante dos fines de semana consecutivos, la capital del Barberà revive su pasado y se engalana con los viejos estandartes señoriales. Sus habitantes celebran, vestidos a la antigua usanza medieval, una fiesta en la que destacan las representaciones de las escenas cotidianas de aquella época, un mercado medieval, una representación de juglares, una cena medieval multitudinaria, el «Dracum Nocte» —con mucho fuego y muchos seres malignos—, la escenificación de las Cortes Catalanas, celebradas en la propia villa en 1307, y, sobre todo, el macroespectáculo de la leyenda de San Jorge.

No es casualidad que a un paso de Montblanc y a espaldas de la sierra de Prades se alce uno de los monasterios más importantes de Cataluña y de toda Europa: Santa María de Poblet. Regentado por los cistercienses desde su fundación, a comienzos del siglo XII, por el conde Ramón Berenguer IV, muy pronto se convirtió en panteón real de la Corona de Aragón. Entre las leyendas que encierran sus muros —por su valor histórico y artístico, el monasterio ha sido declarado Patrimonio de la Humanidad por la Unesco— destacan la de que se fundó gracias a la salvación milagrosa de un monje del mismo nombre, la protagonizada por el poderoso Felipe II, al que los monjes no reconocieron su autoridad real, y la que contó Gustavo Adolfo Bécquer en sus famosas Leyendas. En la titulada El beso recoge lo sucedido a unos soldados franceses del quinto regimiento de húsares, que durante el saqueo del monasterio pintaron unos burlones bigotes a unos guerreros esculpidos en el claustro. Los militares napoleónicos sintieron en sus propias carnes el filo de las espadas pétreas de las afrentadas esculturas.

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