¿A quién no se le han puesto, como se dice vulgarmente, los ‘pelos de punta’ viendo las imágenes de los encierros de San Fermín? Quizás sea una de las imágenes más universales de unas fiestas, los sanfermines, que se han convertido en uno de los principales reclamos turísticos de Pamplona (o Iruña, en eusquera). De hecho, los sanfermines están consideradas ‘Fiestas de interés turístico internacional’.
Todos los años, entre el 6 y el 14 de julio, Pamplona se viste con sus mejores galas para celebrar por todo lo alto la festividad de su Santo Patrón, San Fermín, y la ciudad se convierte por unos días en la capital de la juerga y de la alegría de vivir. Encierros, corridas de toros, procesiones y toda clase de espectáculos se suceden en una semana de vértigo que pone a prueba la resistencia de la enorme cantidad de gente que se anima a vivir de cerca unas fiestas en las que es imposible asistir como mero espectador. Además, como ciudad abierta y hospitalaria, todo el que viaja a Pamplona durante estas señaladas fechas tiene la impresión de sentirse como en su propia casa.
En un principio esta fiesta, cuyo origen se pierde en la noche de los tiempos, se celebraba en el mes de octubre, sin embargo, con el paso de los años se trasladó al mes de julio, un tiempo climatológicamente más propicio.
El hecho de que los sanfermines sea una de las fiestas de España más conocidas internacionalmente se debe, sin duda alguna, al gran escritor norteamericano Ernest Hemingway, que supo trasladar magistralmente el ambiente de la ciudad y, sobre todo, ese coqueteo del hombre con la muerte cuando se pone delante de un toro, en una novela imprescindible publicada en 1926, que aquí en España se tituló Fiesta (en inglés, The Sun Also Rises). El Premio Nobel quedó hechizado por la ciudad y su presencia en los sanfermines se repetiría durante muchos años. Incluso, como enamorado del mundo de los toros, entabló amistad con grandes maestros del toreo como, por ejemplo, Antonio Ordóñez.
El pistoletazo de salida lo marca el denominado ‘chupinazo’ (txupinazo), el cohete que anuncia las fiestas. Acudir a este acto es un verdadero espectáculo. Miles de personas se apiñan en la Plaza del Ayuntamiento y esperan con ansiedad a que el alcalde o la alcaldesa, cuando el reloj marca las 12 del mediodía, diga las palabras mágicas: “Pamploneses, viva San Fermín, gora San Fermín” al tiempo que resuena el estruendo de la pólvora y, sobre todo, los gritos de entusiasmo de la gente allí congregada.
Emoción a raudales
Los encierros podrían ser considerados uno de los momentos más espectaculares de los sanfermines y los que en realidad han dado popularidad internacional a esta fiesta pamplonica. Y no es de extrañar, la imagen de cientos de mozos corriendo delante de las astas de los toros (animales que pueden llegar a pesar 600 kilos) es verdaderamente impresionante. Se celebran desde el día 7 al 14 y comienzan a las 8 de la mañana, después de que los arriesgados participantes se encomienden a la imagen de San Fermín, colocada en Santo Domingo y adornada con un sinfín de pañuelos de las diferentes peñas.
En total se recorren 800 metros (desde el llamado Corral del Gas hasta llegar a la plaza de toros, pasando por calles de nombres tan conocidos como Mercaderes, cuesta de Santo Domingo o Estafeta) y la carrera suele durar entre dos y tres minutos, pero es tan intensa y peligrosa que, verdaderamente, cuando termina todo el mundo que participa siente la satisfacción de seguir vivo. Además de posibles cornadas y pisotones, el peligro está en el elevado número de corredores que participan y en el hecho de que algún toro quede suelto y se dé la vuelta. En fin, que correr los encierros de Pamplona no es ninguna tontería, hay que saber hacerlo y no cometer insensateces.
Es evidente que las personas que acuden a Pamplona durante estas fechas van con el claro objetivo de disfrutar del ambiente festivo de los sanfermines: bares, pubs, locales de copas, restaurantes, tabernas, sociedades gastronómicas son los lugares más frecuentados, pero si logra hacer un hueco (después de haber dormido, claro está, las horas suficientes), puede dar un paseo por la ciudad, paso obligado del Camino de Santiago, para conocer alguno de sus rincones más emblemáticos.
Pamplona es una ciudad muy asequible a la que es posible ir andando a todos los sitios. La mayor parte de sus monumentos se concentran en el Casco Viejo. Merece la pena darse una vuelta por el Paseo de Sarate para ver los restos románicos de la iglesia de San Nicolás, el monumento a los fueros y la audiencia. En la Plaza del Castillo, centro neurálgico de la ciudad, se puede disfrutar de una típica plaza con soportales y quiosco en el centro. Antiguamente fue utilizada como plaza de toros.
Junto a esta plaza se alza el Palacio de la Diputación. Además de la Catedral, donde conviven los estilos neoclásico y gótico, tampoco ha de perderse la Iglesia de San Cenín, una construcción gótica de aspecto fortificado, la Iglesia de San Lorenzo, que alberga la imagen de San Fermín (siglo XV), o la Iglesia de Santo Domingo, detrás del Ayuntamiento. También hay edificios barrocos dispersos entre sus calles, por ejemplo, el Museo de Navarra, el Ayuntamiento o el Palacio Ezpeleta. Y si le apetece un poco de descanso, nada como perderse en alguno de sus jardines, como el de La Taconera.
Una vuelta por las calles de la Estafeta o San Nicolás o por los alrededores de la Plaza del Castillo, le servirán para comprobar la fama de los pinchos y tapas de Pamplona. Y si quiere, como es lógico y natural, seguir prolongando la noche, una de las mejores zonas podría ser el barrio de San Juan, rey de la movida nocturna de la ciudad. En definitiva, Pamplona ofrece multitud de atractivos, el problema, seguramente, será elegir. Y eso si consigue llegar ‘entero’ a entonar el día 14 de julio, a las doce de la noche en la plaza del Ayuntamiento, el ‘Pobre de mí’. Es el momento en que, oficialmente, se dan por concluidas las fiestas de San Fermín... pero sólo hasta el próximo año.