Un cuadro turquesa y blanco con el Mediterráneo de fondo
Altea es casi como un emblema de la Costa Blanca. Aupado sobre una colina, entre la sierra de Bernia y el mar, este viejo pueblo de pescadores en ahora nido de artistas y solaz de veraneantes.
En el principio era el mar. Y una sierra de estaño, de playas lechosas y luz blanca. El Mediterráneo en una de sus versiones más puras y transparentes. Esa luz alba y ese mar han sido el imán que no ha cesado de atraer admiradores a la bahía que se arquea entre el Peñón de Ifach y Benidorm, aunque fueron los árabes, posiblemente, quienes acuñaron el nombre de ese poblado vigía de los mares: Altea, atalaya.
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Aún quedan, bien restauradas, dos atalayas o torres vigía del cordón de vigilancia: la Torre de la Galera y la de Bellaguarda. Protegen de cerca al recinto amurallado de tiempos medievales, que hubo de ser reforzado en el siglo XVIII, un siglo de vacas gordas para Altea. Aunque el cinto de murallas se ha desdibujado con los años, siguen en pie las dos puertas principales, el Portal Nou y el Portal Vell. Franqueando sus umbrales, callejuelas empinadas y bien empedradas ascienden hasta una suerte de acrópolis donde estuvo el castillo, y se alza señera la parroquia del Consuelo, con sus dos cúpulas azules de cerámica vidriada, robándole brillos al mar. Todavía llaman los del pueblo “la muralla” al mirador de la plaza, desde el que se ve el fornet, o sea, el casco antiguo. Un pueblo blanco, de sabor morisco, con casas encaladas, flores en sus muros y balcones y barrios laberínticos que fueron de labradores o pescadores.
Ahora, el cogollo, lo más codiciado de Altea, podría incluso decirse que lo más chic. Porque este pueblo mediterráneo casi emblemático que hasta los años sesenta del pasado siglo había mantenido un censo discreto, en las últimas décadas ha llegado a cuadruplicar su población. El turismo hizo que el pueblo creciera hacia las playas, que los bloques lamieran la colina original como una espuma irrefrenable. Ese dinamismo tuvo también sus ventajas: algunos espíritus refinados le echaron el ojo a este refugio. Vinieron pintores como Benjamín Palencia, o el alemán Eberhard Schlotter, que da nombre a una Fundación-museo en el centro del pueblo. También escritores, como Alberti (antes había estado Blasco Ibáñez) y otros paisanos que ilustran calles y plazas. Y editores: Altea da nombre a dos editoriales; una de ellas convoca un Premio Altea de Novela que se entrega en el Palau Altea, flamante centro cultural en un repecho de la colina, atisbando el mar desde lo alto. Además, muchos bajos del casco viejo son ateliers de artistas o artesanos, y la Facultad de Bellas Artes de la Universidad Miguel Hernández se aloja en un antiguo liceo.
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El mar, siempre a mano. El carrer del Mar y el carrer Sant Pere corren paralelos hasta el puerto y la lonja de pescadores, donde cada tarde se subastan las capturas del día. Peces que irán a parar a coquetos restaurantes que por las noches sacan sus mesas a aceras y terrazas, y crean con velas y detalles un ambiente encantador. Por el día quienes tientan son las playas: la de la Roda, a los pies mismos del pueblo, con l'Isleta emergiendo a unas cuantas brazadas; la de Cap Negret, de guijarros negruzcos, que va del río Algar hasta la cala del Soio; luego la playa de l'Olla y la cala solitaria de la Barra... Playas y calas trenzadas como refugio imbatible contra el acoso de los tiempos. El final sigue siendo lo que era al principio: el mar.
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GUÍA PRÁCTICA
DÓNDE DORMIR
Meliá Altea Hills Resort (solmelia.es). Sobre el puerto deportivo se ubica este complejo de lujo de estilo neo morisco. Habitaciones tipo suite con vistas a la playa.
Sh Villa Gadea (hotel-villa-gadea.com). Estancias con glamour, piscinas y un centro de salud y bienestar de más de 2.000 m2 de superficie.
Tossal D’Altea (hoteltossalaltea.com). La esencia de un antiguo molino de aceite en un hotel de trato personalizado y encanto mediterráneo. También cuenta con un interesante restaurante.
La Serena (hoteleslaserena.com). Hotel-boutique con una decena de habitaciones modernas, de tonos cálidos.
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DÓNDE COMER
Racò de Toni (restauranteracodetoni.com). Platos autóctonos de perfil tradicional y otros de toque innovador.
Oustau (oustau.es). Cocina de clara influencia francesa innovadora e inspirada en los grandes clásicos del cine. En el pueblo antiguo.
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Altea
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Aún quedan, bien restauradas, dos atalayas o torres vigía del cordón de vigilancia: la Torre de la Galera y la de Bellaguarda. Protegen de cerca al recinto amurallado de tiempos medievales, que hubo de ser reforzado en el siglo XVIII, un siglo de vacas gordas para Altea. Aunque el cinto de murallas se ha desdibujado con los años, siguen en pie las dos puertas principales, el Portal Nou y el Portal Vell. Franqueando sus umbrales, callejuelas empinadas y bien empedradas ascienden hasta una suerte de acrópolis donde estuvo el castillo, y se alza señera la parroquia del Consuelo, con sus dos cúpulas azules de cerámica vidriada, robándole brillos al mar. Todavía llaman los del pueblo “la muralla” al mirador de la plaza, desde el que se ve el fornet, o sea, el casco antiguo. Un pueblo blanco, de sabor morisco, con casas encaladas, flores en sus muros y balcones y barrios laberínticos que fueron de labradores o pescadores.
Ahora, el cogollo, lo más codiciado de Altea, podría incluso decirse que lo más chic. Porque este pueblo mediterráneo casi emblemático que hasta los años sesenta del pasado siglo había mantenido un censo discreto, en las últimas décadas ha llegado a cuadruplicar su población. El turismo hizo que el pueblo creciera hacia las playas, que los bloques lamieran la colina original como una espuma irrefrenable. Ese dinamismo tuvo también sus ventajas: algunos espíritus refinados le echaron el ojo a este refugio. Vinieron pintores como Benjamín Palencia, o el alemán Eberhard Schlotter, que da nombre a una Fundación-museo en el centro del pueblo. También escritores, como Alberti (antes había estado Blasco Ibáñez) y otros paisanos que ilustran calles y plazas. Y editores: Altea da nombre a dos editoriales; una de ellas convoca un Premio Altea de Novela que se entrega en el Palau Altea, flamante centro cultural en un repecho de la colina, atisbando el mar desde lo alto. Además, muchos bajos del casco viejo son ateliers de artistas o artesanos, y la Facultad de Bellas Artes de la Universidad Miguel Hernández se aloja en un antiguo liceo.
El mar, siempre a mano. El carrer del Mar y el carrer Sant Pere corren paralelos hasta el puerto y la lonja de pescadores, donde cada tarde se subastan las capturas del día. Peces que irán a parar a coquetos restaurantes que por las noches sacan sus mesas a aceras y terrazas, y crean con velas y detalles un ambiente encantador. Por el día quienes tientan son las playas: la de la Roda, a los pies mismos del pueblo, con l'Isleta emergiendo a unas cuantas brazadas; la de Cap Negret, de guijarros negruzcos, que va del río Algar hasta la cala del Soio; luego la playa de l'Olla y la cala solitaria de la Barra... Playas y calas trenzadas como refugio imbatible contra el acoso de los tiempos. El final sigue siendo lo que era al principio: el mar.
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DÓNDE DORMIR
Meliá Altea Hills Resort (solmelia.es). Sobre el puerto deportivo se ubica este complejo de lujo de estilo neo morisco. Habitaciones tipo suite con vistas a la playa.
Sh Villa Gadea (hotel-villa-gadea.com). Estancias con glamour, piscinas y un centro de salud y bienestar de más de 2.000 m2 de superficie.
Tossal D’Altea (hoteltossalaltea.com). La esencia de un antiguo molino de aceite en un hotel de trato personalizado y encanto mediterráneo. También cuenta con un interesante restaurante.
La Serena (hoteleslaserena.com). Hotel-boutique con una decena de habitaciones modernas, de tonos cálidos.
DÓNDE COMER
Racò de Toni (restauranteracodetoni.com). Platos autóctonos de perfil tradicional y otros de toque innovador.
Oustau (oustau.es). Cocina de clara influencia francesa innovadora e inspirada en los grandes clásicos del cine. En el pueblo antiguo.