Friburgo, la ciudad suiza de los puentes
Una escapada para urbanitas a esta ciudad suiza que es símbolo de convivencia entre culturas y cuenta con uno de los centros históricos medievales mejor conservados de Europa.
En la ciudad de Friburgo es tan normal escuchar hablar en dos idiomas diferentes como cruzar de uno a otro lado los hasta quince puentes que unen las dos orillas del Sarine. Y es que el río que la baña, ejerce como Röstigraben, la frontera lingüística y cultural entre la zona francófona y la alemana de esta ciudad que da nombre a la región de Friburgo. Una escultura de bloques de piedra representa cada una de ellas, mientras los puentes son símbolo de conviviencia entre ambas culturas.
Una vez situados en esta ciudad de Suiza ubicada en un promontorio rocoso y rodeada de acantilados de hasta 50 metros de altura hay que ir descubriendo paso a paso la herencia de la que fue una de las ciudades medievales más grandes de Europa, fundada en 1157 por el duque Bertholdo IV de Zähringen. De la muralla de dos kilómetros de extensión que protegió a la ciudad en aquella época, aún se pueden contemplar algunas torres y otros restos de un gran bastión. Mientras a lo largo del paseo van apareciendo las más de 200 fachadas góticas del siglo XV que hacen del casco antiguo de Friburgo un lugar encantado y encantador. Caminar por él, donde todavía es posible escuchar a las personas mayores, el bolze, un dialecto que mezcla francés y alemán, es formar parte de un cuento único en el que uno pasa a ser el protagonista.
Así se llega a la catedral de San Nicolás y a la capilla de Loreto, los dos edificios que disfrutan de las mejores panorámicas de la ciudad. A la catedral hay que entrar para admirar sus vidrieras, las medievales y también las de la nave central, estas últimas construidas por los artistas Jósez Mehoffer y Alfred Manessier entre finales del siglo XIX y principios del XX que muestran desnudos y fueron presentados durante la Exposición Internacional de París con gran éxito, a pesar de la polémica que generaron. Pero, sobre todo, para subir los 368 escalones de la escalera de caracol que llevan a lo alto de su torre campanario, desde cuyos 74 metros de altura las vistas no tienen parangón.
Tras salir del templo y asomarse, a la izquierda, a la famosa ‘calle de los Esposos’, en la que una inscripción recuerda a los hombres recién casados que “la libertad ha terminado”, el paseo continúa en dirección a la capilla de Loreto, de aire italiano de la época barroca, cuya terraza brinda una impresionante panorámica de los acantilados y del casco histórico de Friburgo.
Más allá, hay que subir en el centenario y legendario teleférico desde el casco antiguo de Friburgo, situado en la parte baja de la ciudad, hasta el barrio de Neuveville, donde se encuentran amplias zonas de paseo en la parte alta; conocer la animada ciudad universitaria, una minimetrópoli cosmopolita donde abundan las tiendas pequeñas, los cafés para estudiantes y los restaurantes con ofertas locales y extranjeras; y también degustar auténticas exquisiteces en restaurantes con estrellas Michelin o con muchos puntos dentro de la guía Gault &Milleau a precios más competitivos que en otras regiones suizas, que bien sabido es que los ciudadanos de Friburgo son auténticos sibaritas en el arte de la gastronomía.
Los amantes del buen gusto tienen una cita obligada con el Espace Jean Tinguely et Niki de Saint Phalle, ubicado en un antiguo depósito de tranvías. Resulta sin duda el mejor homenaje que la ciudad podía hacerle a su máximo embajador en el mundo del arte. Para familias, pasar por el museo de Títeres o el museo de Historia Natural y hasta merece la pena hacer una excursión a la abadía de Hauterive, un monasterio cisterciense fundado en 1137, antaño también destino de etapa en el Camino de Santiago.
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