Por qué Gywneth Paltrow está enamorada de Talavera de la Reina
Planes para exprimir en una escapada la ciudad española preferida de la actriz estadounidense.
A Gwyneth Paltrow le gusta España. Está claro. Y si no, ahí están las imágenes de sus últimas vacaciones familiares en Mallorca o su testimonio en la serie de televisión Spain… on the road hablando de su pasión por la cocina española para demostrarlo. Pero si la actriz estadounidense siente debilidad por un lugar ese es Talavera de la Reina, donde vivió durante un intercambio cuando solo tenía 15 años y con el que guarda desde entonces un vínculo especial, de ahí que la ciudad le otorgara en 2003 el título de Hija Predilecta y de que pueda convertirse en realidad el rumor de que Gyneth Paltrow y su marido estén buscando casa en ella. Hacemos una escapada a esta localidad toledana, con numerosos atractivos para una agradable escapada.
Visitar la mejor colección de cerámica
Talavera es la ciudad de la cerámica por méritos. La exhaustiva colección que encierra el Museo Ruiz de Luna, ubicado en antiguo convento de San Agustín, es el mejor testimonio de esta tradición de siglos. Hay piezas de todas las épocas, formas y colores, desde las de reminiscencia mudéjar del siglo XVI o una serie polícroma del siglo XVII, época de oro de la cerámica talaverana. Además de una sección con soberbias muestras de alferería y tinajería.
Deambular por la plaza del Pan
Así llamada porque en los tiempos de hambruna se instalaba en ella el despacho municipal de pan, está decorada con bellos azulejos del ceramista local Ruiz de Luna y ha sido durante siglos el centro vital de la ciudad. Aquí se encuentra el antiguo Ayuntamiento, con fachada renacentista, en el que ejerció como alcalde el bachiller Fernando de Rojas, autor de La Celestina, y la Colegiata de Santa María, en cuyo claustro, entre gárgolas y animales fantásticos, reposan sus restos.
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Entrar en la Capilla Sixtina de la Cerámica
Así se conoce a la basílica del Prado por la abrumadora decoración de azulejos de los siglos XVI al XX que posee. Se divide en tres grandes grupos: los frisos de las naves laterales, el retablo de San Antón y los púlpitos en el crucero, junto con los azulejos de la sacristía. También de interés los mosaicos del pórtico y el jardín en el que se ubica el templo, de aliento romántico, donde tampoco falta la decoración cerámica en la Casa de los Patos y la Fuente de las Ranas, de Ruiz de Luna.
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Pasear por la ribera del Tajo
La margen derecha del río a su paso por Talavera es uno de los paseos ineludibles que arranca en el parque de la Alameda. Son varios kilómetros de sendero donde disfrutar de la naturaleza que se complementa con el parque periurbano de la otra orilla. Desde este espacio se pueden observar el cauce del río Tajo a su paso por la ciudad, los puentes que lo cruzan – especialmente el puente Viejo, también llamado Romano, el de Hierro o de la Reina Sofía y el más moderno de Castilla-La Mancha- y paralelos al curso fluvial, los restos del recinto amurallado.
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Perderse por el mercado medieval de San Jerónimo
El primer sábado de cada mes las calles del casco antiguo se llenan de puestos donde se muestran oficios artesanales y circulan músicos ambulantes, malabaristas, zancudos, tragafuegos…, todo para revivir el ambiente medieval de una histórica ciudad de ferias. La próxima cita, el 1 de marzo, de 11 a 21 horas.
Comprar dulces en el convento de las Madres Bernardas
Más allá de los paneles de azulejos de su iglesia y del sepulcro del cardenal Gil de Albornoz que acoge este convento barroco, hay que acercarse a él para comprar sus famosos dulces y llevárselos a casa como recuerdo. Para los que quieran seguir la ruta de los conventos tendrán que continuar por el de las Madres Carmelitas Descalzas de San José, el de San Benito (Madres Benitas) y el de Santo Domingo o colegio de la Compñía de María.
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En busca de sus torres albarranas
En las calles de Carnicerías, Corredera del Cristo (en cuyo interior se aloja la capilla del Cristo de los Mercaderes) y Charcón se conservan estas torres levantadas en el siglo XIII que aparecen en el escudo de Talavera y son testimonio de por qué la ciudad era considerada como una de las ciudades más seguras durante siglos.
Disfrutar de la fiesta de las Mondas
El martes de Pascua, una semana después de la Semana Santa, Talavera sorprende con estas fiestas que se pierden en el origen de los tiempos. Por las calles, primero, y luego delante del altar de la Virgen del Prado en su ermita, talaveranos y comarqueños ofrecen a la virgen, como antaño lo hicieran a la diosa Ceres, los primeros frutos de un campo generoso.
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Talavera es la ciudad de la cerámica por méritos. La exhaustiva colección que encierra el Museo Ruiz de Luna, ubicado en antiguo convento de San Agustín, es el mejor testimonio de esta tradición de siglos. Hay piezas de todas las épocas, formas y colores, desde las de reminiscencia mudéjar del siglo XVI o una serie polícroma del siglo XVII, época de oro de la cerámica talaverana. Además de una sección con soberbias muestras de alferería y tinajería.
Deambular por la plaza del Pan
Así llamada porque en los tiempos de hambruna se instalaba en ella el despacho municipal de pan, está decorada con bellos azulejos del ceramista local Ruiz de Luna y ha sido durante siglos el centro vital de la ciudad. Aquí se encuentra el antiguo Ayuntamiento, con fachada renacentista, en el que ejerció como alcalde el bachiller Fernando de Rojas, autor de La Celestina, y la Colegiata de Santa María, en cuyo claustro, entre gárgolas y animales fantásticos, reposan sus restos.
Entrar en la Capilla Sixtina de la Cerámica
Así se conoce a la basílica del Prado por la abrumadora decoración de azulejos de los siglos XVI al XX que posee. Se divide en tres grandes grupos: los frisos de las naves laterales, el retablo de San Antón y los púlpitos en el crucero, junto con los azulejos de la sacristía. También de interés los mosaicos del pórtico y el jardín en el que se ubica el templo, de aliento romántico, donde tampoco falta la decoración cerámica en la Casa de los Patos y la Fuente de las Ranas, de Ruiz de Luna.
Pasear por la ribera del Tajo
La margen derecha del río a su paso por Talavera es uno de los paseos ineludibles que arranca en el parque de la Alameda. Son varios kilómetros de sendero donde disfrutar de la naturaleza que se complementa con el parque periurbano de la otra orilla. Desde este espacio se pueden observar el cauce del río Tajo a su paso por la ciudad, los puentes que lo cruzan – especialmente el puente Viejo, también llamado Romano, el de Hierro o de la Reina Sofía y el más moderno de Castilla-La Mancha- y paralelos al curso fluvial, los restos del recinto amurallado.
Perderse por el mercado medieval de San Jerónimo
El primer sábado de cada mes las calles del casco antiguo se llenan de puestos donde se muestran oficios artesanales y circulan músicos ambulantes, malabaristas, zancudos, tragafuegos…, todo para revivir el ambiente medieval de una histórica ciudad de ferias. La próxima cita, el 1 de marzo, de 11 a 21 horas.
Comprar dulces en el convento de las Madres Bernardas
Más allá de los paneles de azulejos de su iglesia y del sepulcro del cardenal Gil de Albornoz que acoge este convento barroco, hay que acercarse a él para comprar sus famosos dulces y llevárselos a casa como recuerdo. Para los que quieran seguir la ruta de los conventos tendrán que continuar por el de las Madres Carmelitas Descalzas de San José, el de San Benito (Madres Benitas) y el de Santo Domingo o colegio de la Compñía de María.
En busca de sus torres albarranas
En las calles de Carnicerías, Corredera del Cristo (en cuyo interior se aloja la capilla del Cristo de los Mercaderes) y Charcón se conservan estas torres levantadas en el siglo XIII que aparecen en el escudo de Talavera y son testimonio de por qué la ciudad era considerada como una de las ciudades más seguras durante siglos.
Disfrutar de la fiesta de las Mondas
El martes de Pascua, una semana después de la Semana Santa, Talavera sorprende con estas fiestas que se pierden en el origen de los tiempos. Por las calles, primero, y luego delante del altar de la Virgen del Prado en su ermita, talaveranos y comarqueños ofrecen a la virgen, como antaño lo hicieran a la diosa Ceres, los primeros frutos de un campo generoso.
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