Espejismos en el Salar de Uyuni, una porción extraterreste de la Tierra
En el Altiplano boliviano, a unos 200 kilómetros de la ciudad de Potosí, este lugar lleva muy a gala ser el desierto de sal más extenso y más alto del planeta, con sus 3.600 metros por encima del nivel del mar. Durante su época de lluvias las aguas que cubren su corteza blanca se convierten en un espejo, y así no hay quien distinga dónde acaba la tierra y dónde comienza el cielo.
Como en las latitudes polares, el Salar de Uyuni está forrado por una gran capa blanca, pero no gélida ni resbaladiza, sino formada por toneladas y toneladas de sal cuarteada, que alfombran una extensión que supera la de todo el Principado de Asturias: una explanada de paisajes lunares que abarca 12.000 kilómetros cuadrados, nada menos, en los que cuesta distinguir el cielo de la tierra, sobre todo en época de lluvias, cuando una fina capa de agua convierte su superficie en un espejo en el que se reflejan las nubes, el cielo, y también las elevaciones peladas que se yerguen de cuando en cuando sobre esta llanura surrealista de soledad y fuerza, en la que se desdibuja el horizonte y el todoterreno, sin apenas puntos de referencia, parece flotar sobre un espejismo perpetuo.
La visita al cementerio de trenes de la ciudad de Uyuni envuelve ya de entrada en un aire de perplejidad, de fin del mundo y última parada, el comienzo de una ruta que prosigue por Colchani o Puerto Seco, un pueblo a orillas del salar en el que las familias se esmeran en el secado, molido y embolsado de la sal de una forma tan rudimentaria y tan tosca que la sensación de atemporalidad sigue en aumento. A partir de allí, el mar de sal va despachando otros alicientes, como curiosear por alguno de los hoteles levantados en la zona con exclusivamente bloques de sal o, ya en medio de su inmensidad, en la llamada isla del Pescado, una elevación florecida de cáctus gigantes y centenarios que interrumpe la belleza monótona de estos paisajes y ejerce como oasis y mirador de excepción sobre la desolación de este desierto blanco.
Si solo se trata de una incursión de un día al salar habrá de regresar entonces a la ciudad de Uyuni, antes de que caiga la noche y la oscuridad se confabule con el hecho de que no existan carreteras para despistarnos. Quienes hayan decidido, sin embargo. cruzarlo de medio a medio tienen ante sí dos o tres días más para seguir empapándose de sus silencios, recalando por otros insólitos prodigios de esta porción tan extraterrestre de la Tierra a medida que se avanza hacia San Pedro de Atacama, ya en Chile, en una de las rutas más habituales que se tejen por estos pagos. Extrañas formaciones rocosas entre los pueblos fantasma del altiplano y todo un ecosistema volcánico presidirán estos días de ruta, salpicados por paradas imprescindibles como las fumarolas de los géiser del Sol de la Mañana, los baños en aguas termales y las también saladas Laguna Colorada, por la que revolotean los flamencos, y la bellísima Laguna Verde, con sus colores cambiantes a los pies del volcán Licancabur.
GUÍA PRÁCTICA
Cómo llegar
La agencia especializada en rutas de aventura Viatges Tuareg (tuaregviatges.es) propone un viaje de 13 días del Salar de Uyuni a las lagunas y volcanes de Sud Lípez por alrededor de 1.300 € para las salidas de julio-agosto y de 975 € para las de septiembre y octubre.
Dónde alojarse
La zona no cuenta con apenas infraestructura turística ni hoteles lujosos, aunque desde luego sí extravagantes, como los construidos con bloques de sal. Uno de ellos es el hotel Luna Salada (www.lunasaladahotel.com.bo), en el pueblo de Colchani, a las puertas del salar.
Cuándo ir
Entre julio y noviembre, durante la temporada seca, ya que las lluvias del resto del año –a pesar de las increíbles ilusiones ópticas que provocan en el salar– pueden impedir el acceso a muchas zonas. En cualquier momento será preciso llevar ropa de abrigo, ya que la altitud hace que llegue a hacer mucho frío.
Cerca del Salar no te pierdas…
-El cogollo colonial de Sucre, la capital histórica de Bolivia, a unos 200 kilómetros del salar y, a mitad de camino, Potosí, ambas Patrimonio de la Humanidad.
-La feria de Tarabuco, a 65 kilómetros de Sucre, la más colorida de esta parte de los Andes, a la que la población indígena acude a abastecerse con su vestimenta tradicional.
-La Reserva Nacional de Fauna Andina Eduardo Avaroa, que limita con Argentina y Chile, con su impresionantes naturaleza de volcanes y lagunas.
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