48 horas en… Lisboa o cómo vivir un sueño atlántico

Puede que sean sus entrañables tranvías, o esa inmensa luz marítima que lo invade todo. Quizá el romanticismo de sus palacios desvencijados, el ambiente popular de sus barrios laberínticos o el recuerdo de las hazañas ultramarinas. Hay algo intangible en la capital lusa: un estado de ánimo que contagia al visitante.

por MIRIAM QUEROL

VIERNES

BARRIO DE ALFAMA (3 h)
Todas las ciudades albergan un monumento, museo o parque que queda grabado en la mente del viajero, una imagen que rápidamente asocia al destino. No ocurre esto con Lisboa. El poso que deja es mucho más sentimental. Lo que recordará será su luz, su aire decadente, la brisa atlántica, el olor a ropa tendida en sus callejuelas angostas, la verdadera mezcla de la tradición del hogar y la cultura contemporánea. Esta poderosa personalidad se percibe más que en cualquier otro lugar, en la Alfama, el barrio, de origen árabe, más antiguo de la ciudad.

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Es difícil indicar itinerarios para recorrer este laberinto de callejas, pasadizos, miradores y plazoletas, porque su encanto reside en perderse. Solo así es posible sentir, entre el ambiente aletargado y marinero, la dulce saudade, esa reconfortante melancolía que se canta en los fados. Sirvan unas cuantas pistas de brújula para extraviarse, recién llegado al corazón de Lisboa. Es un clásico subirse al tranvía número 28, que une, como si de una poesía se tratara, el cementerio de los Placeres con la calle Necesidad. Este tranvía recorre, desde Chiado a Graça, los monumentos más significativos, como la Sé y el castillo de São Jorge, que flanquean el barrio. Una parada en el mirador de Santa Luzia, a mitad de trayecto, permite contemplar los tejados de la Alfama mientras se toma un café en la agradable terraza.

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Bajando, uno puede toparse con tradicionales tabernas de generosa cocina, como Barracão de Alfama, cerca del Museo del Fado; originales locales como el café del centro cultural Chapitô, que ocupa una antigua cárcel a los pies del castillo; o el moderno restaurante Bica do Sapato, propiedad de John Malkovich. Después de la cena el barrio entona su mejor repertorio en clásicas casas de fado como el Clube de Fado, junto a la catedral, A Baiuca, junto al Museo del Fado, Taverna del Rey, A Severa, Nono o Adega Machado. Un consejo: si se pide vinho verde, que sea tirado a presión.

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SÁBADO

BAIXA-BARRIO ALTO (8 h)
Al día siguiente se puede comenzar la jornada en la Baixa, zona comercial y de negocios con tiendas de ropa, vendedores de lotería, limpiabotas y un ambiente de trasiego. Un paseo desde el puerto, a espaldas de la plaça do Comercio, que exhibe uno de los empedrados más característicos de la ciudad, hasta el Rossio, centro neurálgico, permite apreciar la reconstrucción de Lisboa tras el terremoto de 1755, con calles rectas en contraste con los serpenteantes barrios medievales. Es un clásico tomar un café en el modernista Nicola, en Rossio. Para comer, Casa do Alentejo, restaurante situado en un palacio del siglo XVII con patio árabe, ofrece unas buenas migas con tocino.

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A pocos pasos, el elevador de Santa Justa, un precioso ascensor diseñado por un discípulo de Eiffel, conecta Baixa con el lujoso barrio de Chiado. Aunque sea solo para curiosear, hay que visitar alguno de los elegantes y míticos establecimientos que pueblan las principales calles —Carmo, Garrett y Chiado—: la exquisita Casa Havaneza, sofisticada tienda decimonónica de puros y complementos reformada en los 60, la peletería estilo años veinte Ulisses o la Ourivesaria Aliança, con valiosas joyas antiguas, son ejemplos del buen gusto de este barrio que fue reconstruido por Álvaro Siza después del incendio de 1988. El mítico café A Brasileira, que frecuentaba el poeta Pessoa, es testigo de que en el Chiado se vive el mismo aire intelectual y distinguido que en el pasado.

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Si aún no ha atardecido, el Barrio Alto —a pocos minutos en el elevador da Glória desde Chiado—, con calles empinadas donde se encuentran tiendas de diseño junto a palacios en ruinas, aún estará adormecido. Es una delicia despedir la luz lisboeta desde el mirador de santa Catarina, con una vista espléndida del río Tajo y el puente 25 de Abril, que recuerda al Golden Gate de San Francisco. Si es con una caipirinha o un zumo de sandía en la mano, mejor. Solo hay que pedirlo en el café Noobai, punto de encuentro cultureta donde también se puede picar algo. Al caer la noche en el Barrio Alto, las hordas de jóvenes deambulan de bar en bar —uno en cada esquina— hasta las tantas. Un poco apartado del barullo se esconde el Pabellón Chinese, con una abigarrada decoración de juguetes antiguos y luces rojas que transporta a la mágica atmósfera de Lewis Carroll.

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DOMINGO

DE MUSEOS-BELÉM (9 h)
Los amantes del arte contemporáneo quizá quieran dirigirse al Centro Cultural de Belém, un espacio público de arte y actuaciones que se ha convertido en punto de referencia de la cultura en Lisboa. Está situado a pocos metros de los monumentos más significativos de la Edad de Oro de Portugal: la Torre de Belém y el monasterio de los Jerónimos, las mejores muestras del estilo manuelino. Casi tan visitada o más que la torre es la pastelería Casa dos Pasteis de Belém, en funcionamiento desde 1834. La ‘culpa’ de las largas colas que se forman la tienen los irresistibles pastéis de nata, los más celebrados de Lisboa. Si se piden para llevar, hay que tomarlos frente al Atlántico, en el Padrão dos Descobrimientos, monumento en homenaje al imperio ultramarino portugués mandado construir por el dictador Salazar. Representa un barco a punto de zarpar y es un buen ejemplo de la arquitectura fascista.

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Una alternativa a la ‘excursión’ a Belém, a 20 kilómetros del centro —una hora en el tranvía número 15—, para quienes ya lo conocen y buscan algo diferente, es una travesía por el Tajo en ferry o cacilheiro, como lo llaman los lisboetas, hasta Cacilhas, pedanía de Lisboa que ofrece no solo una vista cabal de la ciudad, desde el otro margen del río, sino también un genuino ambiente marinero. Hay un paseo agradable por el muelle Cais do Ginjal, donde quizá algún pescador esté guardando los aperos, que acaba en un moderno ascensor llamado Boca do Vento, que permite subir a lo alto del acantilado. En el camino se pasa por un par de restaurantes que ofrecen una magnífica cocina y mejores vistas. Desde aquí ya se echa de menos Lisboa. Quizá invadidos por la inevitable saudade que provoca la lejanía.

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GUÍA PRÁCTICA

CÓMO MOVERTE
Las siete colinas de Lisboa dificultan los paseos a pie. Por eso, lo mejor es moverse en los coloridos y renqueantes tranvías. La ciudad también dispone de metro. El tráfico es bastante engorroso, por lo que es mejor dejar el coche en un parking. Hay abonos de transporte y también se puede solicitar en la oficina de turismo la Lisboa Card, que incluye transportes y museos.

DÓNDE DORMIR
El Solar dos Mouros (solardosmouros.com), en Alfama, tiene vistas al castillo y al Tajo, y un agradable jardín. También en la Alfama, el Solar do Castelo (solardocastelo.com) ocupa un palacio del siglo XVIII. El hotel boutique York House (yorkhouselisboa.com), en un antiguo convento carmelita, se ubica al oeste del Barrio Alto, en una tranquila zona. Un clásico del lujo es Ritz Four Season (fourseasons.com/lisbon/), construido en 1959 a orillas del parque Eduardo VII. El Lisboa Regency Chiado (lisboaregencychiado.com) fue remodelado por Siza. Una opción muy recomendable es alquilar un apartamento. Mi casa en Lisboa (micasaenlisboa.com) tiene una buena oferta de alojamientos con vistas y terrazas.

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DÓNDE COMER
Una comida tradicional en Barracão de Alfama (Sao Pedro, 16). Una cena ‘cultural’ en Chapitô (chapito.org). Algo más lujoso, en Bica do Sapato (bicadosapato.com). Cocina de campo, en Casa do Alentejo (casadoalentejo.com.pt). Para picar, Noobai (noobaicafe.com). Para disfrutar de unas vistas diferentes, los restaurantes Atira Te Ao Rio (atirateaorio.pt), con especialidades brasileñas, y Ponto Final, bajo el ascensor Boca do Vento, en Cacilhas.

OCIO NOCTURNO
Las zonas de marcha más populares son Barrio Alto, con gente por la calle hasta la madrugada, y Alfama, donde se escucha fado. En las tabernas es típico beber, además del vinho verde de presión, ginjinha, un licor de cereza. La costumbre de los lisboetas es comenzar la noche en alguna de las terrazas o cafés de los miradores.

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COMPRAS
La Baixa
es la zona más popular de compras, donde se encuentra desde marcas de ropa a lencerías o zapaterías en calles con nombres de gremios. Las tiendas más exclusivas se esconden en Chiado, donde se hallan las mejores antigüedades, complementos y boutiques de moda. También la Alfama está trufada de pequeñas tiendas de antigüedades. Cachivaches y más antigüedades en el mercado Feira da Ladra, en el campo de Santa Clara. Gastronomía y artesanía en el Mercado da Ribeira Nova. Los puestos del mercado de pescado de la calle São Pedro conservan todo el tipismo.