Ocho pueblos con sabor a mar para despedir el verano
Planes para descubrir los puertos pesqueros con más encanto y sabor marinero del litoral.
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1. Peñíscola (Castellón)
La pequeña península de Peñíscola tenía en tiempos remotos un estrecho istmo de arena, que, cuando era cubierto de vez en cuando por el agua, se transformaba casi en una isla. Hoy este pueblo cerrado por murallas se encuentra bien anclado en tierra, como si fuera un gran navío varado en el mar y coronada por un castillo templario que vio envejecer al célebre Papa Luna. Ahora su istmo está siempre seco, invadido por restaurantes, hoteles y recintos del puerto y animado día y noche por los miles de turistas que visitan esta pintoresca población de la comarca del Baix Maestrat.
2. Getaria (Guipúzcoa)
Marinera y cantábrica, Getaria es una villa de rasgos medievales que se asoma a la mar mediante la audacia rocosa de su famoso ratón. Inmersa en uno de los paisajes con mayor personalidad de la costa vasca, su nombre está vinculado al txakolí, ese vino joven, ligero y afrutado que parece ideado para combinar con los pescados, su otro gran reclamo gastronómico.
3. Mundaka (Vizcaya)
En la Reserva de la Biosfera de Urdaibai, Mundaka es un pueblo volcado al mar, trazado mediante estrechas callejuelas, algunas de ellas unidas por pasadizos que desembocan en el diminuto y encantador puerto pesquero. Tampoco faltan en él casonas hidalgas, que conviven con las viviendas de pescadores. Hay una Mundaka invernal, de días tranquilos y discurrir apacible; y otra estival, cuando se convierte en un animado centro de turismo y veraneo y sus calles y playas revientan de gente que rinden culto al baño o al txikiteo en sus bares. Y aún una tercera, otoñal, de marcado carácter deportivo, cuando pasa a ser lugar de reunión de surfistas de medio mundo durante la convocatoria de su famosa ola izquierda.
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4. Cudillero (Asturias)
En Cudillero todas las calles saben a mar. Su típica estampa de pueblo abalconado es difícil de olvidar. Recogido sobre sí mismo, mirando cara a cara las llegadas y partidas de sus barcos, es un pueblo de rincones. Aquí lo importante es saber perderse por sus calles de sube y baja en un busca de un universo propio de olores, colores, sabores y contrastes.
5. Cadaqués (Girona)
Cadaqués es un pueblo blanquísimo. Y también azulísimo. Blanco por sus casas encaladas y azul, el del mar que lo enmarca y al que vive volcada. La combinación de ambos es un cuadro de lo más sugerente, al que se suma su esencia pesquera, las playas de su entorno y el glamour que le aportaron desde el siglo pasado veraneantes tan ilustres como Salvador Dalí. Parada imprescindible en dirección al cabo de Creus donde continuar la ruta hasta la casa-museo de este genial artista en Portlligat.
6. Deiá (Mallorca)
Deslumbrante en la llamada Costa Brava mallorquina, entre el cabo Formentor y la isla Dragonera, Deià es un pueblecito de postal y aromas ancestrales. Morada de artistas y escritores, entre sus calles con casitas de color ocre escalonadas sobre una colina costera se descubre su romántico camposanto, donde una lápida lleva escrito a mano el nombre del poeta y escritor británico Robert Graves, autor de Yo, Claudio. Pero Deià y su renombrada cala, abiertas al azul luminoso del Mediterráneo, también simbolizan la Mallorca exquisita, por donde transitan yates de escándalo y coquetos veleros.
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7. Combarro (Galicia)
Combarro ofrece una de las estampas más típicas de la costa gallega. Recogida entre el mar y la tierra, su puerto pesquero, su singular casco viejo y, sobre todo, su colección de hórreos alineados al borde de la ría son todo un ejemplo de arquitectura popular y del modo de vida marinero.
8. Agua Amarga (Almería)
Una pequeña aldea de pescadores en pleno Parque Natural de Cabo de Gata. Una sencilla definición para un encantador y apacible pueblito donde se viene a disfrutar de la tranquilidad y, sobre todo, de su entorno, con la playa de los Muertos, la cala de Enmedio y el faro de Mesa Roldán en sus inmediaciones.