Venecia bajo la luna

Más allá del Carnaval, la belleza onírica de Venecia resiste invencible a los años, a las modas y a las periódicas amenazas de hundimiento. Cuando el sol se oculta, esta ciudad imposible, alejada de toda lógica, pertenece más que nunca al mundo de las ideas fantásticas y románticas.

por hola.com

No hay nada más reveledor para despertar a la realidad de Venecia que recorrer su sinuosa arteria principal al caer el sol. Los vaporettos o autobuses acuáticos atraviesan el Gran Canal desde la estación de tren de Santa Lucía hasta el puente de Rialto trazando un perfecto zigzag por el corazón de la ciudad. A la hora cambiante del atardecer, el sol tiñe de dorados y rosáceos los palazzos e iglesias que surgen del agua. Es mejor aún cuando oscurece: el hervidero de turistas va desperdigándose por los pequeños canales y los edificios se encienden.

Si aún no se han apagado los últimos rayos de sol al llegar a San Marcos, la vista del atardecer desde el campanario resume la rabiosa hermosura de esta ciudad apoltronada sobre el fango. Abajo, en la plaza, no hay más remedio que aceptar la dulce cruz del turista y compartir las colas y exclamaciones provocadas por esta gran obra bizantina con multitud de personas y similar congregación de palomas. En una esquina de la plaza se esconde el mítico Harry’s Bar, donde es imprescindible probar su famoso Bellini, un goloso cóctel a base de vino, champán y zumo de melocotón que engatusó a grandes artistas –y bebedores- como Charles Chaplin, Orson Welles, Truman Capote o el ubicuo Hemingway.

Mucho más sosegado es el atardecer desde lo alto de la iglesia de San Giorgio Maggiore, al otro lado, en la isla de La Giudecca. En cualquier caso, hay que abandonar los alrededores de San Marcos para disfrutar del ambiente misterioso de la noche veneciana, mucho más intenso en un silencioso trayecto en góndola por los minúsculos callejones acuáticos.

Uno de los mejores lugares para perderse es el barrio o sestiere de Dorsoduro, donde se encuentra la fábrica de góndolas más antigua de la ciudad, Squero di San Trovaso, con abundantes y sugerentes establecimientos donde tomar un aperitivo de Campari o disfrutar de una cena romántica. El bar restaurante La Piscina, a pie del canal de Giudecca, ofrece ambas opciones. Merodenado por la maraña de calles que desembocan en canales se llega hasta la deliciosa plaza –que aquí se llaman campi- de Santa Margherita, donde se ubica el bar de cócteles Margaret Duchamp.

La fatídica Fenice, abrasada en dos ocasiones, también resiste, como el resto de la ciudad, a los años y las penurias. Reabrió en 2003 y desde entonces programa espectáculos de primera. No hay mejor escenario que éste, en pie desde finales del siglo XVIII, para escuchar una ópera italiana o una obra de Wagner, el gran compositor enamorado de Venecia que murió en el Palazzo Vendramin Calergi. A orillas del Gran Canal, este palacio del año 1500, con las típicas galerías, alberga desde finales del siglo XIX el glamouroso Casino, que durante años trasladaba su sede en verano al Lido, otro sugerente destino nocturno.

Situada a 10 kilómetros de Venecia, la playa del Lido es uno de los lugares más cinematográficos de la ciudad gracias a la magistral obra de Visconti Muerte en Venecia, que se rodó en el opulento Hotel des Bains, abarrotado durante la Mostra de estrellas de Hollywood y otros profesionales del cine. Fue en este hotel donde Thomas Mann, que escribió la novela en la que se basa la película, sucumbió a la belleza adolescente del joven Tadzio después de pasar un tórrido verano en la playa.

Venecia no es una ciudad que se prodigue especialmente en marcha nocturna, excepto en fiestas señaladas. La mayor y más recurrente es el archiconocido Carnaval, fiesta de todas las fiestas desde el siglo XVII, con un aire intrigante y exquisito. Uno de los bailes de máscaras más lujosos es Il Ballo del Doge, que se celebra en el Palazzo Pisan Moretta. El afortunado que, tras pagar las estratosféricas entradas, participe de estos fastos al exceso podrá ver en plena acción los trajes elaborados por Antonia Sautter, encargada de diseñar las máscaras que se utilizaron en la película póstuma de Stanley Kubrick Eyes Wide Shut. Para el resto de los mortales, su tienda, Maison Sautter, en la calle Frezzeria, ofrece una buena muestra de la exuberancia de la moda del XVIII.

El carnaval hace temer por la salud de los cimientos de la ciudad por el número de curiosos que convoca. Por eso hay que valorar otra fiesta nocturna menos célebre pero quizá más querida por los venecianos: la del Redentor, que se celebra el tercer fin de semana de julio. Esta fiesta que comienza al atardecer y se extiende durante la madrugada, recuerda la terrible epidemia de peste que azotó la ciudad durante el siglo XVI, motivo por el cual los venecianos se encomendaron al Cristo Redentor en la iglesia que mandaron erigir. Durante la noche del sábado la ciudad se ilumina con un espectáculo pirotécnico que miles de vecinos salen a contemplar desde sus embarcaciones al canal de Giudecca. La laguna y el cielo se agitan, y la ciudad demuestra, de nuevo, un prodigio de luces y sombras acuáticas.

GUÍA PRÁCTICA

Cómo ir
Vueling ofrece vuelos directos desde Madrid y Barcelona. Iberia desde Madrid y Ryanair desde Girona. Una manera romántica de llegar a Venecia es en el Venice Simplon Orient Express desde París. Un auténtico lujo.

Dónde dormir
En el romántico Ca Maria Adele, en Dorsoduro; en el cinco estrellas Centurion Palace, junto al museo Punta della Dogana, o en el lujoso Palazzina Grassi, con entrada desde el Gran Canal.

Dónde comer
Da Fiori, en San Polo, es un clásico. El hotel Cipriani ofrece una extraordinaria cocina con vistas en la isla Giudecca. Y en Torcello, el encantador Locanda Cipriani.

Cúando ir
Quien busque fiestas y eventos señalados tome nota de que la fiesta del Redentor es en julio. La Regata Histórica, una antigua tradición en la que participan los mejores gondoleros de la ciudad, se celebra el primer domingo de septiembre. La Mostra de Venecia y la Bienal tienen lugar en septiembre, y el Carnaval, en febrero o marzo. Para evitar la explosión del turismo hay que reservar unos días en enero o en noviembre.

No te pierdas
El legado de Tintoretto, Tiziano, Veronés y otros pintores de la Escuela de Veneica en las colecciones de Galería de la Academia, el Palazzo Ducal y la Scuola Grande di San Rocco, las iglesias de Santa Maria della Salute, Madonna dell’Orto, San Cassiano, San Polo, Santa Maria Gloriosa dei Frari, San Sebastiano, la famosa Ca d’Oro o el hotel Ca’ Barbarigo. El ambiente medieval del mercado de verduras de Erberia y el Campo della Pescaria, junto al puente de Rialto. La huella de artistas decimonónicos como Henry James, que escribió Los papeles de Aspern en el palazzo Barbaro o Robert Brownig en Ca’ Rezzonico, hoy museo de la Venecia del XVIII. Las muestras de arte contemporáneo en la galería Ca’ Pesaro, la colección Peggy Guggenheim, el Museo Palazzo Grazzi, la reforma de Tadao Ando en Punta della Dogana o los vanguardistas jardines del Museo Querini Stampalia. Y, si queda tiempo, una excursión a Torcello, una despoblada isla no tan célebre como Murano o Burano pero que alberga la iglesia más antigua de Venecia, la catedral de la Asunción.

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