Pueblos medievales, un plan perfecto para el fin de semana
Castillos, puentes fortificados, murallas almenadas, callejas de piedra… y también el eco de leyendas y batallas resuenan aún en este puñado de localidades donde el tiempo parece haberse detenido. Hoy son una excelente invitación para pensar en tu próximo viaje.
Alquézar, por tierras del Somontano
Esta villa tan bien plantada de apenas 300 habitantes se alza en el límite de la sierra de Guara. Su armazón es de piedra. Y el coraje para defenderse de los achaques propios de la edad parece que también. En alto queda su colegiata, mitad castillo, mitad templo, al calor de una larga muralla almenada y levantada sobre una antigua mezquita. De su construcción primera queda un torreón y el atrio de la iglesia románica. El claustro cuenta con interesantes capiteles románicos y pinturas murales del siglo XV y junto a él se haya un museo con piezas románicas, góticas y reliquias. El pueblo, abajo, mantiene su antiguo empaque medieval. No faltan en él las esperadas callejas, ni los soportales. Tampoco las casonas con escudos de piedra y nobles portadas. Una vez en Alquézar, no dejes de probar los vinos del Somontano y acercarte al Parque Cultural del Río Vero, que guarda numerosas cuevas con pinturas rupestres.
Albarracín, encanto medieval
No tiene grandes palacios, pero por sus calles corren tantas leyendas como almenas tienen sus murallas. O casi. Una de ellas, la más famosa, cuenta cómo la infanta Doña Blanca de Aragón, que vivió prisionera en la Torre de Doña Blanca, baja en las noches de luna llena a bañarse en el río Guadalaviar, tal cual lo hizo en vida. Su figura etérea y luminosa se ve correr entonces por entre callejas y escarpes hasta llegar a la orilla. Seguir su ejemplo es lo mejor que puedes hacer para admirar este espléndido recinto medieval que guarda el encanto de las calles adoquinadas o los entramados de madera. El acceso al casco antiguo se hace por la plaza Mayor, desde aquí da un poco igual qué camino tomar, porque todos resultan sugerentes. Contemplarás la Catedral, el Palacio Episcopal, el Convento de San Esteban, las iglesias de Santiago y Santa María, además de algunas casas singulares, como la de la Julianeta, la del Chorro y la de la calle Azagra. Y no pierdas la oportunidad de degustar un dulce propio de Albarracín conocido como almohábanas de ben Razin y, en los alrededores, llegar hasta el conjunto de arte rupestre de El Rodeno.
Besalú y su puente de película
La imagen de su puente fortificado, con arcos desiguales y torre defensiva, salvando las orillas del Fluvià no puede ser más elocuente y tiene su mejor fotografía desde el antiguo barrio judío. Situado entre las montañas de La Mare de Deu del Mont y la sierra del Mort, fue lugar militar clave, equidistante de Olot, Girona y Figueras. Como condado independiente conoció sus mejores momentos entre los siglos X al XII, antes de pasar a depender de la casa de Barcelona. Plagado de rincones con sabor a batalla y armadura, la visita a Besalú debes comenzarla por el Prat de Sant Pere, plaza medieval en la que se encuentra la iglesia del monasterio de Sant Pere. Y luego ir de templo en templo: Santa María, de la que sólo queda su cabecera; San Vicente y San Julián. Si entre los edificios civiles destaca el Ayuntamiento, la casa Cornellà o los soportales de la calle Tallaferro, en la judería podrás contemplar una de las singularidades de Besalú: el miqvé, el baño judío medieval de purificación que se encontraría junto a la sinagoga. El Parque Natural de la Zona Volcánica de La Garrotxa son una sugerente excursión para conocer los alrededores.
Daroca, ecos de murallas y milagros
El legado monumental de esta localidad es difícil de igualar. Sus murallas, con casi cuatro kilómetros de almenas y torreones, todavía protegen en su interior más de cincuenta monumentos, muchos de ellos de gran valor artístico. Las puertas principales del recinto son la Puerta Alta y la Puerta Baja y su templo más visitado la iglesia de Santa María, famosa por el milagro de los Corporales. Tendría lugar en el siglo XIII, cuando, en el transcurso de una batalla, aconteció la transmutación de las sagradas formas en sangre. El templo destaca por su Puerta del Perdón, así como por la capilla de los Corporales, en una de sus zonas más antiguas. La laguna de Gallocanta queda próxima.
Frías, guardián del Ebro
Su perfil resulta inconfundible: érase una vez un pueblo a una montaña pegado... y en lo más alto, dominándolo todo, su castillo. Y tan pegado está éste a la montaña que se ajusta a la roca como un guante, como también algunas de las casas que se encuentran próximas. Hoy el bastión de Frías no conserva su paso levadizo, pero desde sus almenas se goza de buenas panorámicas, especialmente del pueblo. Nada lejos queda la iglesia de San Vicente, de factura original románica pero con capillas góticas y renacentistas. La visita a Frías quedaría incompleta sin acercarse hasta el puente sobre el Ebro, armado con una bella torre defensiva. Y si quieres seguir descubriendo el entorno, aquí tienes tres sugerentes propuestas: Tobera, Oña y Medina de Pomar.
Irresistible Morella
Tanto protegen las murallas a Morella que se duda si se levantaron para defender o para encerrar. De ello dan fe sus dos kilómetros y medio de cincho amurallado, sólo traspasable por seis puertas. No es de extrañar que con el paso de los siglos haya generado un aura de invencible. Por supuesto, el coche hay que dejarlo fuera. La plaza de armas del castillo ayuda a entender el por qué de su fama. E impresión igualmente fuerte produce entrar en la iglesia gótica de Santa María. Callejuelas empinadas, casonas, palacetes, museos, un acueducto y más templos completan el menú de la visita. Y si ésta no coincide con su famosa Fiesta del Sexeni, que se celebra cada seis años, conténtate con visitar el museo dedicado a ella. En los alrededores, la plaza Mayor de la localidad de Forcall, merece una visita.
Pedraza, un pueblo de cuento
Amurallada prácticamente en su totalidad, el acceso a esta villa señorial y castellana se realiza por la puerta de la Villa. Junto a ella se sitúa la antigua Cárcel (s. XVI), cerrada en el pasado a cal y canto para los reos y abierta hoy de par en par a la curiosidad del público. De su laberinto de calles sobresale la calle Real, flanqueada de vetustas casonas, camino de acceso hasta la plaza Mayor, destacado atractivo de la villa. Otro es su castillo, que hoy acoge el museo del pintor Ignacio Zuloaga. Y otro más su gastronomía, debidamente reputada gracias a la maestría de sus figoneros en el asado de corderos. Si puedes, organiza tu viaje a Pedraza con tiempo y hazlo coincidir con el Concierto de las Velas, que se celebra en el mes de julio, quedando la villa envuelta en la mágica luz de más de 30.000 teas encendidas. La ruta tienes que continuarla por Sepúlveda, el Parque Natural de las Hoces del Duratón, Sotosalbos –con su templo románico-, y la villa de Turégano.
El laberinto de Ujué
Es Ujué un pueblo aireado, muy aireado. Por sus calles pasean los cuatro vientos y es que Ujué está en alto, sobre un cerro que domina kilómetros de llanuras y Ribera, en el extremo oriental navarro. Por fuera se ve como un pueblo apiñado en torno al templo fortaleza de Santa María que lo corona, y por dentro como un laberinto de callejuelas estrechas y empedradas, bien servidas de escudos y portalones. El templo guarda el corazón de Carlos II, el Malo, rey de Navarra y benefactor del santuario. En los alrededores debes visitar: San Martín de Unx, Olite y el Monasterio de la Oliva.
Urueña, vigía de Tierra de Campos
Es la única población completamente amurallada de la provincia de Valladolid. De hecho, gracias a ese cinto protector ha conseguido navegar sobre turbulentos siglos de luchas y refriegas, para permanecer donde está: en un excepcional balcón sobre la inmensa llanura de Tierra de Campos. Tienes que subir a sus almenas y contemplar desde la puerta de la Villa la ermita de la Anunciada, único ejemplo de arquitectura lombarda que puede verse y tocarse en Castilla y León. La mejor hora, como casi siempre, es la de la caída del sol. Tres citas más has de anotar en tu ruta: la iglesia de Santa María del Azogue, el Museo Etnográfico Joaquín Díaz y el Museo de las Campanas. Y no te pierdas en las proximidades, el Monasterio de la Santa Espina y la basílica mozárabe de San Cebrián de Mazote.
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