Reservada, discreta y en muchas ocasiones tímida, pero con una mirada tan dulce y penetrante que en ocasiones podrían llegar a derretir el mismo polo norte, la princesa Charlene acudió ayer junto al príncipe Alberto de Mónaco a la ceremonia de graduación de la Cruz Roja.
Charlene estaba deslumbrante. Acertó con su peinado, un sencillo recogido con la raya a un lado, acertó con su maquillaje, suave, natural y brillante, e impacto con la elección de su vestuario, un vestido en blanco y negro con un original estampado. De manga corta, cuello redondeado y corte sencillo por encima de la rodilla, el vestido mostraba una fotografía de una gran multitud justo en el momento de ser retratada, pues en su hombro izquierdo se puede ver la cegadora luz de un flash en el momento de ser disparado.
Ninguna pulsera, ningún collar y como único complemento unos sencillo y diminutos pendientes. Sencillez en estado puro. Para vencer el frío, la princesa se decantó por un precioso abrigo con vuelo y fruncido en su cintura. El príncipe Alberto, por su parte, eligió un traje de chaqueta azul marino, camisa blanca y cortaba gris. Sin perder de vista ni un solo momento a su esposa, quien, sin lugar a dudas, se convirtió en el centro de atención de este acto, los príncipes pusieron el punto y final a esta jornada con un precioso y romántico beso, al que no le importó la presencia de las cámaras.