La revista ¡HOLA! de esta semana dedica toda su portada y más de 100 páginas a uno de los acontecimientos más esperados de los últimos años: la boda del príncipe Alberto y Charlene Wittstock. Un número de coleccionista que ofrece toda la información, detalles y las mejores fotografías del enlace del soberano de Mónaco, que celebró por todo lo alto sus bodas civil y religiosa en las que no faltaron ni las lágrimas, ni los besos ni el "glamour" del Principado.
"Con la acogida dispensada a su nueva princesa por la familia monegasca, en lo sucesivo a mi lado, hoy se abre una nueva página en la historia del Principado", dijo el soberano tras la boda civil, con la que Charlene Lynette Wittstock Humberstone se convirtió en Su Alteza Serenísima la princesa de Mónaco, marquesa de Baux, duquesa de Valentinois, condesa de Carladés, baronesa de Saint-Ló y 111 veces dama.
La sobriedad del enlace civil contrastó con la impresionante puesta en escena de la boda religiosa, que reunió a en el interior del palacio a 825 invitados, entre los que se encontraba una numerosa representación de las Casas Reales de todo el mundo. El príncipe, que tompió el protocolo al llegar primero al patio de honor, donde se ofició la ceremonia, llevó el uniforme de verano de los guardias de palacio. Emocionada, solemne y muy guapa, Charlene causó sensación con el velo en tul de seda cubriéndole el rostro y su gran porte de princesa. Lució una fascinante creación de Giorgio Armani de línea fluida en seda duquesa, con un bordado en la parte delantera compuesto por 40.000 cristales Swarovski, lágrimas de nácar y piedras con reflejos dorados. Siguiendo la tradición de las princesas de Mónaco en sus esponsales, la novia no llevó tiara.
Para el fin de fiesta en la ópera Garnier, Charlene, que llegó de la mano de su marido, cambió su vestido nupcial por otro diseño de Armani Privé. La cena ofrecida por el nuevo matrimonio a sus invitados fue el colofón a tres días inolvidables y que culminó con un magnífico espectáculo pirotécnico cobre la bahía de Mónaco.