El barco de su vida
... Y dos historias de amor
El príncipe Raniero le regaló su primer yate (Kwasi) poco después de que contrajera matrimonio con Philippe Junot en el verano de 1978, pero Carolina, que ya soñaba entonces con dar la vuelta al mundo con el hombre de sus sueños, no sólo no pudo cumplir sus deseos, sino que prefirió deshacerse de la embarcación antes de que hiciera aguas como su matrimonio. Sin marido y sin barco, la Princesa regresó a tierra sin imaginar por lo que tendría que pasar antes de volver a "hacerse a la mar".
En 1989, la primogénita de Raniero descubrió, por casualidad, el yate de sus sueños en el mismo Puerto de Mónaco. Fue un amor a primera vista y del resto se encargó su marido, el empresario Casiraghi, que no reparó en gastos a la hora de adquirirlo. Carolina se había casado con Stefano en las Navidades de 1983 -un año después de la muerte de su madre, la Princesa Grace-, tenía tres hijos y, finalmente, había encontrado la embarcación perfecta con la que dar la vuelta al mundo. La novia de Europa, era, entonces, la perfecta imagen de la felicidad y como tal vivía sin sospechar que el añorado viaje tampoco llegaría.
Construida en 1936 en Gran Bretaña, la embarcación entonces llamada Arlette II -había llevado también los nombres de Briseis, Cardigrae V y Priamar- pertenecía a la viuda del fundador de Renault, y tenía, además de un casco de hierro, 36 metros de eslora y seis de manga. Stefano se ocupó de supervisar las instalaciones del cuarto de máquinas y de los motores; Carolina, aconsejada por su amigo el decorador, Jacques Grange, reformó su interior para darle el encanto de los "años 30" -sin renunciar a ninguna comodidad- y bautizó a aquella casa flotante como PACHA III (Pierre, Andrea y Charlotte), los nombres de sus hijos.
La familia, que se gastó 600 millones de las antiguas pesetas en poner el barco a punto, saldría ese verano a la mar por primera y última vez. Las idílicas estampas del matrimonio con sus tres hijos navegando por el Mediterráneo darían paso, tan sólo unos meses después, a las de la tragedia y el dolor. Stefano Casiraghi fallecía el 3 de octubre de 1990 cuando competía para revalidar su título de campeón del mundo de Off-shore.
Sumida en un inconsolable llanto, Carolina decide instalarse con sus tres hijos tierra adentro para vivir por largo tiempo una existencia bohemia entre los campesinos de Saint Remy (Francia)... Sin querer, la Princesa viuda nos regala imágenes que el mundo saborea mientras pasea por el pueblo de la mano de sus hijos con su cesta de mimbre y sus vestidos provenzales... Recogiendo flores con Carlota; montando en bici o a caballo por el campo... La primera dama de Mónaco parece haberse olvidado de PACHA -siempre a punto para recibirla- y del mundo al que había pertenecido hasta que, en el año 1997, enamorada de nuevo permite, que la descubran en un nuevo intento de hacerse a la mar.
El hombre que la abrazaba sobre la cubierta es Ernesto de Hannover. El Príncipe, que la había rescatado de su eterno duelo, se "entrega" a los objetivos de las cámaras sin importarle lo que dirán. El viejo barco dejará el feudo de la Costa Azul para explorar el mar Adriático a la conquista de las exóticas y tranquilas costas de Croacia; o para adentrarse en el Egeo buscando la manera de perderse por las islas griegas.
Carolina, que sigue sin dar la vuelta al mundo -al menos que sepamos- parece haberse olvidado de su sueño... Aunque a estas alturas de la vida, cabe la posibilidad de que éste haya sido sobradamente compensado por la experiencia de recibir a bordo a las novias de sus hijos Andrea, Carlota, Pierre mientras, con la ayuda de su tercer marido, el hombre que la convirtió en Alteza Real en 1999, cría a Alejandra dejándose mecer por las olas.
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En 1989, la primogénita de Raniero descubrió, por casualidad, el yate de sus sueños en el mismo Puerto de Mónaco. Fue un amor a primera vista y del resto se encargó su marido, el empresario Casiraghi, que no reparó en gastos a la hora de adquirirlo. Carolina se había casado con Stefano en las Navidades de 1983 -un año después de la muerte de su madre, la Princesa Grace-, tenía tres hijos y, finalmente, había encontrado la embarcación perfecta con la que dar la vuelta al mundo. La novia de Europa, era, entonces, la perfecta imagen de la felicidad y como tal vivía sin sospechar que el añorado viaje tampoco llegaría.
Construida en 1936 en Gran Bretaña, la embarcación entonces llamada Arlette II -había llevado también los nombres de Briseis, Cardigrae V y Priamar- pertenecía a la viuda del fundador de Renault, y tenía, además de un casco de hierro, 36 metros de eslora y seis de manga. Stefano se ocupó de supervisar las instalaciones del cuarto de máquinas y de los motores; Carolina, aconsejada por su amigo el decorador, Jacques Grange, reformó su interior para darle el encanto de los "años 30" -sin renunciar a ninguna comodidad- y bautizó a aquella casa flotante como PACHA III (Pierre, Andrea y Charlotte), los nombres de sus hijos.
La familia, que se gastó 600 millones de las antiguas pesetas en poner el barco a punto, saldría ese verano a la mar por primera y última vez. Las idílicas estampas del matrimonio con sus tres hijos navegando por el Mediterráneo darían paso, tan sólo unos meses después, a las de la tragedia y el dolor. Stefano Casiraghi fallecía el 3 de octubre de 1990 cuando competía para revalidar su título de campeón del mundo de Off-shore.
Sumida en un inconsolable llanto, Carolina decide instalarse con sus tres hijos tierra adentro para vivir por largo tiempo una existencia bohemia entre los campesinos de Saint Remy (Francia)... Sin querer, la Princesa viuda nos regala imágenes que el mundo saborea mientras pasea por el pueblo de la mano de sus hijos con su cesta de mimbre y sus vestidos provenzales... Recogiendo flores con Carlota; montando en bici o a caballo por el campo... La primera dama de Mónaco parece haberse olvidado de PACHA -siempre a punto para recibirla- y del mundo al que había pertenecido hasta que, en el año 1997, enamorada de nuevo permite, que la descubran en un nuevo intento de hacerse a la mar.
El hombre que la abrazaba sobre la cubierta es Ernesto de Hannover. El Príncipe, que la había rescatado de su eterno duelo, se "entrega" a los objetivos de las cámaras sin importarle lo que dirán. El viejo barco dejará el feudo de la Costa Azul para explorar el mar Adriático a la conquista de las exóticas y tranquilas costas de Croacia; o para adentrarse en el Egeo buscando la manera de perderse por las islas griegas.
Carolina, que sigue sin dar la vuelta al mundo -al menos que sepamos- parece haberse olvidado de su sueño... Aunque a estas alturas de la vida, cabe la posibilidad de que éste haya sido sobradamente compensado por la experiencia de recibir a bordo a las novias de sus hijos Andrea, Carlota, Pierre mientras, con la ayuda de su tercer marido, el hombre que la convirtió en Alteza Real en 1999, cría a Alejandra dejándose mecer por las olas.