Las joyas de la Corona británica se exponen en Madrid
Las piezas que usted podrá ver en la exposición
Corona de San Eduardo
Fue utilizada por primera vez en el año 1540 para la coronación de James V y la de su esposa, Mary de Guise y se restauró por completo para la coronación de Carlos II, en 1661. Se usa exclusivamente en la coronación de cada monarca británico y se distingue, especialmente, por haber sido creada tomando como base la propia corona de Eduardo el Confesor (siglo XI- 1042-66). El Rey que, después de regalar un enorme zafiro a un mendigo que estaba pidiendo limosna en la Abadía de Westminster, se convertiría en Santo.
Una historia que llega desde el siglo XI hasta nuestros días para contarnos que años después de aquel bondadoso gesto del Soberano, algunos peregrinos llegados desde Jerusalén devolverían al Rey el anillo con el mensaje de que el mendigo y él pronto se encontrarían en el Paraíso. El Soberano moriría poco después y sería enterrado con el zafiro. Dos siglos después, se abriría su tumba para recuperar el anillo que habría de ser expuesto en la Abadía de Westminster. El lugar donde él había depositado todos los símbolos de la corona hasta que, en 1303, después de un importante robo, el tesoro fue llevado a la Torre de Londres, fortaleza erigida por Guillermo el Conquistador.
Corona del Estado Imperial
Fue realizada para la coronación del rey Eduardo VI en 1937 y es utilizada por la reina Isabel en todas las ceremonias de estado (solemne apertura del Parlamento). Esta soberbia corona tiene un valor incalculable y está considerada como una de las más bonitas piezas de joyería jamás creadas. Contiene el enorme rubí negro del Príncipe, debajo del cual está colocado el diamante Segunda Estrella de África -317 caracteres- (cortado del diamante Cullinan) así como 3.000 gemas preciosas y perlas, entre ellas el zafiro que perteneció a Eduardo, el Confesor (la joya que le ayudó a convertirse en santo). El famoso rubí perteneció a Enrique V y Ricardo III hasta que en el año 1600 Oliver Cromwell lo vendió. Seis décadas después, Carlos II lo compraría de nuevo. Esta famosa joya mide cinco centímetros, tiene 150 caracteres y, al parecer, protege contra la enfermedad y el infortunio.
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Fue utilizada por primera vez en el año 1540 para la coronación de James V y la de su esposa, Mary de Guise y se restauró por completo para la coronación de Carlos II, en 1661. Se usa exclusivamente en la coronación de cada monarca británico y se distingue, especialmente, por haber sido creada tomando como base la propia corona de Eduardo el Confesor (siglo XI- 1042-66). El Rey que, después de regalar un enorme zafiro a un mendigo que estaba pidiendo limosna en la Abadía de Westminster, se convertiría en Santo.
Una historia que llega desde el siglo XI hasta nuestros días para contarnos que años después de aquel bondadoso gesto del Soberano, algunos peregrinos llegados desde Jerusalén devolverían al Rey el anillo con el mensaje de que el mendigo y él pronto se encontrarían en el Paraíso. El Soberano moriría poco después y sería enterrado con el zafiro. Dos siglos después, se abriría su tumba para recuperar el anillo que habría de ser expuesto en la Abadía de Westminster. El lugar donde él había depositado todos los símbolos de la corona hasta que, en 1303, después de un importante robo, el tesoro fue llevado a la Torre de Londres, fortaleza erigida por Guillermo el Conquistador.
Fue realizada para la coronación del rey Eduardo VI en 1937 y es utilizada por la reina Isabel en todas las ceremonias de estado (solemne apertura del Parlamento). Esta soberbia corona tiene un valor incalculable y está considerada como una de las más bonitas piezas de joyería jamás creadas. Contiene el enorme rubí negro del Príncipe, debajo del cual está colocado el diamante Segunda Estrella de África -317 caracteres- (cortado del diamante Cullinan) así como 3.000 gemas preciosas y perlas, entre ellas el zafiro que perteneció a Eduardo, el Confesor (la joya que le ayudó a convertirse en santo). El famoso rubí perteneció a Enrique V y Ricardo III hasta que en el año 1600 Oliver Cromwell lo vendió. Seis décadas después, Carlos II lo compraría de nuevo. Esta famosa joya mide cinco centímetros, tiene 150 caracteres y, al parecer, protege contra la enfermedad y el infortunio.