Greet Hofmans, una vidente en la corte holandesa
La reina Juliana acudió a ella para intentar sanar la ceguera de su hija, la princesa Cristina
Pocos asuntos relacionados con la Familia Real holandesa han provocado más controversia a lo largo de la Historia que el llamado caso Hofmans. La reina Juliana, abuela del actual Rey, en busca de la curación de la ceguera de su hija la princesa Cristina, fue víctima de la influencia de la vidente Greet Hofmans. Ésta se convertiría en la consejera más cercana de la Soberana durante la década de los cincuenta del siglo pasado hasta el punto de anular su personalidad, lo que terminaría desencadenando en una grave crisis política. En este artículo repasamos el caso.
Greet Hofmans (1894-1968) no era más que una modesta administrativa de una fábrica textil de Ámsterdam hasta que después de la Segunda Guerra Mundial comenzara a recibir supuestos mensajes del más allá. Poco después comenzaría a organizar reuniones en cafeterías de la capital holandesa en las que daba muestras de su presunto don, consistente en “liberar a los sufrientes seres humanos del dolor terrenal”. Las noticias de las aparentes sanaciones de Hofmans comenzaron a extenderse por el país, llegando a los oídos de la Familia Real que en aquellos momentos se enfrentaba a la grave enfermedad de la hija pequeña de la por aquel entonces princesa heredera Juliana y el príncipe Bernardo. La princesa Cristina había nacido el 18 de febrero de 1947 prácticamente ciega a consecuencia de la rubéola que había sufrido su madre durante el embarazo. Pese a que el diagnóstico siempre fue sombrío, sus padres no cejaron en el empeño de encontrar una cura para su benjamina. El príncipe Bernardo se pondría en contacto en 1948 con Hofmans para pedirla ayuda. La vidente no sólo aceptaría tratar a la Princesa, sino que aseguraría ser capaz de sanarla de forma completa. En poco más de dos meses Greet Hofmans se convertiría en una presencia constante en el palacio Soetsdijk y en una suerte de Rasputín en tierras neerlandesas.
La Reina confió sus secretos más íntimos a Hofmans. Las confidencias no se limitaron a los asuntos de alcoba sino que en poco tiempo alcanzaron también a delicadas cuestiones de estado. La vidente se convirtió no únicamente el hombro sobre el que la Reina lloraba sus penas sino que paulatinamente se erigió en su consejera por excelencia, fijando las pautas de la Soberana en sus apariciones públicas, imbuyendo en la jefa del estado sus ideas, basadas en un pacifismo rayano en la no-violencia promulgada por Mahatma Ghandi. En 1952 todas las alarmas dentro del Gobierno holandés saltaron cuando la Reina, en una visita oficial a los Estados Unidos, dirigió un discurso en el que reproducía el habitual contenido de las peroratas esotéricas que caracterizaban a Greet Hofmans. La Soberana, así consideraban los miembros del ejecutivo, parecía estar posicionándose en contra de la estrategia política oficial del país, aliado incondicional de los Estados Unidos en el contexto de la Guerra Fría y la carrera armamentística.
En la actualidad los historiadores explican la íntima dependencia que la reina Juliana llegó a desarrollar por la vidente Hofmans a partir de dos hechos: por un lado el complejo de culpa de la Soberana a causa de la dolencia de su hija y por otro la grave crisis matrimonial que Juliana y Bernardo de Holanda sufrirían durante la década de los cincuenta. En 1950 el Príncipe se hizo acompañar durante las vacaciones de invierno por Ann Orr-Lewis, una de sus amantes más duraderas. Por si no fuera poco, en 1952 nacería Alicia Hala de Bielefeld, la primera hija extramatrimonial del príncipe Bernardo, fruto de un romance con una piloto alemana. El pesar por la ceguera de su hija y la profunda decepción por las continuas infidelidades de su marido llevaron a la reina Juliana a apoyarse en Greet Hofmans de forma casi enfermiza.
La relación matrimonial se deterioró hasta el punto que en 1955 la reina Juliana, asesorada por Hofmans, propuso a su marido el divorcio. Éste, convencido de que su esposa estaba siendo víctima de las intrigas de Hofmans, solicitó ayuda al Gobierno. Mientras, el Príncipe intentó desacreditar a la vidente con la divulgación de información a través de medios de comunicación extranjeros, como la revista alemana Der Spiegel. Su intención era retratar a Hofmans como una conspiradora nata y como un peligro para la estabilidad de Holanda dentro del contexto internacional.
El Ejecutivo holandés creó una comisión, la comisión Beel, con el objeto de investigar el papel de Hofmans dentro de Palacio y de evitar que se produjera un divorcio en la jefatura del estado, hecho que habría supuesto un severo daño a la imagen de la Corona holandesa. El príncipe Bernardo consiguió que la mayoría de los testigos que fueron interrogados por la comisión, al menos 25, fueran de su círculo de influencia. El retrato de Hofmans que surgió de la investigación presentaba a la vidente como la responsable única de la crisis matrimonial, habida cuenta de que había logrado convertir a la Reina en un mero títere de su voluntad y la de sus acólitos, que campaban por sus anchas por Palacio.
La conclusión de la comisión, presentada en agosto de 1956, fue que, por el interés nacional, Greet Hofmans debía desaparecer de la corte de forma inmediata. Recientemente el historiador holandés Cees Fasseur ha revelado que las presiones sobre Hofmans fueron extremas, hasta el punto que recibió una carta en la que se la amenazaba con la muerte en el caso de que no se apartara de la Reina de forma voluntaria. Según Fasseur detrás de la misiva se encontraría el entorno del príncipe Bernardo.
Sea como fuera, y pese a la fuerte resistencia de la Reina, que seguía depositando toda su confianza en la vidente, Hofmans abandonó el palacio Soetsdijk en 1956 para no regresar jamás. De hecho nunca volvería a ver a su querida Reina, a la que siempre se refería como “mi ángel”, o a tener contacto con ella por carta. Greet Hofmans seguiría practicando la sanación en Ámsterdam hasta su muerte en 1968 a causa de un cáncer.
Con la pérdida de la influencia de Hofmans sobre la reina Juliana, se facilitó el camino para la reconciliación de la Soberana con su marido, el príncipe Bernardo. En 1957 una fuente cercana a la Casa Real holandesa reveló a la prensa que la relación marital se había recuperado y que todo volvía a ser “de color de rosa” en Palacio. Ese mismo año el matrimonio viajaría a Londres, en donde el Príncipe participaría en un concurso de equitación. La prensa subrayó el cariño que se observaba entre la Reina y el Príncipe durante sus paseos por la ciudad del Támesis. En definitiva uno de los momentos más críticos de la monarquía holandesa se había solucionado.