Esposa de Luis I (1707-1724), cuyo reinado apenas superó los 200 días, convirtiéndose así, de hecho, en el Rey más efímero de la Historia de España, Luisa Isabel de Orleans y Borbón (1709-1742) es una de las mujeres más complejas y con una vida más trágica de las que habitaron en el Palacio Real de Madrid. El hecho de que sufriera, tal y como hoy en día se ha determinado, un trastorno límite de la personalidad y el hecho de que éste, como tantas otras patologías mentales en el siglo XVII, no fuera tratado, fue determinante en su vida, llegando incluso a ser encerrada en sus aposentos, por miedo a su comportamiento caótico y no pocas veces agresivo. Esta semana repasamos pues la biografía de la que popularmente fue conocida como “la reina loca”.
Nace Luisa Isabel de Orleans y Borbón el 9 de diciembre de 1709 en el Palacio de Versalles, siendo hija de Felipe II, Duque de Orleans (1674-1723) y de Francisca María de Borbón, hija ilegítima de Luis XIV (1638-1715), al haber sido engendrada por la amante de aquel, Madame de Montespan (1640-1707). El matrimonio de sus padres, una imposición del Rey Sol, que indignaría en especial a la madre del novio, Isabela Carlota del Palatinado (1652-1722), solo puede ser calificado como de desastrosa, hasta el punto de que el Duque se referiría en público a su esposa como “Madame Lucifer”. Pese a la antipatía que los contrayentes se proferían, la pareja llegaría a formar una familia numerosa compuesta por ocho hijas y un hijo, el Heredero del Ducado de Orleans, Luis I. Ni Felipe ni Francisca María tenían, sin embargo, especial interés en criar a sus hijos, por lo que todos ellos sufrían un evidente déficit de cariño que en la mayoría de los casos desembocaría en la edad adulta en comportamientos extremos y disolutos.
Luisa Isabel apenas recibió educación, siendo el único interés de sus padres el que casara lo más pronto posible y de la forma más provechosa para los intereses económicos y estratégicos de la familia. La oportunidad llegaría cuando a los oídos del Duque llegaría la información de que el Rey de España, Felipe V (1683-1746), y especialmente la segunda esposa de éste, la siempre diligente y taimada Isabel de Farnesio (1692-1766), se encontraban en busca de candidatos para llevar al altar a sus hijos. Finalmente, y tras arduas negociaciones, el acuerdo entre las dos familias se traduciría en dos compromisos matrimoniales: el de la infanta Mariana Victoria (1718-1781) con Luis XV (1710-1774) – que no llegaría a realizarse por la bajísima edad de la novia, apenas siete años en el momento del compromiso – y el de Luis I, primogénito de Felipe V con su primera esposa, María Luisa Gabriela de Saboya (1688-1714), con Luisa Isabel.
Pese a las reticencias en Versalles – el Duque lograba vincular a su hija con el Heredero español, lo que podría acrecentar sus ambiciones en territorio galo – la boda de Luis y Luisa Isabel termina celebrándose el 20 de enero de 1722 en la localidad burgalesa de Lerma. Muestra de lo poco ordinario del enlace, es que no podría ser consumado hasta varios años más tarde, habida cuenta la tierna edad de los recién casados, que ni siquiera alcanzaba los quince años en el caso del príncipe Luis y doce en el de la de Orleans.
Luisa Isabel, convertida ahora en Princesa de España, es recibida con desafecto en el Palacio Real, en particular por su suegra. Quizás fuera esta indiferencia generalizada ante su llegada a un país extraño, el que desencadenaría en los problemas mentales de la Princesa, que comenzarían a manifestarse de forma preocupante a las pocas semanas de su llegada a Madrid. Vestida de forma estrafalaria – varios testigos afirmaron verla correr por los pasillos en camisón de transparencias – fueron interpretados en primera instancia en la corte como simples caprichos de niña malcriada. Su marido, por otro lado, era un hombre atractivo – alto, delgado y rubio -, pero taciturno y de pocas palabras, lo que dificultaba la comunicación con su esposa.
Poco a poco el comportamiento de la Princesa va tomando un cariz más preocupante. La joven empieza a beber y no es raro verla en estado de embriaguez por las estancias del Palacio Real. En lo que en la actualidad sería calificado como un evidente caso de bulimia nervosa, la Princesa se niega a comer, para, acto seguido, engullir en sus aposentos gigantescas cantidades de alimentos que luego, arrepentida, vomitaba entre lágrimas. Sus actuaciones en público, ante los miembros de la Corte, comienzan a rayar en lo bochornoso, cuando en medio de los banquetes la Princesa emite sonoros eructos y flatulencias que provocan la estupefacción de los comensales. Por las noches, la Princesa, casi sin ropa, sale del palacio y se dedica a trepar los árboles de los jardines. En otras ocasiones, se obsesiona con la limpieza, y utiliza sus costosísimos vestidos para limpiar suelos y paredes. Todo Madrid comienza a oír los relatos, muchas veces exagerados hasta lo grotesco, de la conducta desequilibrada de la Princesa. No es de extrañar que su descrédito entre los españoles fuera pues total.
Para añadir más gravedad al asunto, el rey Felipe V decide abdicar en su joven hijo Luis a comienzos de 1724. Las razones de esta abdicación han sido tema de debate durante años, aunque actualmente hay cierto consenso en el hecho de que el Rey habría decido terminar su mandato a causa de una gravísima depresión. Sea como fuere, el príncipe Luis, de diecisiete años, se convierte en Rey de España y con él su esposa, la perturbada princesa Luisa.
El reinado de Luis I, de apenas ocho meses de duración y conocido como “el reinado relámpago”, no tuvo apenas contenido político, una vez que el nuevo Rey, un adolescente, estaba totalmente sometido a las órdenes de sus padres, en especial a las de su madre, quien intentaba, de hecho, con éxito, mover los hilos del Reino de España desde su residencia del Palacio de la Granja de San Ildefonso. El rey Luis, por otro lado, se muestra como un hombre ambicioso y prefiere pasar los días y las noches festejando con sus amistades y dejando de lado sus responsabilidades.
Mientras, el estado mental de la ya Reina pasa de ser la comidilla de la corte a convertirse en un asunto de estado. Finalmente, el Rey manda una misiva a su padre en la que le informa que ha decidido encerrarla en su habitación, habida cuenta la gravedad de su estado. La Reina pues pasa días y semanas confinada en sus aposentos, sin apenas atenciones y en progresivo deterioro. Poco después, el rey Luis contrae la viruela. La Reina, al conocer la mala noticia, parece volver en sí, y se dedica en cuerpo y alma al cuidado de su marido. No obstante, el rey Luis muere el 31 de agosto de 1724.
Felipe V asume de nuevo el trono y su esposa, Isabel de Farnesio, decide deshacerse de la esposa de su hijastro, una vez que, por un lado, ya no tenía ningún interés estratégico mantenerla en Madrid y, por otro, se había convertido en un estorbo en Palacio, a causa de su estado mental. Por ello, la Reina viuda es mandada de regreso a Francia, donde es acogida por su madre. Luisa Isabel, que recibe una cuantiosa pensión desde España, pasa los siguientes años de su vida en el Château de Vincennes que, años después, sustituiría por el Palacio de Luxemburgo, también en París. La vida tranquila en tierras galas parece que favoreció a sus problemas mentales, que, según las crónicas, mejoraron con el paso del tiempo. En la capital francesa fallecería de una grave hidropesía el 16 de junio de 1742 a la edad de 32 años, sin haber perdido nunca el rango de Reina de España.