La controvertida vida del infante Luis Fernando de Orleans y Borbón
Si ya repasamos la vida de don Alfonso de Orleans y Borbón (1886-1975), uno de los personajes más emblemáticos y ejemplares de la familia Borbón, hoy ocupará estas líneas su hermano pequeño, don Luis Fernando (1888-1945), quien, pese a ser igualmente Infante de España, protagonizaría una vida turbulenta y polémica en la que abundaron los escándalos y los infortunios. Repudiado por su familia, su primo el rey Alfonso XIII (1886-1941) le retiró de hecho el título de Infante tras un oscuro asunto nunca esclarecido, vividor y crápula convencido, esta es la biografía de don Luis Fernando.
Nace el Infante el 5 de noviembre de 1888 en Madrid, celebrándose su bautizo el día 2 del mes siguiente en el Palacio Real con gran pompa y la presencia de la reina María Cristina (1858-1929) y del rey Alfonso XIII, su primo, quien entonces contaba con apenas dos años de edad. La infancia del Infante, hijo de don Antonio de Orleans (1866-1930) y de doña Eulalia de Borbón (1864-1958), transcurre entre Sevilla, donde residían sus abuelos, París y Baviera, concretamente en el Palacio de Nymphenburg, en donde tenía fijada su residencia su tía la infanta Paz de Borbón (1862-1946). Como demuestra la correspondencia de la época, la relación entre tía y sobrino era excelente, convirtiéndose doña Paz, de hecho, en uno de los pocos apoyos dentro de su familia con los que contará a lo largo de su vida don Luis Fernando.
En 1899 don Luis Fernando y su hermano son enviados a Inglaterra, donde son matriculados en el Beaumont College. El pequeño de los Orleans, a diferencia de su hermano, no destaca especialmente por su brillantez académica, logrando en la mayoría de las ocasiones aprobados raspados. Probablemente uno de los factores de este rendimiento mediocre fuera el impacto que para el Infante supuso el divorcio de sus padres en 1900, separación que convulsionará la sociedad española de principios del siglo XX. Don Luis Fernando tomará claramente partido por su padre, al que adoraba, y en contra de su madre, con la que progresivamente irá perdiendo el contacto. En estos años no será raro ver al infante en compañía de su padre y de la pareja de éste, Carmen Giménez Flores (1867-1938), Vizcondesa de Termes y socarronamente conocida por el pueblo como “La Infantona”, en la casa familiar de Sanlúcar de Barrameda.
El Infante, poco interesado en los estudios o, como en el caso de su hermano, en seguir una carrera militar, prefiere vivir de las rentas, una vez que había recibido sustanciosas herencias tanto de su abuelo, el Duque de Montpensier (1824-1890) como de su bisabuela la reina María Cristina de Borbón-Dos Sicilias (1806-1878), que incluían no solo grandes cantidades de dinero sino también propiedades inmobiliarias importantes, entre ellas fincas en Cuenca o en Aranjuez. Pese a que la relación con la Familia Real aún era buena, el hecho de que el Infante llevara una vida ociosa – en contraposición a su hermano, quien avanzaba a pasos agigantados en el escalafón militar - y, sobre todo, de que criticara abiertamente a su madre, comienzan a provocar suspicacias en Palacio. El recelo aumenta cuando el Infante, un apuesto joven rubio y de ojos claros – aunque de escueta estatura -, comunica a su madre su intención de convertirse en actor. Doña Eulalia, abochornada, pone el grito en el cielo e intenta disuadirle. Sin embargo, don Luis Fernando, con el apoyo de su tía doña Paz, pone rumbo a París donde pretende desarrollar su vocación en el mundo de la farándula.
La vida en la capital del Sena supone una bocanada de aire fresco para el Infante, que comienza a frecuentar los locales de ocio nocturno con asiduidad, gastando grandes sumas de dinero y olvidando pronto sus planes de formarse como actor. En poco tiempo, don Luis Fernando, que reside entre un palacio en el centro de la ciudad y una habitación en el Hotel Ritz - se convierte en un habitual de la sociedad parisina, que le bautiza como “el Infante de España”. Las fiestas se suceden y, con ellas, los excesos de todo tipo. Las crónicas describen, por ejemplo, un gigantesco banquete ofrecido por don Luis Fernando al que acuden más de mil invitados entre los que se encuentra
la crème de la crème de la sociedad francesa e internacional. Por otro lado, en París el Infante mantiene durante estos años al menos dos relaciones, respectivamente con un caballero portugués y con uno argentino.
Una vez que la fortuna familiar menguaba a un ritmo preocupante, don Luis Fernando no duda en comenzar negocios ilegales. Pese a ser este hecho conocido, el Infante vive en una total impunidad, una vez que es uno de los personajes más populares de la noche parisina – los anfitriones de las fiestas de hecho le ofrecen dinero para que acuda a ellas y así dar relumbrón a los eventos – y mantiene útiles contactos con las altas esferas de la política francesa. Sin embargo, en 1924 la vida de excesos termina abruptamente cuando el Infante es expulsado de Francia tras un incidente nunca aclarado en el que un joven marinero muere en casa de don Luis Fernando.
El Infante se instala entonces en Bruselas, pero en tierras belgas no son bien recibidos y rápidamente se traslada a Portugal. Mientras, el rey Alfonso XIII conoce escandalizado las andanzas de su primo en París y decide retirarle de inmediato el título de Infante. A don Luis Fernando no le afecta en lo más mínimo la humillante pérdida de honor ejecutada por el Rey, y continúa con su vida de desórdenes varios. En el colmo de la extravagancia, la prensa anuncia en esos días que el Infante es arrestado, vestido de mujer, en Portugal, acusado de narcotráfico. En 1927 el Infante abandona Portugal y se dirige a Italia. En su estancia en tierras transalpinas, el Infante también intenta cometer una estafa con cheques sin fondos. Su madre llega a pedir incluso que lo mejor para su descarriado hijo es que le encierren en una prisión.
Si bien no existe prueba que lo atestigüe, parece evidente que doña Eulalia puso medidas para poner fin a la bajada a los infiernos de su vástago pequeño y que movió los hilos para arreglar un matrimonio de conveniencia entre el Infante y la actriz estadounidense Mabelle Gilman Corey (1874-1966), divorciada de un magnate de la industria del acero y, como consecuencia de ello, en extremo acaudalada. Ambos mantenían una amistad desde hacía años. El enlace pondría fin a los problemas financieros del Infante y daría acceso a la actriz al deseado mundo de la aristocracia europea. Sin embargo, después de anunciarse a bombo y platillo el compromiso, doña Eulalia apareció repetidas veces en la prensa, entusiasmada con la idea de que su hijo pródigo por fin encarrilara su vida, los novios no llegaron a un acuerdo económico. Al parecer, Don Luis Fernando pidió una astronómica suma de dinero a su futura esposa. Ante la negativa de ésta a abonarla, la boda se canceló.
Un año después será otra millonaria, en este caso la francesa Princesa viuda de Broglie (1857-1943), la que anuncie su compromiso con el príncipe español. La Princesa, de 73 años de edad, más de treinta años mayor que el Infante, y madre de cuatro hijos, era una habitual de las fiestas de la alta sociedad de París. No están claras las razones por las que llegó a ser convencida de contraer matrimonio con el Infante – algo a lo que como cabía esperar su familia se opuso radicalmente – pero, tras una batalla judicial contra sus hijos, la Princesa y el Infante contraen nupcias, por la vía civil, en Inglaterra el 19 de septiembre de 1930.
Don Luis Fernando, de nuevo con la cartera llena y de regreso en su amado París, retoma su ritmo de vida enloquecido para, cuatro años después de casarse, ser detenido y expulsado una vez más del país. El Infante regresa a Italia, sin su esposa, con la que apenas tiene trato, y, por enésima vez, sin dinero. Durante la Guerra Civil española intenta regresar a su patria, pero las autoridades se lo impiden. A principios de la década de los cuarenta sí puede visitar a su familia en Sanlúcar, donde aparece muy desmejorado.
El Infante vuelve a Francia. Durante la ocupación nazi, don Luis Fernando da muestras de su buen corazón cuando, valientemente, salva la vida a decenas de homosexuales que, en caso contrario, habrían terminado en campos de concentración. Su salud se deteriora por momentos, aunque saca fuerzas de flaqueza para celebrar como un parisino más la liberación de la ciudad en sus calles. En 1945 se le detecta un cáncer de testículos, que finalmente acabará con su vida el 22 de junio de ese mismo año, a la edad de 57 años. Sus restos mortales descansan en la cripta dela Iglesia del Corazón Inmaculado de María de París.