En la España posterior a los Reyes Católicos no hubo ceremonia de coronación similar a la francesa o a la inglesa, por lo que tampoco fue estrictamente necesario constituir un tesoro con joyas para la ocasión, como hoy existe en Dinamarca, Noruega, Suecia o Gran Bretaña.
No obstante, la jura de Isabel II como Reina constitucional, fruto apresurado de las circunstancias políticas del momento -de gran inestabilidad tras la caída del regente Espartero-, llevaron a adelantar la mayoría de edad de la soberana y a improvisar, por tanto, gran parte del [protocolo] aplicado e incluso del ajuar regio que se utilizó para la proclamación. Los atributos de la realeza estuvieron representados por la gran corona de plata, del siglo XVIII, y un bastón de mando, al que se quiso dar aires de cetro, fabricado en Praga a principios del siglo XVII.
La corona es un sencillo símbolo, a efectos funerarios, de plata sobredorada, sin pedrería y, sobre todo, sin tradición. Una sencilla piedra fúnebre que se ha convertido en el símbolo de la monarquía española. Ninguna otra corona que hiciera sus veces estuvo presente en la ceremonia de proclamación de Alfonso XII, en la jura de la reina María Cristina, segunda esposa del citado monarca, como regente, o en la celebración de la mayoría de edad dinástica de Alfonso XIII.
Tras el paréntesis iniciado el 14 de abril de 1931 con la proclamación de la Segunda República y cerrado con el fallecimiento de Francisco Franco, ocurrido el 20 de noviembre de 1975, el 22 de noviembre se celebró sesión conjunta de las Cortes españolas y del Consejo del Reino, en la que quedó proclamado como [Rey de Espana] don Juan Carlos de Borbón y Borbón. Junto al atril que usaría don Juan Carlos para dirigir a la nación el primer discurso de la Corona se dispuso una especie de amplio escabel y, sobre él, un cojín procedente de la capilla de palacio, donde se colocaron la corona y el cetro, custodiados en el Real Alcazar. (
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