Alfonso XII y María Cristina: una boda de estado
Tras el repentino fallecimiento de su joven esposa, María de las Mercedes, contrajo segundas nupcias para dar un heredero al trono
La 'Reina Niña' había muerto prematuramente sin dejar ningún heredero a la Corona y a pesar de que el rey estaba sumido en un profundo dolor, era urgente que contrajera de nuevo matrimonio para dar un heredero al trono. En esta ocasión, el monarca tuvo que dejar de lado todo el romanticismo que había impregnado su primera historia de amor y buscar a la candidata ideal. María Cristina de Habsburgo Lorena no fue muy apreciada por el pueblo al principio, pero ella pudo demostrar con el tiempo que sería una magnífica Reina para España.
De buena familia
Perteneciente a la estirpe de los Habsburgo, doña María Cristina contaba entre sus antepasados a Reyes y Emperadores. Sus padres eran tíos del emperador austríaco Francisco José I. Cuando Alfonso XII visitó por primera vez a María Cristina, ésta colocó sobre la tapa de un piano el retrato de María de las Mercedes, hecho que le valió la aprobación del monarca, todavía tremendamente afectado por la muerte de su primera esposa.
Los regalos del Rey
El Rey hizo espléndidos regalos a María Cristina, entre ellos las joyas realizadas en los talleres del señor Marzo. Todas ellas estaban hechas de oro fino y brillantes delicadamente trabajados. El valor total de los regalos ascendía a cinco millones de pesetas de las de entonces. No obstante, el pueblo estaba todavía conmocionado con la muerte de la joven Reina María de las Mercedes, y María Cristina no lo tuvo nada fácil para ganarse el favor de los españoles. De hecho, cuando la comitiva real volvía al palacio, los que pudieron verla destacaron en ella una actitud algo arrogante. Pronto, sin embargo, fue bautizada con el sobrenombre de ‘Doña Virtudes’.
La dote que dio la novia, trescientas cincuenta mil pesetas, le fue proporcionada por Francisco José I, ya que la madre de la futura Reina de España apenas contaba con recursos económicos. El ajuar de María Cristina, que fue confeccionado en París, fue un regalo de su futuro marido, Alfonso XII.
El mismo día de la boda, el 29 de noviembre de 1879, a las ocho de la mañana se reunieron en la plaza de la Armería las bandas de música de todos los cuerpos que componían la guarnición de Madrid. Después de ejecutar una diana, recorrieron la calle Mayor, la Puerta del Sol y la calle de Alcalá. En Madrid, se prohibió durante el día del enlace y las jornadas posteriores circular en carruaje por determinadas calles y se decretó que las personas que marcharan por lugares céntricos deberían hacerlo a pie.
El vestido de la novia
La novia lucía un magnífico traje de raso blanco con cola cuadrada y bordado de plata, hecho en Madrid. El manto, también de raso, llevaba bordadas flores de lis con hilo de oro además de dos hileras de encaje entre las cuales aparecían rosas blancas y flores de azahar. En Barcelona, por su parte, se confeccionaron las cuatro elegantes mantillas de blonda que formaban parte del trousseau regio.
Asistieron a la boda, la reina Madre Isabel II, la archiduquesa Isabel, las infantas doña María de la Paz, doña María Eulalia y doña Cristina; los embajadores y Cuerpo Diplomático acreditados en Madrid, los Ministros del Gobierno, así como los Capitanes Generales del Ejército.
El recorrido de vuelta al Palacio
A las dos y media de la tarde, concluida ya la ceremonia religiosa, la comitiva real emprendió el regreso al palacio de Oriente por los paseos Botánico y del Prado, la calle de Alcalá, la Puerta del Sol, la calle Mayor, la calle Bailén y la plaza de la Armería. La pareja correspondía a los saludos de las personas que acudieron a la capital española para ver a los jóvenes esposos. Hasta trescientas cincuenta mil personas siguieron el recorrido de la carroza real.
La iglesia donde se celebró el enlace matrimonial fue la Real Basílica de Atocha, y la hora, las doce y media de la mañana. Presidió la ceremonia el cardenal Benavides, patriarca de las Indias. Fueron padrinos de la pareja el archiduque Raniero, en nombre del Emperador de Austria, y la archiduquesa María.
Se proclamaron, como en la anterior boda del Rey, varios días de fiesta en las que hubo representaciones teatrales y, cómo no, los populares festejos taurinos de la época. María Cristina, a pesar de que no le gustaba la fiesta popular, tuvo que asistir a todos ellos para no caer en desgracia al pueblo. Al día siguiente del enlace, toda la Familia Real acudió a la representación que tuvo lugar en el teatro de la Opera para presenciar Los hugonotes.