Tras la emotiva ceremonia en la que el príncipe [Federico de Dinamarca] y la australiana [Mary Donaldson] se dieron el sí quiero y el posterior saludo de los recién casados en el balcón del [Palacio de Amalienborg], tanto los protagonistas de este día tan especial como sus cientos de invitados comenzaron poco a poco a dirigirse hacia los jardines del [castillo de Fredensborg], lugar escogido para la celebración del banquete y aperitivos.
En una preciosa carpa de 1.375 metros cuadrados instalada detrás de este palacio histórico (escenario habitual de las grandes celebraciones de la Familia Real danesa y poseedor de los jardines más grandes de Dinamarca), los distinguidos asistentes pudieron degustar un sabroso cóctel mientras terminaban de llegar los 428 invitados a esta segunda parte del enlace real.
Así, sobre las diez de la noche, todo estaba por fin listo para que el gran banquete nupcial diera comienzo. Sentados en elegantes sillas doradas y repartidos en largas mesas rectangulares, los ilustres comensales pronto se dispusieron a servirse ellos mismos los deliciosos manjares (tal y como manda el denominado servicio a la francesa en el que los camareros tan sólo se limitan a acercar las bandejas a las mesas para que sean los propios invitados quienes decidan qué comer y qué no) de un menú elaborado por el prestigioso chef Claus Meyer y que resultó ser muy innovador, además de exquisito.
De esta forma, el ágape comenzó con un timbal de marisco de los mares del Norte aderezado con una salsa de erizo de mar; a continuación se pudo degustar gamo asado con especias de los Reales Bosques con una guarnición de patatas de Samso y guisantes Parisienne;unos vol-au-vents de espárragos blancos daneses y, posteriormente, pollo de Bornholm con sidra. Todo ello regado por unos caldos de excepción: La Cigaralle du Prince Consort 2000, Cahors Château de Caïs 1996 En Magnum y un champagne Mercier Ceveé Frederik & Mary. Como postre, unas delicias de mousse de chocolate blanco.
La tradición danesa de no servir la tarta nupcial se ha mantenido también en esta ocasión, a pesar de las informaciones que apuntaban en un sentido contrario. En definitiva, un ágape de verdadero lujo, cuyo broche de oro lo pusieron los novios con el baile del tradicional vals, como no podía ser de otra manera.