María Amelia de Austria, la provocadora duquesa de Parma

Repasamos la vida de una mujer de gran belleza y fuerte personalidad que destacó por su modernidad entre la sociedad del S. XVIII

por hola.com

Como tantas otras damas de casas reales a lo largo de los siglos XVIII y XIX, la archiduquesa María Amelia de Austria (1746-1804) fue obligada a contraer matrimonio con el fin de favorecer los intereses familiares y robustecer las relaciones estratégicas entre las naciones. Pero si en el caso de muchas de sus homólogas esa boda forzada daría como resultado la desilusión y el desencanto, la Archiduquesa, al casar con Fernando de Borbón y Parma (1751-1802), no perdió ni un ápice de su fuerte personalidad. Mujer polémica, amante de los lujos, por un lado, y solidaria con los más desfavorecidos, por otro, la Archiduquesa – quien llegó a dar a luz a nueve retoños - fue el centro de innumerables rumores en las cortes de la época, en donde sorprendía su modernidad. Hoy pues repasamos la biografía de María Amelia de Austria, duquesa de Parma.

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Nace María Amelia el 26 de febrero de 1746 en el vienés Palacio Imperial de Hofburg, siendo la octava descendiente de la emperatriz María Teresa (1717-1780) y el emperador Francisco I del Sacro Imperio Románico Germánico (1708-1765). Entre sus quince hermanos, la joven María Amelia tendrá sobre todo afinidad con sus dos hermanas pequeñas: María Carolina (1752-1814), quien casaría con el rey Fernando IV de Nápoles y Sicilia (1725-1825) y la célebre María Antonieta (1755-1793) que, como es bien sabido, contraería matrimonio con el rey Luis XVI de Francia (1754-1793) y terminaría sus días siendo ejecutada en la guillotina en uno de los episodios más trágicos de la Revolución Francesa. Tanto María Amelia como sus hermanas crecieron muy apegadas a su madre, la Emperatriz, que supo inculcarlas por un lado el deber de estado y la necesidad de contraer matrimonio teniendo en cuenta los intereses dinásticos y, por otro, el amor por el arte y la estética. Sin embargo, mientras que sus hermanas se caracterizaron por su docilidad, María Amelia fue desde la más tierna infancia una muchacha rebelde que lograba provocar la ira de su madre, mujer de gran rectitud.

Con la llegada de la adolescencia, el carácter desobediente de María Amelia no se alteró en lo más mínimo, pero a él vino a unirse una llamativa transformación física que la convertiría en una de las jóvenes más atractivas de Austria, levantando la admiración en toda la corte. La joven, plenamente consciente de su belleza, comenzaría a disfrutar de las noches vienesas y a convertirse en un elemento indispensable de la alta sociedad de la época.

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Mientras, en tierras italianas, las autoridades parmesanas han comenzado la búsqueda de candidatas para casar el duque de Parma, el joven Fernando, quien había heredado el título de su padre, Felipe (1720-1765). Varios nombres se barajan, tales como María Beatriz de Este (1750-1829) o Batilde de Orleans (1750-1822). Llegada a oídos de la Emperatriz austríaca la intención de los de Parma de casar a su hijo, María Teresa, ávida de extender su poder en tierras italianas, decide postular a su hija María Amelia como posible novia. La propuesta, hecha al primer ministro parmesano Guillermo du Tillot (1711-1774) y sin contar con el visto bueno de su hija, es a ojos de los Duques irrechazable, una vez que la Archiduquesa les ofrece el Reino de los Países Bajos, a cambio pues de aceptar la mano de su hija más díscola.

Sin embargo, el plan de María Teresa de Austria encuentra un obstáculo notable, el hecho de que su hija María Amelia estaba por aquel entonces locamente enamorada del duque de Zweibrücken Carlos Augusto (1746-1795), con el que no solo mantenía un apasionado romance, sino con el que planeaba contraer matrimonio. La Emperatriz, entusiasmada con que su hija casara con la influyente y adinerada familia ducal parmesana, cortó por lo sano la relación y obligó a María Amelia a casar con don Fernando. La joven, completamente fuera de sí, se negó en rotundo a dejarse llevar al altar por un desconocido, si bien finalmente terminaría por dar su brazo a torcer y aceptar el proyecto de su madre, con la que, no obstante, nunca volvería a mostrar afecto alguno. La boda de la archiduquesa María Amelia y el duque Fernando terminaría celebrándose el 1 de julio de 1769 en el Palacio Ducal de Colorno.

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Quizás como muestra de rebelión ante lo que consideraba una injusticia, la ahora duquesa de Parma, lejos de amilanarse o sumirse en la tristeza, se muestra desde un primer momento desafiante, tanto en su comportamiento – no tenía el más mínimo problema en hablar en público de lo infeliz que era casada con un hombre al que no amaba y que le resultaba físicamente poco atractivo -, como en su atuendo y aspecto – utilizando fastuosos vestidos, no pocas veces con grandes escotes que llamaban la atención de todos los caballeros de la Corte, y maquillaje sensual, que provocaban el desdén, cuando no el rechazo, del sector más pacato de la sociedad parmesana -. Asimismo, María Amelia, en un gesto sumamente escandaloso para la época, decidió prescindir de sus damas de compañía, y sustituirlas por una camarilla de cortesanos de apenas veinte años con los que comenzó a explorar – la leyenda afirma que travestida - los ambientes nocturnos de la ciudad italiana. No es de extrañar que la vida de María Amelia se convirtiera en poco tiempo en el tema más candente de todas las cortes europeas.

La imagen de María Amelia en Parma fue, sobre todo, negativa. Los nobles de la ciudad la despreciaron, apuntando a su frivolidad y a su gusto por el lujo vacuo. Sin embargo, la Duquesa sí obtuvo la simpatía del pueblo llano y, especialmente, de los más oprimidos, a los que siempre ayudaba con dinero y con comida – durante sus grandes ágapes en Palacio, la Duquesa siempre ordenaba que se repartiera comida al mismo tiempo en las zonas más pobres de la ciudad -.

Por otro lado, todas las fuentes coinciden en que pese a que María Amelia y Fernando tuvieron una relación distante y en la que reinaba el rechazo mutuo, los dos se encargaron de construir una familia que, pese a lo que pudiera preverse, se caracterizó por el amor y el cariño por sus hijos. Y es que el matrimonio de los duques de Parma engendraría hasta nueve retoños, entre los que destacaría sobre manera, Luis (1773-1803), quien llegaría a ser Rey de Etruria y que casaría con la infanta María Luisa (1782-1824).

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En 1796 el Ducado de Parma sería invadido por las tropas de Napoleón. Pese a que el estadista galo permitió en primera instancia que los Duques mantuvieran sus títulos y honores, pronto comenzaron a ser tratados como meros bufones, hasta el punto de que llegarían a sufrir arresto domiciliario en 1801. Este periodo de decadencia culmina con la muerte del Duque en 1802, quien, según se cree, habría sido envenenado por los franceses. Durante la terrible agonía, el Duque tuvo tiempo de nombrar a su esposa como Regente del Ducado, en un último intento de mantener una cierta autonomía ante Napoleón. Sin embargo, éste decide anexionar Parma de forma definitiva, expulsando al exilio a la Duquesa, que termina en Praga, donde lleva una vida modesta al lado de dos de sus hijas. Desencantada – a la pérdida del Ducado se suma la muerte de su hijo Luis en 1803, víctima de una crisis extrema de epilepsia- y empobrecida, María Amelia muere a los 58 años de edad en el destierro. Sus restos descansan en la Catedral de San Vito de la capital checa, con la excepción del corazón, que se encuentra en la Cripta de los Corazones (Herzgruft, en alemán) de Viena.

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