María Sofía de Baviera, ‘la Reina guerrera’
María Sofía de Baviera (1841-1925) fue la última soberana del Reino de las Dos Sicilias a través de su matrimonio con Francisco II (1836-1894) y una de las mujeres más admiradas de su época gracias a su heroico comportamiento durante la defensa de su reino frente al acoso de las tropas lideradas por Giuseppe Garibaldi (1807-1882), que, sobre todo, se manifestó durante el llamado Sitio de Gaeta. Mujer de notable inteligencia, compasiva y firme al mismo tiempo –era capaz de ayudar hasta la extenuación a los heridos de guerra y de empuñar con habilidad una espada llegado el caso-, la vida de la reina María Sofía estuvo marcada por varias tragedias personales que, no obstante, no hicieron mella en su hercúlea personalidad. Esta es su historia.
Nace la futura Reina el 4 de octubre de 1841 en el Castillo de Possenhofen, en Baviera. Perteneciente a la dinastía de los Wittelsbach, era María Sofía uno de los once retoños del duque de Baviera Maximiliano José (1808-1888) y de la princesa Ludovica (1808-1892). Entre sus hermanos se encontraba la célebre Sissí (1837-1898), quien llegaría a ser Emperatriz de Austria o Carlos Teodoro (1839-1909), futuro padre de Isabel de los Belgas (1876-1965). La pequeña María Sofía, quien desde la más tierna infancia fue conocida por su gran belleza, pasaría una infancia idílica y despreocupada. Como ocurriera en el caso de sus hermanos, una vez llegada a la juventud, los Duques de Baviera intentaron que su hija casara de la forma más ventajosa posible para la familia.
El fin de la soltería de María Sofía no tardaría en llegar. A los dieciséis años, la hija de los Duques recibió la proposición de Francisco II, Duque de Calabria y Heredero al trono del Reino de las Dos Sicilias –formado por, a su vez, la unión de los reinos de Nápoles y Sicilia-. La motivación del Príncipe italiano era principalmente política, una vez que su padre, el rey Fernando II (1810-1859) buscaba congraciarse con el Emperador de Austria y Presidente de la Confederación Germana, Francisco José I (1830-1916), en la esperanza de recibir su ayuda en la lucha contra los republicanos italianos. Sea como fuere, el acuerdo de matrimonio de la bávara y el calabrés fue rápido, produciéndose la boda por poderes a los pocos meses. El matrimonio religioso se celebraría el 3 de febrero de 1859 en Bari.
Los jóvenes recién casados apenas pudieron disfrutar de su nuevo estado, una vez que el rey Fernando II fallece en mayo de ese mismo año, probablemente a causa de una herida de bayoneta mal curada, producida en un intento de asesinato años antes. Francisco y María Sofía se convierten así en Reyes de las Dos Sicilias en un momento político crítico por la amenaza de invasión por parte de Garibaldi y del ejército piamontés. Los nuevos Reyes, lejos de preocuparse de asuntos frívolos de la Corte, fueron los primeros en tomar la responsabilidad de defender sus posesiones frente a los revolucionarios.
La sucesión de acontecimientos fue rápida. En septiembre de 1860 los Reyes, temiendo que su resistencia a abandonar Nápoles condujera a un baño de sangre inocente, deciden abandonar la capital para trasladarse a Gaeta, una ciudad costera a ochenta kilómetros de la capital campana. Allí los Soberanos se encierran en la fortaleza de la ciudad acompañados de 12.000 hombres, dispuestos a plantar resistencia al ejército republicano de Garibaldi y del rey Víctor Manuel de Piamonte y Cerdeña (1820-1878), quien también se había unido a la causa de la unificación italiana. Durante el llamado Sitio de Gaeta sería cuando la leyenda de la reina María Sofía se extendería por toda Europa. La Soberana, dando muestras de una heroicidad fuera de lo común, acompañó incansablemente a los soldados mientras éstos repelían los ataques de los revolucionarios, compartiendo su comida, cuidando a los heridos, abrazando a los moribundos, dando ánimos a las tropas y arengándolas sin descanso. Multitud de anécdotas subrayan su extraordinario valor durante aquellos dramáticos momentos. Cuando los revolucionarios ofrecieron respetar la residencia de los Reyes de los ataques de artillería, la reina María Sofía replicó desafiante: “No necesito vuestro respeto. Adelante, disparadme. Yo solo soy una soldado más”. Pronto la gesta de la Reina recorrería el continente y la Soberana comenzaría a ser conocida con apodos como el de “El ángel de Gatea” o “La Reina guerrera” que la acompañarían por el resto de su existencia.
La resistencia numantina de los Reyes sin embargo no serviría para evitar su derrota. Humillados, los Soberanos se exilian en Roma, donde son acogidos por el Papa Pío IX (1792-1878). Allí los Reyes nombran un gobierno en el exilio y se embarcan en una labor diplomática ímproba para recuperar su reino. Unido al drama de haber perdido sus posesiones, la pareja afronta una serie de problemas personales que ponen en jaque la relación marital. Según diversos historiadores, el Rey habría sufrido de una fimosis aguda. Ésta sería la razón de que la Reina, en su periplo romano, se echara a los brazos de un guardia papal, llamado Armando de Lawayss, del que quedaría embarazada. Horrorizada ante la posibilidad de que su marido supiera que había mantenido un idilio extramarital, la Reina, fingiendo una enfermedad, se trasladó a su Baviera natal. El 24 de noviembre de 1862 daría a luz a una niña que sería entregada de forma inmediata, y con la promesa de que el secreto nunca fuera revelado, a la familia Lawayss. La Soberana, destrozada –a partir de aquellos momentos sufriría graves periodos de melancolía y profunda tristeza-, regresa a Roma.
Acosada por los remordimientos, la Reina es incapaz de mantener el secreto de su infidelidad y posterior maternidad y decide revelárselo a su marido a los pocos meses. Lejos de suponer el fin del matrimonio, la confesión hizo ver al Rey la necesidad de ponerse en manos de los médicos, con el objeto de poder tener una relación matrimonial normal. Finalmente, y tras entrar en quirófano el Soberano, los Reyes engendraron a una niña, María Cristina Pía (1869-1870), nacida el 24 de diciembre de 1869. La felicidad de la pareja fue momentáneamente mayúscula. Sin embargo, apenas tres meses después, la pequeña fallecía dejando a sus progenitores sumidos en la más profunda de las tristezas. No serían los últimos varapalos a los que tendría que hacer frente la reina María Sofía. Dos de sus hermanas fallecerían de forma trágica: Sofía Carlota en 1897 en un incendio en París y Sissí en 1898, asesinada por un anarquista.
En 1870 Roma cae en manos de los revolucionarios y los Reyes se ven obligados a huir a Baviera, tierra natal de la Soberana. En tierras bávaras los Reyes intentan mantener encendida la llama de su reino arrebatado. El Rey muere en 1894 sin haber visto cumplido su sueño de regresar a Nápoles como Rey repuesto. La Reina viuda persiste en su lucha y, según varias fuentes, habría estado envuelta en un complot que terminaría con el asesinato del rey Humberto I (1844-1900) a manos del anarquista Gaetano Breschi (1869-1901). En tiempos de la I Guerra Mundial la Reina se puso del lado del Imperio Germánico con la esperanza de que una derrota italiana la devolviera al trono en el hipotético caso de la restauración del Reino de las Dos Sicilias. La victoria de los aliados, que significaba la consolidación definitiva del Reino de Italia y de la figura del rey Víctor Manuel III (1869-1947), sería el fin de sus esperanzas de poder. Desilusionada, la Reina pasaría los últimos años de su vida en Múnich, donde moriría el 19 de enero de 1925. Sus restos mortales descansan, junto a los de su marido, en la Basílica de Santa Clara de Nápoles.