Isabel de Rusia, entre la sofisticación y el deber de estado
Elizaveta Petrovna (1709-1762), Emperatriz de Rusia desde 1741 hasta su muerte, conjuga en su persona los dos extremos característicos de los monarcas del siglo XVIII: por un lado su afán de convertir a Rusia en una potencia hegemónica —no solo en el terreno militar, sino también en el cultural, habida cuenta de que a ella se deben la creación de instituciones como la Universidad de Moscú y la Academia de las Artes de San Petersburgo—y, por otro, el gusto extremo por la ostentación y la opulencia. Además en el caso de la emperatriz Isabel, pese a morir soltera y sin descendencia, se añade una vida sentimental especialmente azarosa. En este artículo repasamos su vida.
Nace Isabel de Rusia en Kolomenskoye, a las afueras de Moscú, un 18 de diciembre de 1709, siendo la segunda hija de Pedro el Grande (1672-1725) y Catalina I (1684-1727). Ya desde pequeña, y por herencia de su madre, una mujer muy coqueta, la joven Isabel desarrolló una acusada querencia por el cuidado de su físico y por la elección de sus vestidos. Es conocido que contado con ocho años de edad, recibió a su padre, que regresaba de un viaje al extranjero, con un espectacular vestido de reminiscencias españolas y con diamantes decorando sus cabellos, llamando así la atención de propios y extraños. No obstante, la educación de la futura Emperatriz no fue dejada de lado, como demuestra el hecho de que hablara un perfecto francés y unos más que correctos alemán e italiano, además de tener un profundo conocimiento del protocolo francés. La Emperatriz seria de hecho conocida por conjugar en su persona la tradición rusa —fue una gran devota de la iglesia ortodoxa y una defensora a ultranza de la cultura tradicional rusa—, y el cosmopolitismo —la Emperatriz siempre estaba al tanto de lo que acontecía en la sociedad parisina y gustaba de organizar bailes a la francesa.
El padre de Isabel intentó por todos los medios que su hija contrajera matrimonio con Luis XV de Francia, quien rechazaría la oferta —finalmente casaría con la polaca María Leszczynska en 1725. Una vez descartado el Rey como posible marido, se barajaron varios nombres dentro de la corte gala, tales como Duque de Chartes, el embajador Jacques de Campredon o el Duque de Borbón, si bien ninguno llegó a buen puerto. Pedro el Grande moriría de hecho sin haber visto a su querida Isabel unida en matrimonio.
Pese a su gran belleza —según una crónica de la época era “rubia, no muy alta, pero de figura esbelta, una cara dulce, una complexión maravillosa, grandes ojos azules y un escote portentoso”—, la suerte no acompañó a la futura Emperatriz. En 1727 se comprometió con Carlos Augusto, hermano del duque Carlos Federico de Holstein-Gottorp, pero éste moriría de forma súbita a los pocos días del anuncio del compromiso. Los consejeros de la corte moscovita se afanaron por encontrar un candidato para Isabel —entre ellos el príncipe Jorge de Inglaterra, el infante Manuel de Portugal, el infante Don Carlos de España, el Duque Ernesto Luis de Braunschweig, Maurice de Saxe, el príncipe Fernando de Courland o incluso el Nader Shah de Persia— pero, por diversas razones, todos ellos terminaron en fracaso. Tal era la desesperación en Palacio porque Isabel abandonara la soltería que se llegó a planear un matrimonio de la futura emperatriz con su sobrino, el emperador Pedro II (1715-1730), posibilidad que fue de inmediato rechazada por la iglesia ortodoxa que no veía bien una unión marital consanguínea.
Mientras se desarrolla esta búsqueda de un marido idóneo para la joven Isabel, la situación política en Rusia se complica. Durante el reinado de Pedro II y de Ana (1693-1740), la posición de Isabel fue cómoda dentro de la corte. Sin embargo tras el fallecimiento de su prima y el establecimiento de la regencia de Ivan VI (1740-1764), Isabel cae en desgracia. La regente Anna Leopoldovna, sospechando las ambiciones de Isabel, amenaza con desterrarla a un convento. Isabel, ayudada por el embajador de Francia y por miembros descontentos de la Corte, decide dar un golpe de estado en 1741 y arrebatarle la Corona a Ivan. Pese a la gran tensión que se vive durante esos momentos —el Emperador y sus padres son arrestados—, el golpe fue totalmente incruento. Isabel se convierte así en Emperatriz de Rusia.
La Emperatriz comienza una profunda renovación del sistema político ruso, reinstaurando el Senado como institución más alta de gobierno. Asimismo, durante el reinado de Isabel, Rusia llevó a cabo una política de expansión territorial, anexionándose una parte de Finlandia. Al mismo tiempo, la Emperatriz daba rienda suelta a sus aficiones, especialmente su obsesión por la moda y sus dotes de anfitriona de fastuosas fiestas. La Emperatriz atesora en este tiempo 15.000 vestidos, 1.000 pares de zapatos y cientos de joyas de valor incalculable. Las crónicas apuntan a que Isabel de Rusia llegaba a cambiarse de atuendo siete veces al día y que los importadores de tejidos estaban obligados a pasar por Palacio antes de poner en venta sus productos. La suntuosidad de la Emperatriz se contagia a toda la Corte. Nunca en Rusia las mujeres y los hombres de la aristocracia habían vestido con tanto lujo. Los embajadores extranjeros describen las fiestas en Palacio como auténticos espectáculos de belleza y boato nunca vistos antes en el continente.
No solo de moda se componía la vida de la Emperatriz. Descartado el matrimonio por su, para los estándares de la época, edad avanzada, la Emperatriz no renunció sin embargo al amor. La Emperatriz tuvo un gran número de amantes, a los que ella llamaba “mis favoritos”. Antes de llegar el trono, la Emperatriz había mantenido un romance con el general Alexander Buturlin, quien sería apartado de la corte por Pedro II. Tampoco aprobó éste el romance de Isabel con Semyon Naryshkin. Durante el reinado de Ana, Isabel comienza un affaire con Alexei Shubin, un simple paje de la Corte. La Emperatriz rechaza la relación y envía a Shubin a Siberia. Isabel queda desolada. Sin embargo, se repone pronto y se enamora de Alexei Razumovski, un cantante con el que se llegó a rumorear que había contraído matrimonio en secreto. Ivan Shuvalov y Nikita Bekatov completan la lista de los favoritos de la Emperatriz.
Para una mujer obsesionada con su físico, la vejez no pudo ser más que un calvario. La Emperatriz prohibió que se hicieran comentarios positivos sobre el aspecto de otras mujeres en su presencia. En más de una ocasión y llevada por la furia, Isabel destroza en público con unas tijeras el vestido de alguna visitante. En otras, la Emperatriz abofetea a algún miembro femenino de la nobleza por su exultante belleza. Isabel solo quiere oír que es la mujer más bella y elegante de Europa. Poco a poco su salud se deteriora y sufre síncopes de forma regular. El Día de Navidad de 1761, la emperatriz Isabel fallece. En su capilla ardiente, así lo cuentan los testigos, la Emperatriz aparece “en un espectacular vestido de color plata y una corona de oro sobre su cabeza”. En definitiva la emperatriz Isabel de Rusia quiso abandonar este mundo con el mismo lujo con el que vivió.