La emperatriz Michiko, la plebeya que ha acercado la Familia Imperial al Japón contemporáneo
Acaba de cumplir 80 años, rompió con tradiciones seculares al ejercer de esposa y madre, y modernizó la Corte
Tras los espesos muros de piedra del Palacio Imperial que se levanta en el centro de Tokio habita sobre todo la tradición. Una tradición secular que ha mantenido inalterables durante siglos los protocolos, los valores y el funcionamiento de la Corte. Pero en los últimos tiempos, muchas cosas han cambiado alrededor del Trono del Crisantemo que representa el milenario imperio del sol naciente. Y gran parte de la culpa la tiene una mujer. Una mujer que nació plebeya y que fue la primera en más de mil años, mil, en entrar por amor y no por nacimiento en la Familia Imperial de Japón. Esa mujer ha cumplido 80 años esta semana y es la emperatriz Michiko.
Cuentan algunas revistas japonesas del corazón que cuando el príncipe Akihito vio a la señorita Michiko Shoda se enamoró de ella a la primera mirada. Corría el año 1957 y empezó así una historia de amor que iba a transformar a una joven burguesa educada en el catolicismo en Princesa heredera, primero, y después en Emperatriz del Imperio de Japón, un hecho sin precedentes en la historia nipona.
Ese primer encuentro tuvo lugar en Kuraizawa, en los denominados Alpes japoneses, en una exclusiva urbanización en la que se organizó un campeonato de tenis en el que participó el entonces príncipe Akihito. Michiko jugaba allí todos los fines de semana y fue durante ese campeonato y en esas canchas donde se produjo el flechazo.
Michiko era hija de un millonario industrial harinero, pero no dejaba de ser plebeya, no tenía sangre imperial, y además había recibido una educación católica. Lo que los japoneses llamaron con el tiempo “el romance en el campo de tenis” tuvo que vencer muchas barreras para salir adelante. Los burócratas de la Casa Imperial no veían con buenos ojos que una joven de ese perfil pudiera convertirse en miembro de la Familia Imperial cuya cabeza, el emperador Hirohito, acaba de renunciar ni más ni menos que a la divinidad transmitida por la religión sintoísta.
Pero el joven Akihito se atrevió a retar a una tradición de 2.600 años y anunció su deseo de casarse con Michiko. La maquinaria para encontrar al príncipe una esposa entre la nobleza emparentada con la Familia Imperial ya se había puesto en marcha para entonces y, lo que es peor, estaba dirigida por la que sería una gran oponente a esta relación, nada menos que la madre de Akihito, la emperatriz Nagako. Sin embargo, la joven pareja ya se había ganado mucho apoyo popular e incluso el respaldo de cierta clase política gobernante en aquellos años que era favorable a los cambios y la modernización.
El matrimonio entre Akihito y Michiko precisó la autorización del Consejo de la Casa Imperial, pero se celebró finalmente el 10 de abril de 1959. La boda, seguida por 15 millones de personas por televisión y más de 500.000 personas en las calles de Tokio, supuso un acercamiento más que notable de una de las cortes más herméticas del mundo a la clase media del país.
Los Príncipes pronto darían ejemplos de que soplaban nuevos aires en el seno de la Familia Imperial. Michiko empezó a romper tabúes y pronto llegaron las críticas… Por su forma de vestir informal, por llevar guantes que no tapaban hasta los codos, por instalar una cocina en sus dependencias que ella misma usaba o por haber salido en la prensa en una foto con su primer hijo recién nacido en brazos, en una labor que, supuestamente, debía haber sido hecha por el servicio doméstico de la corte. En esos primeros años de casada, Michiko seguía siendo “la primera” en casi todo lo que hacía… Y ello le suponía ganarse la hostilidad y la antipatía de los círculos más rancios de la corte, incluida su propia suegra, la Emperatriz. También se ganó alguna que otra reprimenda del mismísimo emperador Hirohito.
Los tres hijos del matrimonio fueron los primeros príncipes en ser amamantados o en ser bañados por su madre, quien también fue pionera en supervisar personalmente su formación, una educación más abierta y liberal que la de sus predecesores, con estudios universitarios en Oxford y con una vida de actividades sociales relativamente abierta fuera de los muros de palacio.
Aunque Michiko contó en todo momento con el apoyo de su esposo, el príncipe Akihito, ella tuvo que hacer frente a ese conservadurismo feudal de la corte de un país donde la mujer tiene casi siempre un papel secundario. Su determinación a la hora de ejecutar los cambios, desencadenó una relación muy tensa con la Casa Imperial y muchas críticas de algunos medios de comunicación. Todo ello fue el origen de sus problemas psicológicos: primero con grandes crisis nerviosas; después, enmudeciendo durante un año. En opinión de los especialistas que la atendieron, la Emperatriz optó por el silencio como medida de protesta contra el cautiverio que había tenido que soportar en palacio. Estas crisis nerviosas, superadas en su momento, se han visto reproducidas recientemente con síntomas diversos y, según sus doctores, siempre debidas a estrés psicológico.
Amante de la música y la poesía, la Emperatriz de Japón se relaja tocando el arpa en las veladas familiares dedicadas a la música. Como pianista ha demostrado ser una gran concertista incluso. Por todos es sabido, además, que los miembros de la Familia Imperial disfruta tocando todos juntos. El Emperador toca el violonchelo, la Emperatriz el piano y el príncipe Naruhito es un gran violinista.
Como poetisa -afición que adquirió en su época de estudiante en la escuela católica del Sagrado Corazón-, la Emperatriz es autora de una ingente cantidad de poemas. Su obra está escrita en waka, una composición poética que se remonta al siglo VI de nuestra era y que fue desarrollada por aristócratas en una época de grandes conmociones políticas y sociales. Michiko emocionó a las madres de todo Japón cuando escribió una poesía titulada Nana del árbol de la seda, al nacer su primer hijo.
De la Emperatriz de Japón, su pueblo espera que sea la encarnación de valores como la modestia y la pureza. Michiko lo ha cumplido y ha demostrado además un fuerte sentido del deber, lo que le ha hecho muy popular entre sus súbditos. Tanto ella como el Emperador han dado grandes pasos para que la Familia Imperial sea más cercana a los ciudadanos, más visible y más accesible en el Japón contemporáneo. Aunque queda mucho por hacer, como se puso de manifiesto cuando el país vivió un atisbo de crisis sucesoria y se intentó cambiar la ley para que la nieta de los emperadores, la princesa Aiko, pudiera heredar el trono a pesar de ser mujer. El nacimiento de un nieto varón detuvo la crisis, pero ya se habían puesto de manifiesto las numerosas reticencias de muchos poderes fácticos a la modernización plena de la institución.
Aunque la figura del emperador ya sólo tiene funciones simbólicas y de representación como Jefe de Estado, su aura inviolable sigue concitando un respeto reverencial en su pueblo. Tanto Akihito como Michiko gozan hoy de ese cariño.
Es tradición que cuando un miembro de la Familia Imperial cumple años emita un mensaje a sus súbditos. La Emperatriz lo ha hecho coincidiendo con su 80 cumpleaños. En su mensaje, además de hacer un llamamiento por la paz en el mundo, ha querido compartir algunos sentimientos personales y ha expresado su aprecio por Akihito, quien "siempre se ha mostrado modesto y humilde", según ella. "Siempre nos ha guiado, tanto a mi como a los niños (los príncipes), a veces de manera estricta, pero siempre con generosidad", añade. "Creo que esto me ha permitido llegar a donde estoy", asegura Michiko al revisar sus 55 años de matrimonio.
Sin duda la Emperatriz ha querido aprovechar esta ocasión para realizar un balance de su vida y agradecer a su esposo el apoyo brindado en su difícil tarea de ser esposa y madre antes que princesa o emperatriz, y de superar muchos de los corsés y ataduras de las cortes de los samuráis para adaptarlas al siglo XXI. Por ello pasará a la historia la “señorita Michiko Shoda”.