Considerado como uno de los acontecimientos claves que condujeron al estallido de la Revolución Francesa en 1789, el llamado “Asunto del collar” fue ante todo un gran varapalo para la imagen pública de la institución monárquica francesa en general, y para la reina María Antonieta (1755-1793) en particular. ¿Cómo un espectacular collar de 647 diamantes y 2.800 quilates se convirtió en un elemento relevante en el rumbo de la historia de Francia?
Nos encontramos en 1784. Louis René Édouard de Rohan (1734-1803), Cardenal de Francia y miembro de una de las familias aristocráticas más antiguas del país, intenta hacerse un hueco en la corte de Versalles. Su mayor obstáculo es la madre de la Reina, María Teresa, que siempre le ha considerado frívolo y en exceso trivial y que sempiternamente ha impedido que accediera al círculo de amistades más cercano a la Reina. Ésta, María Antonieta de Francia, aconsejada por su progenitora, ha evitado a Rohan durante diez años, pese a los intentos de éste, fascinado por la belleza de la soberana, de tener una audiencia con ella, con la esperanza de, así, alcanzar el núcleo de poder galo.
Es en este momento en el que aparece un nuevo personaje en la trama: Jeanne de Valois-Saint-Rémy, Condesa de Lamotte (1756-1791), perteneciente a una familia de alcurnia pero económicamente venida a menos en los años precedentes al caso. Aunque carecía de fortuna personal, la Condesa había sabido obtener el favor de las familias nobles, y especialmente el de la princesa Isabel de Francia, hermana del Rey, que le apoyaba regularmente con partidas de dinero. La joven Condesa no había pasado desapercibida a los ojos del cardenal Rohan quien, de hecho, en poco tiempo comenzaría una relación con ella. Durante sus encuentros íntimos la Condesa, que jamás había estado cerca de la Reina, mentiría sobre su posición en la corte, jactándose de ser persona afín a la soberana e incluso de ser su amante. Rohan le confiesa que su sueño sería conocer en persona a María Antonieta. La Condesa de Lamotte ve en ese instante la oportunidad de enriquecerse con la ambición del Cardenal, urdiendo un plan en torno a un collar con el que abandonar definitivamente sus penurias económicas.
En los meses previos al escándalo la Condesa de Lamotte había conocido en la corte a un joyero, llamado Charles Boehmer, que le había pedido que intermediara directamente con la Reina para que ésta adquiriera un espectacular collar de diamantes que el joyero había elaborado para Madame du Barry, amante de Luis XV. La muerte del Rey en 1774 había significado el ostracismo de Du Barry y con él la negativa de la Corte a pagar la pieza, de una belleza y valor espectaculares –se estima que el collar costaría actualmente una cifra aproximada a los 80 millones de euros. La leyenda dice que la propia Reina había rechazado el collar afirmando que Francia necesitaba más “un navío que una joya”. En cualquiera de los casos, la Condesa de Lamotte, lejos de intentar entrevistarse con la soberana, acude a su amante Rohan para comunicarle que la Reina desearía comprar de forma secreta el collar, sugiriéndole además que si quiere ganarse su simpatía debería ser él el que intermediara en la operación. Rohan, convencido del relato de su amada, se dirige de inmediato a Boehmer que, con la esperanza de que la Reina pague la carísima pieza, no duda en suministrarle el collar.
El Cardenal se la entrega a continuación a la Condesa con la idea de que ésta a su vez se lo haga llegar a la Reina. Sin embargo la Condesa de Lamotte jamás haría entrega del collar a la soberana sino que se lo daría a su marido para que lo vendiera en Londres, solucionando así sus problemas financieros. Entretanto Rohan recibiría innumerables cartas supuestamente escritas por la Reina –manuscritas en realidad por la Condesa– en la que ésta le prometía recompensarle en breve por su acción. Durante los primeros meses Rohan no cabía en sí de gozo. Su ambición de convertirse en un miembro prominente de la Corte de Versalles parecía estar cada vez más cerca de hacerse realidad.
Sin embargo el paso de los meses y el silencio de Palacio comienzan a hacer mella en Rohan que finalmente pide a la Condesa que le ofrezca una prueba fehaciente del interés de la Reina por su persona. La Condesa de Lamotte, cada vez más preocupada de que su intriga saliera a la luz, busca a una sosias de la Reina y la encuentra en una prostituta, Madame d’Olivia, de sorprendente parecido a María Antonieta de Francia. En una noche de verano de 1784 Lamotte organiza un encuentro en los Jardines de Versalles entre la falsa Reina y Rohan. Madame d’Olivia aparece en la cita con un velo y obsequia a Rohan con una rosa. Rohan abandona los jardines convencido de haber conocido a la Reina. Entretanto el joyero Boehmer comienza a impacientarse por la tardanza del pago del collar. Finalmente decide enviar la factura a Versalles donde es recibida con estupefacción. La Reina convoca a Boehmer en Palacio y éste le informa de que Rohan había sido el intermediario en la compra. La reina María Antonieta ordena la inmediata detención del Cardenal y su enjuiciamiento.
El juicio contra Rohan, la autoridad eclesiástica más importante de Francia, conmocionó a la sociedad francesa. Los cargos contra el Cardenal fueron los de crimen de lesa majestad y de insulto a la dignidad de la Reina. Rohan mantuvo siempre que se había reunido con la Reina en Versalles, mientras que la Condesa de Lamotte afirmó que el collar estaba en manos de la soberana y que era ésta la que estaba detrás de toda la trama. El efecto sobre la reputación de la reina María Antonieta fue gravísimo. Mientras la nación se enfrentaba a una más que posible bancarrota, la élite del país parecía haber estado contendiendo por la compra de un oneroso collar. La opinión pública resaltó la frivolidad del comportamiento de los asiduos de la Corte y sus intrigas palaciegas.
Finalmente el dinero y los contactos en la aristocracia, salvaron a Rohan de la cárcel –lo que supuso un revés para los Reyes, que habían señalado al Cardenal como cerebro del escándalo–, no así a la Condesa de Lamotte que, quizás como cabeza de turco, fue condenada por robo y encarcelada. Además sería azotada públicamente y marcada con un hierro candente. Mientras estas torturas acontecían la Condesa no cesaba de gritar “¡Es la Reina la que se merece este castigo y no yo!”. Pasado un año la Condesa consiguió escapar de prisión y huir a Londres donde escribiría sus memorias, en las que cargaría con inquina contra la reina María Antonieta. Su popularidad en Francia fue en ascenso mientras el crédito popular de la Casa Borbón se desvanecía hasta el estallido de la Revolución. En 1791 la Condesa fallecería en la capital de Támesis en un accidente que muchos pusieron en duda, apuntando a un posible asesinato de grupos monárquicos franceses instalados en tierras británicas.