Consejos para celebrar una boda en invierno

La luz natural o la oferta gastronómica son algunos de los puntos fuertes de la temporada baja

Por hola.com


Novia de invierno 'by' Karl Lagerfeld, para Chanel


Ahorrarse un pellizquito gracias a la temporada baja es uno de los motivos que más enumeran los novios que deciden casarse en las épocas de otoño o invierno. Un momento del año menos popular que los meses que van de mayo a septiembre, pero que también tiene su encanto sobre todo si se organiza con mucho cariño, teniendo en cuenta las particularidades de la estación.

Las bodas de invierno son especialmente populares fuera de nuestras fronteras -muestra de ello es la edición invernal de la New York Bridal Week-, aunque cada vez van ganando más adeptos también entre las parejas españolas. Los fotógrafos lo agradecen: en esta época del año, el sol incide en un ángulo menor que durante el verano, dando como resultado fotos más bonitas, y eso sin contar con el efecto del agua o la nieve si el tiempo no acompaña.

Las bodas fuera de temporada también las agradecen los invitados: quizás no a la hora de escoger el traje o vestido más adecuados (a veces es necesario un abrigo en lugar de una pashmina, y no es tan habitual tener un fondo de armario de fiesta con prendas adaptadas al frío), pero sí a la hora de recordar nuestro día. Un enlace en pleno diciembre no se olvida tan fácilmente como uno celebrado en un mes de junio.

Además, las bodas celebradas en otoño e invierno cuentan con el añadido de poner al alcance la pareja un sinfin de posibilidades tanto a la hora de elegir dónde casarse (si la Iglesia de tu elección suele tener lleno su calendario es muy posible que te resulte más fácil encontrar fechas libres fuera de la temporada alta), así como el espacio para celebrar el convite. Fundamental, eso sí, tener en cuenta el horario: en los meses de invierno oscurece antes, y es importante aprovechar al máximo las horas de luz y así alargar virtualmente el día.

A la hora de escoger la ambientación, la naturaleza juega un papel fundamental, especialmente en las bodas de septiembre a noviembre, cuando el calor del sol aún permite disfrutar del exterior. Aprovecha las gamas de color disponibles (ocres, dorados y nácar, además de las gamas de verdes y rojos), y no pierdas de vista la oferta gastronómica de la temporada, confeccionando un menú en el que abunden la caza o los pescados al horno, las cremas calentitas y las guarniciones con verduras y hortalizas propias de la estación. Castañas, boniatos, calabaza, patata... llenos de sabor y también de color.

A la hora de suplir la escasez de horas de sol, es importante reforzar la luz del espacio con otras fuentes de luz natural, como velas y candiles, que pueden formar parte de los centros de mesa. Remátalos con plantas de hoja persistente, semillas o frutos silvestres. El detalle final: el vestido de la novia, preferiblemente de manga larga -apúntate a la moda del vestido t-shirt para asegurarte un look diez de lo más calentito-, acompañado de accesorios de invierno, como estolas o chales de plumas o piel de pelo.

Importante, eso sí, prescindir del velo largo, para evitar lidiar con él si se presenta lluvia o nieve: apuesta por las diademas de joyería, los tocados o los velos de estilo fifties.