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Han tenido que vender la casa, ya no viven sus padres, Lola y Antonio, ni su hermano. Imposible, por lo tanto, recuperar los veranos pasados bajo los naranjos, los paseos por las calles estrechas del casco viejo oliendo a azahar, mezclándose con los marbellíes de toda la vida, disfrutando de los chiringuitos.
A pesar de la tristeza y de las grandes ausencias, las hermanas Flores, Lolita y Rosario, no han dejado de llevar a sus hijos, Lena, Guillermo y Lola, a este reducto de la Costa del Sol para que no pierdan contacto con la memoria familiar.
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