Pasional donde las haya, Carmen, de raza y de fuerza, huye de tibiezas, medias tintas e inseguridades. Mujer de grandes amores (y desamores), que evita eufemismos y fiel a sus principios, no le tembló el pulso cuando el verano pasado se dio cuenta que debía cerrar un capítulo del libro de su vida. Dio un giro radical. Y lo hizo por honestidad con sus sentimientos. Sin importarle el qué dirán, comenzó una nueva vida poco después de la boda de su hijo, Luis Alfonso. Entonces rompió con Roberto Federici, dejó París y regresó a la Sevilla de su alma. Pero no como esperaba. Las cosas se torcieron, los planes no salieron tal y como quería y se volvió a refugiar en París.
Luego, cuando amainó el temporal mediático que se levantaba a cada uno de sus pasos, reflexionó sobre su vida, su momento y su futuro. Ahora va y viene. Pero se queda más que se va. Y existe un motivo de peso. Mucho más allá de la comentada posible reconciliación con el arquitecto italiano que para ella ese amor es ya historia y amistad hay una nueva razón para que sus estancias se prolonguen cada vez más. Esa razón tiene nombre y apellidos: José Campos.
Ni ella se imaginaba que su vida daría un nuevo vuelco, que el verano la sorprendería con un nuevo amor. Carmen Martínez-Bordíu sale desde hace unas semanas con el empresario cántabro José Campos, propietario del restaurante y sala de arte Galería Culturas, de Santander, donde además tiene un club de paddle. El que fuera campeón de España Internacional de salto de longitud envergadura no le falta ha conquistado el corazón de Carmen, que vive feliz este nuevo amor. De nuevo, fiel a sus principios, vive el momento con toda intensidad. No se preocupa por el futuro. Exprime el día a día, el presente con toda su fuerza.