Rocío Jurado y José Ortega Cano nos reciben en 'Yerbabuena'
Aunque tienen, y mantienen, nueve casas abiertas entre España y América, como corresponde al resplandor de dos leyendas en ejercicio, la verdad es que "Yerbabuena" es su sitio ideal, sin género de dudas. Porque, además de ser el Sur, a cuarenta kilómetros de Sevilla, más allá del hermoso pueblo blanco de Castilblanco, lo es por muchas razones. La primera, porque es una finca guapa, grande, abierta, hermosa, reconstruida por ellos con esfuerzo y amor, y porque, además, aquí pueden disfrutar de una privacidad y un espacio soñado y deseado durante todo el año.
Es por eso que Rocío Jurado, de blanco, espléndida con su abanico de mano, y José Ortega Cano, su esposo, torero por la gracia de Dios, aunque el verano es un tiempo de mucho movimiento -malo es que los que en esto estamos tengamos un agosto tranquilo- están pasando unos largos días del corazón de agosto en el cortijo, en compañía de su hija Gloria, tan linda, tan lista, mezcla de ángel y libélula, con siete años recién cumplidos, que me trae a la mesa del desayuno limones frescos y verdes, del árbol que un día -el día de la boda precisamente- les trajo en mano Paloma San Basilio y que hoy ya dan sombra y zumo. "Aquí es que estamos muy bien, aunque desde aquí tengamos que salir para Dios sabe dónde, porque ya es que no hay distancias.
Dos vacas de su cosecha
El torero, por ejemplo, que no para de atender al teléfono, acaba de cuajar un toro, estos días atrás, estupendo, como en sus mejores tiempos, en Marbella, y por el momento, en Palma de Mallorca, en Herrera del Duque, en Extremadura, y el sábado en Játiva. Eso en una semana; mientras tanto, se entrena, de capote, al sol de los recientes jardines que dan sobre el paisaje, y de paso como esta misma noche. El solito, cuerpo a cuerpo, se va a torear dos vacas de su "cosecha", de su hierro, que tiene la "Y" de "Yerbabuena". Ahí mismo, en la plaza con un albero de oro bajo el sol, de plata bajo la luna, que además es tiempo de lluvia de estrellas, los días de San Lorenzo, las Perseidas serán sus espectadoras en su barandal del cielo.
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Es por eso que Rocío Jurado, de blanco, espléndida con su abanico de mano, y José Ortega Cano, su esposo, torero por la gracia de Dios, aunque el verano es un tiempo de mucho movimiento -malo es que los que en esto estamos tengamos un agosto tranquilo- están pasando unos largos días del corazón de agosto en el cortijo, en compañía de su hija Gloria, tan linda, tan lista, mezcla de ángel y libélula, con siete años recién cumplidos, que me trae a la mesa del desayuno limones frescos y verdes, del árbol que un día -el día de la boda precisamente- les trajo en mano Paloma San Basilio y que hoy ya dan sombra y zumo. "Aquí es que estamos muy bien, aunque desde aquí tengamos que salir para Dios sabe dónde, porque ya es que no hay distancias.
Dos vacas de su cosecha
El torero, por ejemplo, que no para de atender al teléfono, acaba de cuajar un toro, estos días atrás, estupendo, como en sus mejores tiempos, en Marbella, y por el momento, en Palma de Mallorca, en Herrera del Duque, en Extremadura, y el sábado en Játiva. Eso en una semana; mientras tanto, se entrena, de capote, al sol de los recientes jardines que dan sobre el paisaje, y de paso como esta misma noche. El solito, cuerpo a cuerpo, se va a torear dos vacas de su "cosecha", de su hierro, que tiene la "Y" de "Yerbabuena". Ahí mismo, en la plaza con un albero de oro bajo el sol, de plata bajo la luna, que además es tiempo de lluvia de estrellas, los días de San Lorenzo, las Perseidas serán sus espectadoras en su barandal del cielo.