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Durante todo el día nuestros pies permanecen encerrados dentro del calzado. Esto hace que se contraigan, acomodándose al espacio que le delimitamos. Como ocurriría con una raíz, el pie busca primero asentarse sobre la zona que ocupa, y eso se traduce en una contracción muy negativa para nuestros músculos y tendones, adhiriéndose con más fuerza sobre los huesos, perdiendo inervación sanguínea y nerviosa.

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