Los datos sobre la incidencia de los casos de alergia en la población no dejan lugar a dudas: la prevalencia de las enfermedades alérgicas ha aumentado notablemente en los últimos 40 años. Actualmente, entre un 10% y un 25% de la población en los países industrializados padece rinitis alérgica, y el diagnóstico de asma se ha incrementado entre un 4% y un 10%. Tenemos los datos, pero hay que pararse a reflexionar y buscar posibles explicaciones. Los expertos llevan años buscándolas. “Hace décadas era una enfermedad poco frecuente. Ahora la alergia a pólenes puede afectar hasta al 40% de la población y curiosamente, pese a que hay más pólenes en el ámbito rural, los que se hacen alérgicos son los habitantes de las ciudades, donde se mezclan pólenes y contaminación”, comenta la doctora Pilar Mur, jefa de Alergología del Hospital de Santa Bárbara de Puertollano. La contaminación es, pues, un factor más que determinante en dicho aumento.
La doctora Mur indica que históricamente ha habido un cambio en la composición de los contaminantes ambientales: se ha pasado de la contaminación derivada de la combustión del carbón motor de la Revolución Industrial, en la que predominaban el dióxido de azufre y las partículas de polvo pesadas, a otra derivada de la combustión del petróleo, que comprende dióxido de nitrógeno, ozono, componentes volátiles orgánicos y partículas. De estas, destacan las de emisión diésel, tan habituales en los coches de nuestras ciudades. Mientras que el primer tipo de contaminación se relaciona con problemas inflamatorios e irritativos, el segundo lo hace más con la patología alérgica.
¿Hay, además, un componente genético?
Las enfermedades alérgicas son más frecuentes en determinadas familias, aunque es poco probable que los factores genéticos sean responsables de cambios tan notables en tan corto período de tiempo, pues se precisaría el paso de varias generaciones para constatarlo. “La herencia genética por sí misma no puede explicar el aumento tan importante que están experimentando las enfermedades alérgicas. Los cambios ambientales y los cambios en nuestro estilo de vida, principalmente en alimentación, se han asociado a dicho aumento. Las dietas modernas con mayor número de alimentos procesados, ricas en grasas y azúcares refinados, alteran nuestra flora intestinal y modifican nuestro sistema inmunitario”, explica la doctora Arantza Vega, jefa del Servicio de Alergología del Hospital de Guadalajara.
En palabras de la doctora Mur “cobran más importancia factores como los cambios en el estilo de vida y la calidad ambiental (ausencia de infecciones en la infancia temprana, cambios dietéticos, mejoría de la higiene, estatus socioeconómico, reducción en el número familiar, migración a zonas urbanas, aumento del tráfico de vehículos, aumento de la polución ambiental...). Y aunque es bien aceptado que la contaminación ambiental es un claro exacerbante de los síntomas alérgicos, la hipótesis de que los productos resultantes de la combustión de petróleo, gas y vehículos diésel son un factor que incrementa la prevalencia de enfermedades alérgicas sigue siendo tema de debate”.
No se sabe muy bien cómo las exposiciones ambientales pueden interaccionar con la predisposición genética.
Se ha visto que nuestros genes pueden ser influidos por factores ambientales, modificándolos y haciéndonos más susceptibles a las enfermedades alérgicas. Dichas modificaciones genéticas no sólo afectan al que las sufre, sino que se trasmiten a la descendencia. La dieta, la exposición a alérgenos, la contaminación ambiental y la exposición al humo de tabaco son factores que se han relacionado directamente con modificaciones genéticas. “Por ejemplo, la exposición a humo de tabaco intraútero condiciona el aumento en la frecuencia de asma en los niños, y dicho aumento se transmitirá a su vez a sus descendientes”, destaca la doctora Arantza Vega, jefa del Servicio de Alergología del Hospital de Guadalajara.
Esfuerzos que dan resultados
Por todo ello, la SEAIC considera que controlar la contaminación podría mejorar la calidad de vida de los pacientes asmáticos, disminuir las hospitalizaciones y el gasto farmacéutico e incrementar el rendimiento laboral y escolar. “Autoridades, profesionales de la salud, enfermos y población general deberían concienciarse para medidas de prevención y controles para la reducción de la emisión de contaminantes”, concluye la alergóloga.