Han pasado 10 años desde que Espido Freire plasmaba en un libro la pesadilla que ella misma, como muchas otras adolescentes, sufrió a los 15 años debido a un trastorno alimenticio. Desde entonces, su necesidad de prestar ayuda a personas que atraviesan esta dura enfermedad se ha convertido en casi un proyecto de vida, en el que participa una gran red de personas especializadas en TCAs (Trastornos de la conducta alimentaria). El resultado es un nuevo libro, Quería volar. Cuando comer era un infierno (Editorial Ariel), en el que la escritora nos guía, a través de los testimonios que recoge en sus páginas, con un único propósito: desmontar tabúes y concienciarnos de la importancia de comer sin miedo.
¿Por qué una segunda parte de Cuando comer es un infierno? ¿Es una especie de revisión a lo que escribiste entonces?
Hay un libro revisado porque mi interés no ha decaído. El compromiso que inicié con Cuando comer es un infierno se ha mantenido y hace ya unos años que advertí que el libro se había quedado pequeño; no desactualizado, pero sí pequeño. Yo ahora conozco mucho más de estas enfermedades y hay más gente que de una forma abierta habla de ello. Muchos de los profesionales con los que he tratado me han animado porque estaban viendo que yo llegaba a gente distinta, o llegaba de otra manera. Puedo facilitar un primer paso para enfrentar la enfermedad.
Por otro lado, me interesa mucho desmontar tópicos sobre los TCA: que no sólo afectan a mujeres, que no sólo afectan a modelos, que no solamente afectan a adolescentes, que no solamente es un mal momento en tu vida y ya está, que no es algo que puedas encerrar en un baúl.
¿Han variado con el paso de los años los trastornos alimenticios? ¿Es algo que tenga que ver con las modas, las épocas, las sociedades? ¿Qué atención se les presta hoy?
Sí que ha cambiado la manera de enfocar los problemas de la alimentación. Hay cosas muy negativas que se mantienen, pero ha habido grandes avances. Hay gente muy involucrada y que lo está haciendo muy bien. En los últimos años ha aumentado la detección. Son siempre cifras complicadas porque… ¿hay más que antes o es que se tratan antes? Si hablas con mujeres entorno a los 50 años, muchas de ellas te hablan del sufrimiento que tuvieron con sus cuerpos, pero no eran conscientes de hasta qué punto eso era un problema.
Creo que hoy hay una atención mayor. En mi caso, por ejemplo, cuando yo enfermé tenía en torno a los 15 años y no fui diagnosticada. La única ayuda que recibí fue de mi doctora de cabecera. Sin embargo, si tú ahora ves a una sobrina de 13 años que está haciendo el tonto con la comida, ya no la dejas. Hoy, los padres, las abuelas y todos sabemos más de nutrición y estamos más enterados.
A lo largo del libro el lector toma conciencia de cómo el problema en sí no es la comida, sino el síntoma. ¿Qué relación se establece entre las emociones y el estado mental con los TCA? ¿Qué es el hambre afectiva?
El hambre afectiva implica que preferimos pasar hambre física con las personas a las que amamos que tener todo y estar solos. Existe una necesidad de ser amados, de recibir atención, de recibir consuelo tan urgente como es el hambre física. Cuando no sabes cómo controlar una situación, sientes la neurosis de controlar todo lo que está a tu alrededor y tienes que enfrentarte a ese miedo. En esa situación, la comida sirve de consuelo, de solución.
¿Cómo afecta una sociedad demasiado influenciada por la cultura de la imagen en los TCA?
A todos nos gusta vernos bien, nos gusta ser coquetas… ¿cómo concilias la coquetería y el interés por tu cuerpo o por la moda con todos los mensajes negativos que están implícitos? Tenemos un canon en el que la delgadez es apetecible y también tenemos una realidad en la que el sobrepeso no es saludable. Son dos elementos muy poderosos. Uno, si estás delgado, recibirás más atención; dos, si estás delgado tienes más posibilidades de estar sano; y tres, si estas dos cosas se dan vas a tener más posibilidades de tener dinero. ¿Cómo luchas contra eso? Bueno, pues no luches. Adáptate.
¿Se habla/informa lo suficiente de las secuelas que dejan estas enfermedades? ¿Hace falta mayor responsabilidad informativa?
La información no implica una disminución de casos, pero sí que ayuda y muchísimo a una detección temprana. Es muy importante analizar los mensajes que se envían desde la ficción y la publicidad porque son dos elementos muy poderosos, que se cuelan en casa y que poco a poco van calando a niños, a mayores y a todos. Hay que enseñar que lo físico no es todo lo importante, pero no como si fuera un consuelo. La salud mental es un estilo de vida y es un estilo de vida que incluye muchísimo de alimentación y de nutrición.
¿Qué papel juegan los entornos familiares en los desórdenes alimenticios tanto como instrumento de prevención como catalizador?
Las familias tienen mucho peso, pero el peso no implica que tengan la culpa. Una de las cosas que a mí me gustaría matizar es que durante muchos años se ha culpabilizado mucho a la familia. Las madres son las culpables de todo, ¿no? Pues hombre, las madres y padres tienen mucha responsabilidad en cómo es una persona. El doctor Toro, psiquiatra, psicólogo, y un gran experto en estos temas, decía que “cuando una bulimia o la anorexia entraba en la familia, no la abandonaba hasta que la familia hubiera cambiado”. Muchas veces, cuando existe un problema en la familia, el miembro más sensible y en una mayor situación de debilidad manifestaba el problema familiar. Otras corrientes le darán más o menos importancia a esto, pero no es casualidad que en una familia aparentemente normal, uno de los miembros presente una adicción; no es normal que presente un trastorno de alimentación. Por supuesto que el componente genético es esencial. Todavía se desconoce hasta qué punto pesa, pero, de cualquier manera, esa persona está manifestando que algo ocurre o que algo ha ocurrido.
La familia muchas veces se avergüenza, se siente muy culpable y muchas veces es más fácil machacar al que ha caído que realizar todos los ajustes porque implica muchas ganas, mucho esfuerzo y mucho amor.
La autoexigencia, el perfeccionismo, la necesidad de control… ¿son rasgos que a menudo encontramos en personas que sufren estos trastornos?
Y también mucha culpa, miedo, ansiedad de no ser lo que te gustaría ser. Fíjate qué frases típicas recibimos desde que somos muy pequeños: “No te paso ni una, ¿eh?” .
Lo que he aprendido es a bajar el nivel de autoexigencia, a bajar la impulsividad y el perfeccionismo para ser más feliz. Al fin y al cabo es lo que importa. Antes prefería que la gente me quisiera a ser feliz y ahora a los 40 empiezo a darme cuenta de que me preocupa más ser feliz. Siempre me va a molestar cometer un error, siempre me va a preocupar mucho lo que piensan de mí, siempre me va a disgustar una mala foto… pero hay otras cosas que son más importantes. Para mí es muy útil y creo que puede serlo para otros que han tenido unas circunstancias parecidas.
Desórdenes como la anorexia sigue considerándose una enfermedad de chicas, ¿por qué? ¿Cuesta más a los hombres admitir un TCA?
Para los hombres enfermos es triplemente complicado. Primero, porque hay mucha más vergüenza. No piensan que les vaya a pasar a ellos, por tanto, cuando les pasa buscan otra explicación. Después, porque se pone en duda su identidad sexual: si tú tienes una enfermedad de mujeres y eres hombre, ¿será porque eres gay? Y, por último, porque existe una hipercorrección también desde el mundo gay acerca de cómo tiene que ser una persona homosexual. Han caído en un error muy similar de cómo tiene que ser una mujer.
¿Qué conductas imprudentes en la dieta pueden llevar a aumentar el riesgo de padecer un TCA?
Restringir mucho la ingesta, demonizar los alimentos (si hay alimentos prohibidos), pesarse a diario, las comparaciones, la automedicación (en el sentido de asignarse una dieta de moda porque está de moda o porque le ha venido bien a fulanita), confundir los mensajes de las grandes empresas con intereses con tu bienestar (no saber leer la publicidad), esperar resultados rápidos y después abandonar todos los hábitos saludables que te ha incorporado la dieta para resarcirte. Esos serían los principales.
En tu libro desmontas falsos mitos sobre algunas de las dietas exprés más conocidas, ¿pueden estas llevar a alguien a desarrollar un TCA?
La primera conducta imprudente, que es la que caemos todos, es ponerse a dieta. Las dietas implican que tienes que prestar atención a algo que haces con cierta normalidad y que los demás también presten más atención a lo que haces: “Estás comiendo mucho”, “¿te vas a meter eso?”, “¿Pero tú no estabas a dieta?”… Cosas que, en general, no te suelen decir. Después, piensas en la comida más de lo habitual. Y, por otro lado, llegan los resultados. Los resultados en mujeres adultas son muy frustrantes porque perder peso a ciertas edades (no digo ya durante la menopausia..) es muy complicado.
Hay que introducir cambios paulatinos y mantener durante toda tu vida unas pautas correctas. Somos enfermos crónicos de la comida, si comes mal te mueres. Si no comes, te mueres. Si comes mucho, te mueres. Lo positivo de todo esto es que comer es maravilloso.
Conocemos sobre la anorexia o la bulimia, pero existen otros trastornos que completan la lista igual de peligrosos y no tan conocidos como es el caso de la pregorexia o anorexia durante el embarazo. ¿Qué características tiene este trastorno?
Nos hemos montado toda una nube rosa en torno al embarazo y no es así. Muchas mujeres lo tienen idealizado, pero la mayoría de las mujeres lo pasan mal durante el embarazo. También es verdad que hay una minoría que lo disfruta enormemente. El embarazo, sin ser una enfermedad, es una situación de riesgo que puede desencadenar muchos problemas. Las chicas que lo han pasado muy mal durante el embarazo a penas lo hablan, porque socialmente si estás embarazada tienes que estar muy contenta, ¿no?
Por otro lado, cada vez vemos a más famosas reaparecer estupendas nada más cruzar la puerta del hospital como si allí no hubiese pasado nada…
Eso justamente es mandar un mensaje muy pregoréxico. El cuerpo cambia constantemente y en las mujeres cambia cada mes; cada semana estás distinta. Hay que asumir que lo normal es eso. Que lo normal no es que te quepa la misma ropa que hace 10 años. Lo de que se normalice algo que no es normal, a mí me preocupa. Una mujer embarazada todavía no es consciente del estrés físico y psicológico que conlleva y, después, de golpe, le llegan muchísimas cosas.
La vuelta a la comida casera, a la alimentación sana llevada al extremo… ¿Puede que estemos en un momento en la que se esté dando una obsesión fuerte por comer sano?
Sí. Comer sano es esencial. Lo decían los griegos: “que tu alimento sea tu medicina, y que tu medicina sea tu alimento”. Cuando comes de una manera adecuada, la propia comida se convierte en el mayor protector. Pero también está ocurriendo una fascinación por los alimentos milagro o por productos milagro. Cuanto más raro es el suplemento que te estás tomando, mejor. Y, luego, hay otra falacia que es: “si algo es bueno, más de lo mismo va a ser muy bueno”. Ese es el peligro de la ortorexia o de la obsesión por comer sano: que lo que en teoría debería ser sano, se convierte en un auténtico problema. Ahora, es como la gripe, que no afecta a todos por igual. Puedes estar expuesto a muchísimos temas como la ortorexia o la alimentación saludable y si no encuentras una parte que te insatisface de tu vida, no vas a desarrollar esa obsesión.
¿Se curan los TCA? ¿Cuál es su evolución?
El trastorno de la alimentación se cura, pero existe una tendencia psicológica a buscar los problemas. Hay que realizar un esfuerzo constante para que nuestra cabeza piense de la manera adecuada. Es imposible negar la impronta que ha tenido la enfermedad en los primeros años de formación de la identidad de la persona. De una manera o de otra, hay que estar en guardia. Eso no significa que vayas a estar enferma toda la vida, pero es un toque de atención. En el momento en el que lo pierdes de vista y, lo digo, porque lo he sufrido en carne propia, no lo mismo, pero otro tipo de dolencias surgen. Dolencias que no tienen por qué ser enfermedades sino que puede ser malestar; la más frecuente es la ansiedad.
¿Cómo ha contribuido internet y las redes sociales a que los enfermos se identifiquen a sí mismos y su problema?
Ha influido mucho, para bien y para mal, como internet en general. Internet tienen la ventaja de ser muy inmediata y un gran difusor de opiniones que se comparten. También tiene la desventaja de que no permite la reflexión y se cuelan contenidos que hay que ir poco a poco controlando.
Es importante alertar del fenómeno de las páginas web pro-anorexia. ¿Qué hay detrás de estos sites?
Son muy preocupantes, pero hay que saber que podemos denunciarlos para cerrarlos. Estas webs, que proceden del entorno anglosajón, llegan de la mano de adolescentes que necesitan códigos para sentirse seguras bajo una idea de complicidad. Necesitan un grupo donde alguien las entienda, a ellas y a su enfermedad. Y ahí encontramos todo ese envoltorio disfrazado de princesas, de mariposas, las libélulas… Una forma de hablar que incorporan muy rápidamente, es como un club.
El problema gordo lo encontramos en webs con contenidos considerados como no peligrosos, pero que en realidad sí lo son. Te metes en cualquier foro relacionado con adelgazar y lo primero que encuentras es “estoy desesperada”, “un truco por favor para…” y ahí vienen todos los trucos que, sin ser pro-anorexia o pro-mia, están haciendo llegar el mismo mensaje.