Comemos menos calorías, pero engordamos más. Esa es, a grandes rasgos, una de las principales conclusiones del Estudio DRECE (Dieta y Riesgo de Enfermedades Cardiovasculares en España), una investigación que desde hace dos décadas analiza la relación entre los hábitos de consumo alimenticio y las enfermedades cardiovasculares en la población de nuestro país. Y los resultados del mismo son, no hay duda, interesantes. ¿Quieres saber cómo han variado nuestros hábitos alimenticios? ¿Saber qué productos se consumen más? ¿Consideras que comemos peor que nuestros padres? ¿Y quieres descubrir cuáles son las dos paradojas españolas en lo que alimentación se refiere? Toma nota.
La doble paradoja española
Son tal vez dos de los datos que más llaman la atención del estudio. El primero es que la población adulta española ingiere una media de 2.542 calorías diarias, lo que significa en torno a 250 calorías menos que lo que consumía hace dos décadas. A pesar de ello, la tasa de obesidad en este periodo ha crecido de un 17% a un 21%, probablemente debido a un estilo de vida más sedentario. El incremento de las tasas de obesidad observado en la población española a pesar del descenso en la ingesta total de calorías es una de las conocidas como “paradojas españolas”. Tal y como explica el doctor Miguel Ángel Rubio, coordinador de la Unidad de Nutrición Clínica y Dietética del Servicio de Endocrinología y Nutrición del Hospital Clínico San Carlos de Madrid, la obesidad “se produce en mayor medida en zonas económicamente más desfavorecidas como Andalucía, Extremadura, Galicia y Canarias, donde hay una mayor proporción de personas con menor nivel socioecómico y cultural que acceden a un tipo de alimentos más baratos, que suelen contener más grasa o son más ricos en hidratos de carbono”. Además, achaca el aumento de obesidad al modo de vida sedentario: “Los jóvenes dedican cada vez menos tiempo a la actividad física y más a ver la televisión o a permanecer delante del ordenador, lo que, a su vez, puede incitar al sobreconsumo inadvertido de picoteos”.
Pero, junto a esta realidad, sin embargo, al contrario de lo que cabría esperar, la población nacional menor de 60 años presenta una mortalidad cardiovascular inferior a la de otros países del entorno. Aunque España cuenta con el mismo porcentaje de población con obesidad, con colesterol elevado o con hipertensión arterial que otros países del entorno, presenta unas de las cifras de mortalidad cardiovascular más bajas del mundo. Es la segunda paradoja española. “Probablemente haya un origen genético para explicar esta paradoja, pero, por otro lado, el estudio DRECE pone de manifiesto que los españoles, sobre todo las mujeres, presentan una de las cifras de colesterol “bueno” más elevadas respecto a otros países con mayor mortalidad cardiovascular”, indica el doctor Gómez de la Cámara. Se sabe que tener unas cifras elevadas de colesterol HDL, el denominado “bueno”, ejerce un efecto protector frente a los accidentes cardio y cerebrovasculares.
¿Ha empeorado la dieta de los españoles?
Tal vez tu primera respuesta al leer la pregunta es una rotunda afirmación. Comemos peor que nuestros padres. Pues bien, lo cierto es que la dieta de los españoles ha sufrido cambios notables a lo largo de estas dos décadas, aunque, como señala el doctor Agustín Gómez de la Cámara, de la Unidad de Investigación Clínica e Instituto de Investigación Sanitaria del Hospital Universitario 12 de Octubre, “al comienzo del estudio, en 1991, se evidenció la existencia de una dieta mediterránea en la que se mantenía la alimentación tradicional, un patrón que aún hoy permanece”. Es más, según los expertos del DRECE, la dieta española, sin ser la mejor posible, no ha empeorado: “Aunque aún consumimos menos hidratos de carbono de los que debiéramos, casi cumplimos las recomendaciones en lo que se refiere a proteínas y tipos de grasas”, añade el experto.
Según explica el doctor Gutiérrez, “el panorama sobre los hábitos alimentarios de la población española no es malo; nos aproximamos a las recomendaciones dietéticas saludables, sin detectar cambios que pueda ser motivo de alarma”. De hecho, la evolución a lo largo de los estudios DRECE muestra una ligera tendencia a ser más cardiosaludable.
Actualmente, el 42,2% de la energía que ingieren los españoles proviene de los hidratos de carbono (cereales, patatas, legumbres), respecto al 40,2% de 2003; un porcentaje mejor aunque todavía por debajo del 50% recomendado. Por el contrario, el consumo de grasas totales y proteínas sigue siendo elevado. Respecto a la fuente de los hidratos de carbono, comemos menos legumbres, pero algo más de frutos secos. Además, ha disminuido la ingesta de cereales (pan, arroz, pasta,…). Por el contrario este aporte calórico se ha ido sustituyendo por otros alimentos como refrescos, zumos y otras bebidas azucaradas, un aspecto que preocupa a los especialistas ya que “este hecho puede pasar desapercibido, pero su asociación con la obesidad y el síndrome metabólico es claro”, aclara el doctor Gutiérrez. Un aspecto positivo es el aumento notable en el consumo de pescado, alimento rico en proteínas, con mejor contenido de grasas y mayor aporte de ácidos grasos omega-3.
En cuanto a la calidad de la grasa consumida, en España perduran los hábitos alimentarios propios de la dieta mediterránea y el consumo de aceites sigue siendo el tradicional, con una preferencia mayoritaria por el de oliva, observándose una estabilidad en su uso. Por el contrario, el consumo de grasas de tipo margarinas y mantequillas ha aumentado.
Lo que sí parece haber cambiado es la calidad de la grasa nutricional, con un incremento de consumo de lácteos (sobre todo desnatados) y una transferencia del consumo de carne grasa hacia cárnicos con más riqueza en proteínas y menor contenido graso como el jamón, el pavo, el pollo o la ternera. Además, también se constata que comemos más pescado, pues su ingesta también ha ido creciendo con los años.
“Esto se traduce en una disminución de la grasa saturada y un aumento relativo en la grasa monoinsaturada”, explica el doctor Gutiérrez. “Aun así, se mantienen altos los consumos de quesos, bollería y aperitivos con elevado aporte energético, de grasas saturadas y ácidos grasos trans, poco deseables desde el punto de vista de la salud cardiovascular”, advierte este especialista.
¿Se cuidan más los jóvenes o los mayores?
El estudio también ha puesto en el punto de mira la edad. Los jóvenes entre 20 y 34 años consumen más bebidas sin alcohol, bollería, cereales, lácteos enteros y carnes que los de mayor edad. Son las personas entre 35 y 49 años las que toman más bebidas alcohólicas. Asimismo, a medida que la población envejece, adopta hábitos dietéticos más cardiosaludables, apreciándose, entre otros, un notable aumento en la ingesta de frutas y verduras en el grupo de más de 50 años.
Además, aunque, en general, la dieta no es muy diferente según el sexo, sí se ha observado que la de las mujeres es más rica en verduras y frutas, mientras que los hombres consumen más carne y bebidas alcohólicas. Asimismo, los lácteos desnatados son más propios de las mujeres.
La enfermedad cardiovascular, ligada a la edad
Junto con el cáncer, las enfermedades cardiovasculares constituyen la primera causa de mortalidad y morbilidad en los países desarrollados. En España, su efecto se traduce cada año en más de 125.000 muertes y alrededor de cinco millones de ingresos hospitalarios. Sin embargo, según explican los investigadores del Estudio DRECE, uno de los datos más llamativos observados en este seguimiento de 20 años es que en la población estudiada, el 40% de las defunciones de en menores de 74 años lo son por cáncer, mientras que la mortalidad por enfermedades cardiovasculares apenas alcanza el 16%. “Detrás de estos fallecimiento precoces por enfermedad cardiovascular suele estar la diabetes. Y esto debería llamar la atención de los responsables de las políticas sanitarias sobre la importancia de detectar y tratar adecuadamente esta enfermedad”, apunta el doctor Gómez de la Cámara.
Según se pone de manifiesto en DRECE, la mortalidad por enfermedad cardiovascular en España ha disminuido en estos años, si bien al analizar esta tendencia ello parece atribuible al mayor descenso es de las enfermedades cerebrovasculares.
Buenos hábitos desde el colegio
Ahora bien, la situación, no hay duda, puede ir a peor en los años siguientes si no modificamos algunos de los hábitos actuales que van haciendo que nos alejemos, progresivamente, de la dieta mediterránea. Es ahí donde el papel de la educación es fundamental. Así, en opinión del doctor Rubio, las únicas respuestas para mantener la dieta mediterránea a largo plazo son “la educación desde la escuela y la adopción de medidas que favorezcan la actividad física por parte de las administraciones locales”. “Básicamente se trata de educar a la población desde la infancia introduciendo en el curriculum escolar aspectos del estilo de vida. Para ello son necesarias medidas similares a las que se han puesto en marcha en el caso del tabaco, que promuevan una sensibilización por la comida saludable y una actividad física adecuada”. En su opinión, entre otras, serían necesarias iniciativas como disponer de los patios de los colegios por las tardes para que sus alumnos puedan jugar, facilitar carriles-bici o carriles para ir a la escuela caminando; políticas de control del vending o de prohibición de venta de golosinas en las proximidades de los colegios, mejorar la información nutricional en el etiquetado de los productos o introducir un impuesto para las comidas con más grasas y azúcares.
Este especialista apuesta igualmente por adoptar una política sanitaria que tenga en cuenta a las personas que ya tienen sobrepeso u obesidad, “introduciendo en los centros de salud programas de educación nutricional y de modificación del estilo de vida a cargo de profesionales experimentados y con apoyo para el ejercicio, como rehabilitadores físicos, o favoreciendo descuentos a los obesos en polideportivos y gimnasios”.