Seguro que has oído en más de una ocasión que en verano hay que extremar los cuidados de los niños, pero también de nuestros mayores. Y es que, aunque la población española cada vez envejece mejor, hay que tener en cuenta una serie de precauciones, según recomienda la Sociedad Española de Medicina Geriátrica (SEMEG), en estos meses de calor.
Frente al sol, mucho cuidado
Y uno de los máximos 'enemigos' es el sol, cuya incidencia influye de manera directa en un proceso llamado dermoporosis. “De igual forma que sucede con el hueso (osteoporosis) o en el músculo (sarcopenia), conduce a una serie de cambios en la epidermis y la dermis por el cual la piel va perdiendo consistencia, y se hace más frágil y susceptible al daño de agentes externos, entre ellos, la radiación ultravioleta”, explica el doctor Leocadio Rodríguez Mañas, jefe del servicio de Geriatría del Hospital de Getafe (Madrid).
Este fenómeno se produce en todas las personas de edad avanzada y, en algunos, cuando existen otros factores de riesgo (consumo de determinados medicamentos o ciertas enfermedades como la diabetes) hace que aumenten las probabilidades de padecerlo. Entre las principales consecuencias de la misma cabe destacar el adelgazamiento de la piel, su pérdida de elasticidad y su menor capacidad para ejercer de barrera frente a una infección.
Por ello, los geriatras alertan de la necesidad de extremar el cuidado frente al sol, al igual que se recomienda a los niños. Se aconseja la utilización de cremas de alta protección, evitar el sol en las horas centrales del día, no tomar el sol durante más de media hora seguida y practicar el ejercicio saludable (andar, nadar, montar en bicicleta) en los momentos del día menos calurosos (primeras horas de la mañana y al caer el sol). Sin embargo, estos consejos, como reconoce el doctor Rodríguez-Mañas, “no se suelen seguir, ya que los mayores no tienen costumbre, especialmente los varones, de proteger su piel de la agresión solar”.
Ojo con la deshidratación
Además, la exposición al sol no sólo genera daños en la piel sino también hace perder agua. Así, la deshidratación se convierte en otro de los problemas frecuentes en las personas mayores en los meses de verano, ocasionando una de cada cinco visitas al hospital. Detrás de esta alteración se encuentra nuevamente el mismo proceso de envejecimiento. “A diferencia de lo que sucede en los jóvenes que están protegidos frente a la deshidratación por la sensación de sed que experimentan y que actúa como una especie de alarma que indica que se debe beber agua, en los mayores esta señal aparece de forma más tardía, e incluso puede no aparecer. Al no experimentar esta sensación no se bebe de forma regular, lo que les hace más proclives a desarrollar una deshidratación”, asegura el doctor Rodríguez-Mañas.
Es un proceso natural frente al que no se puede actuar, por lo que los esfuerzos se concentran en la prevención. De acuerdo con las recomendaciones de la SEMEG, sólo con aumentar en medio litro más del normal el consumo de líquidos en los mayores sanos se podrían evitar gran parte de estos problemas (cada día, se recomienda el consumo de un litro y medio). “Es cierto que no es fácil debido justamente a la falta de sed del mayor, pero es la medida de prevención más eficaz. No es necesario que los dos litros se aporten bebiendo líquido, sino que una parte puede provenir de alimentos ricos en agua como la fruta, la gelatina, sopas frías, los granizados, etc.”.
Los especialistas ponen el énfasis fundamentalmente en los grupos de riesgo. “Los pacientes en los que hay que poner más cuidado son los mayores con infección, los tratados con diuréticos o aquellos con dificultad para moverse, en los que la deshidratación puede agudizar su enfermedad. Evidentemente si en un mismo anciano concurren varias de estas circunstancias, el riesgo se multiplica”. Respecto a los síntomas que pueden alertar de la presencia de este proceso y frente a los que hay que prestar especial atención, destaca “el descenso en la actividad, boca seca, la inestabilidad y/o caídas, el síndrome de inmovilidad incipiente, episodios de agitación y trastornos de la conducta, fundamentalmente”, asegura Rodríguez-Mañas
Si nos vamos de viaje…
Junto con las cremas protectoras y una botella de agua, otra de las cosas que el mayor debe incluir en su maleta de viaje en el verano son los medicamentos. “En estos periodos no se observa”, precisa el portavoz de la SEMEG, “una disminución en el seguimiento de los tratamientos de los mayores, incluso en aquellos que toman un gran número de ellos”. No obstante, se aconseja que previamente a cualquier desplazamiento, el mayor acuda al médico por si se tiene que hacer un ajuste de su medicación y asegurarse de que lleva recetas que precise para su desplazamiento.