(Dominicana, República)

Península de Samaná: invierno al sol del trópico

por Hola.com

Esquinada al noreste de República Dominicana, la península de Samaná hace de escondite perfecto para alejarse por unos días del frío y, de paso, del resto del mundo. Su ambiente bohemio la aleja del concepto “todo incluido” que prolifera en otras costas del país, y su belleza, con playas intactas que lindan con las plantaciones de cocoteros, la convierten en un destino acariciado por los pretendientes de lo genuino.

Este brazo de tierra húmeda que sembrado de palmas y helechos se adentra en el mar al noreste de República Dominicana cobija un rincón insólito de paraíso muy distante –al menos de momento– del turismo de masas y el “todo incluido” que prolifera por otras costas del país caribeño. Alguno de esos grandes hoteles ya se ha camuflado discretamente entre la espesísima vegetación de Samaná, cierto, pero lo que señorea por la península son los hotelitos coquetones pegados a pueblitos con gente de verdad –no sólo turistas–; con los lujos que cada cual esté dispuesto a pagar pero, casi siempre, con un toque de encanto y, sobre todo, de ese regusto antillano que rezuma cada centímetro cuadrado de esta esquinada tajada de la isla.

El mínimo aeropuerto de El Portillo despacha el acceso más fácil, sin embargo las tres horas largas de baches que obliga la carretera desde la mucho más turística ciudad playera de Puerto Plata sirven para adentrarse en Samaná empapándose kilómetro a kilómetro de la belleza que chorrea a cada lado del camino. Gracias precisamente a estar sabiamente alejada Samaná ha podido conservar ese sabor genuino que casi ha desaparecido en otras playas más trilladas de Dominicana.

No se trata aquí del Caribe, sin embargo el Atlántico que baña su costa y las playas del interior de su había alcanza por estas latitudes tropicales sus mismas temperaturas y sus mismas transparencias turquesa, rematadas en todo el litoral por empalizadas tupidísimas de cocoteros que le dan ese aire de cala pirata a sus playas y que la impregnan entera de esa sensación a paraíso perdido de aires bucólicos y cadencia antillana.

Después del puerto pesquero de Sánchez, Las Terrenas, con sus callejas sin asfaltar y su ambiente bohemio, es el primer enclave playero que aparece, seguido de Las Galeras, y salpicados ambos de hotelitos en casas de maderas de colores, de restaurantes en los que enfrentarse a una langosta de impresión a pie de playa y de pequeños negocios de windsurf o alquiler de equipos de buceo regentados a menudo por muchos de aquéllos europeos que llegaron un día de vacaciones y que decidieron instalarse en este rincón perdido del mundo donde el principal estrés que soportan sus vecinos consiste en decidir por qué gallo apostar el domingo siguiente en el “Coliseo gallístico”, o buscar el momento de acercarse en invierno a la bahía para avistar las zambullidas de las ballenas jorobadas que recalan por allí entre enero y marzo.

La pesca del camarón, la extracción de mármol o las plantaciones de coco, arroz y cacao siguen siendo el principal quehacer de la península, aunque se le ha ido sumando de a poco el turismo, que se rinde ante escondites intactos como las playas de Puerto Escondido, Los Cacaos, El Francés o El Portillo, Cozón, la casi inaccesible de El Rincón, o la playa perfecta de Cayo Levantado, famosa por la cantidad de anuncios que la han elegido para rodar publicidades de rones, bronceadores y otras delicias caribeñas, amén de por el romántico escenario que brinda a toda escapada concebida sólo para dos.

Colón y los suyos fueron rechazados por un mar de flechas cuando intentaron atracar por estas costas allá por el 1493; hoy la acogida es mucho más grata por parte de estas gentes dulcísimas que se desviven por hacer gozar su tierra al extranjero, sea disfrutando al sol de sus playas, sea partiendo a excursiones inevitables una vez en Samaná, como acercarse a la cascada del río Limón, cabalgar durante unas horas por la espesura, adentrarse en canoa por los manglares del Parque Nacional de Los Haitíses o escaparse una noche para ver bailar el bamboulá.

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