Seguro que recuerda aquellas sobremesas de verano en las que tenía unas ganas enormes de darse un chapuzón nada más terminar de comer, pero los mayores le recordaban que no podía meterse al agua hasta que no pasaran un par de horas desde la comida. ¿La razón? Evitar uno de los percances típicos del verano: el corte de digestión. Se trata de una situación de pérdida de consciencia momentánea, producida por una modificación del riego vascular del sistema nervioso central.
La explicación de esta modificación sería la siguiente: cuando comemos de forma abundante, gran parte de la sangre circulante se desplaza a las estructuras centrales del organismo, sobre todo, al estómago, hígado e intestinos. Este desplazamiento provoca que otras partes del organismo, por ejemplo el cerebro, estén con menos riego y por tanto menos oxigenados (de ahí el sueño que induce una comida copiosa). Si, en esta situación, entramos de forma súbita en agua fría, se puede llegar a producir una momentánea pérdida de conocimiento, la cual tendría consecuencias fatales si nos encontramos solos en el agua, ya que daría lugar a una asfixia por inmersión.
Aunque el temor a un corte de digestión tiene fundamento y no está de más ser prudentes y prevenirlo, este miedo suele ser excesivo ya que, si la comida no ha sido copiosa y lo que es más importante, no ha habido ingesta abundante de alcohol (antecedente muy frecuente en los casos de ahogamiento), las posibilidades de que se presente en personas sanas y normales es bastante reducida.
Además, en muchas ocasiones, los casos de asfixia por inmersión que se atribuyen a un corte de digestión, realmente no suelen tener tal causa.
Lo que sí hay que tener en cuenta son una serie de recomendaciones básicas para evitarlo: