También se los conoce como ácidos grasos esenciales, porque el organismo no puede fabricarlos por sí mismo y son imprescindibles para prevenir las enfermedades cardiovasculares, diversos tipos de cáncer, enfermedades inflamatorias, pulmonares y de la piel. Además, son imprescindibles durante el embarazo y la lactancia para un correcto desarrollo de la función nerviosa y, en general, de otras muchas funciones orgánicas.
En relación con las enfermedades cardiovasculares, se puede indicar que estos ácidos mejoran el perfil lipídico, reducen la presión arterial, aumentan la vasodilatación arterial, son antitrombóticos y previenen las arritmias y la muerte súbita. Además, disminuyen los niveles de colesterol y triglicéridos y contribuyen a prevenir el cáncer de mama, colon y próstata, y a reducir el riesgo de metástasis en caso de pacientes enfermos de cáncer.
Pero no se queda ahí su labor: mejoran la función pulmonar, reducen la incidencia del asma y son esenciales para el desarrollo del recién nacido, pues las necesidades de su ingesta se incrementan en las fases de crecimiento y desarrollo del tejido celular (gestación, lactación e infancia).
Para obtenerlos, es fundamental incrementar el consumo de pescado azul, fuente natural de ácidos grasos Omega 3, de algunos vegetales y de aceite de oliva virgen, rico en ácido oleico. Sin embargo, la tendencia no es ésa. Según los especialistas, tan sólo con seguir una dieta mediterránea con alto contenido en Omega 3 se podría reducir hasta un 70% la incidencia de la enfermedad cardiovascular, pero "en España, lejos de seguir estos hábitos dietéticos tan sanos, cada vez nos alejamos más".
Entre los malos hábitos que se detectan en la alimentación actual, el doctor Pedro Mata, jefe clínico de Medicina Interna de la Fundación Jiménez Díaz, explica que "en los últimos años se ha visto un aumento del consumo de grasas saturadas (debido al elevado consumo de carnes, embutidos, bollería industrial, platos precocinados y lácteos enteros) y una disminución del consumo de grasas insaturadas, cuando se sabe que las primeras aumentan el riesgo cardiovascular y las segundas lo reducen". Los datos parecen concluyentes y en la dieta está la clave.