Principios de los años 40. El austriaco Rudolf Steiner plantea un nuevo tipo de explotación agrícola y sienta las bases de la llamada ‘agricultura biodinámica’. Al contrario de lo que se venía practicando, Steiner consideraba que el hecho eliminar los insectos que presuntamente dañaban los cultivos, en realidad no repercutía en beneficio de los mismos. Es más, estimaba que se trataba de un acto que, por contra, conllevaba consecuencias negativas para el equilibrio y la buena salud de los vegetales.
Se iniciaba así una nueva manera de entender la agricultura, cuyo primer objetivo consistía en evitar el uso de herbicidas y de cualquier producto químico y, de un modo ya más ‘filosófico’, se encaminaba a preservar el equilibrio entre el hombre y la naturaleza.
Una filosofía que también ha trascendido al mundo del vino y que, hoy por hoy, nos ofrece resultados más que interesantes. De hecho, la biodinámica permite producir magníficos caldos, por ello muchos grandes burdeos o borgoñas se han convertido ya a este tipo de agricultura, que por su parte, cuenta también con ciertos inconvenientes: de un lado, el precio (tiene unos costes de producción considerables), y de otro, la alta incidencia del ‘factor riesgo’ (la Naturaleza siempre ha sido y será difícil de dominar).
No obstante, todo esto no significa que un vino bio sea necesariamente mejor; un gran caldo no depende únicamente de la calidad de la uva sino también del talento del elaborador. Es España, por ejemplo, tenemos el caso de productores como Álvaro Palacios o Telmo Rodríguez, entre otros, que también se están convirtiendo a esta nueva forma de viticultura, lo cual nos ofrece, sin duda, alguna pista sobre cómo serán los vinos del futuro.
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