Debutó en el cine de la mano de Brian de Palma y Martin Scorsesse y, con ellos, Robert de Niro revolucionó Hollywood en una época en la que la fábrica de sueños había entrado en punto muerto. Mañana, sábado 17 de agosto, es un día en el que la estrella recordará seguramente muchas de las vivencias que han hecho de él lo que es hoy. Y es que el actor, que creció en el mismo barrio de Little Italy desde el que operaban los ficticios Corleone, cumple 70 años con una decena de proyectos en cartera y sin planes de retirarse por el momento. El trágico Travis Bickle de Taxi Driver (1976), el veterano de Vietnam de El Cazador (1978) y, sobre todo, su mítico Jack La Motta de Toro Salvaje (1980) conforman la mejor muestra de lo que fue su gran aportación: personajes violentos y atormentados, con los que se comprometía a fondo, aplicando las lecciones aprendidas en el Actor's Studio. Unos papeles que hicieron de él un actor carismático, habitual de la gran pantalla.
Si para prepararse el papel de Travis trabajó tres meses como taxista en Nueva York, en Toro Salvaje ganó casi 30 kilos para meterse en la piel del boxeador retirado y en El Padrino II (1974) se refugió en Sicilia para aprender italiano con el acento que requería su Vito Corleone. Dos de esos trabajos le valieron a De Niro los dos Óscar que ha ganado en más de medio siglo de carrera: el de mejor actor secundario por El Padrino II y el de mejor actor principal por Toro Salvaje.
Fue en los ochenta cuando demostró por primera vez su faceta cómica en El rey de la comedia (1982) o se puso en la piel de Al Capone en Los intocables de Eliot Ness (1987). En la década siguiente siguió acumulando reconocimientos por papeles como el mafioso Jimmy Conway de Uno de los nuestros (1990), el catatónico paciente de Robin Williams en Despertares (1990) o el vengativo Max Cady de El cabo del miedo (1991). También por esa época se estrenó en la dirección, una hasta ahora breve carrera que empezó con Una historia del Bronx (1993) y que retomó en 2006 con El buen pastor, de la que varias veces ha anunciado secuelas que hasta ahora no han visto la luz.
Y es que sus prioridades cambiaron con el cambio de siglo y los atentados del 11-S, cuando De Niro se volcó en la creación del Festival de Cine de Tribeca para tratar de revitalizar el sur de Manhattan. La necesidad de fondos para financiarlo le empujó a embarcarse en una serie de proyectos alejados de su estilo, pero en los que siguió demostrando su talento y versatilidad. Fue así como se convirtió en el suegro insoportable de Ben Stiller en Los padres de ella (2000) y su segunda parte, Los padres de él (2004), pero también firmó trabajos mucho más cuestionados como Las aventuras de Rocky y Bullwinkle (2000) o Showtime (2002), entre otros.
En los últimos tiempos, el otrora "toro salvaje" ha dejado patente que también posee una gran vena cómica y, con una de las más recientes, El lado bueno de las cosas (2012), volvió a las candidaturas de los Óscar, aunque finalmente no se llevó la estatuilla. Comedia también es la que estrenará este otoño de la mano de Luc Besson, con Michele Pfeiffer como esposa, The Family, en la que vuelve a interpretar la variante de mafioso cómico que tan bien le funcionó en Una terapia peligrosa (1999). O Last Vegas, una versión sexagenaria de Resacón en las Vegas, que le reunirá en la ciudad del juego con Morgan Freeman y Michael Douglas y cuyo estreno en España está previsto para enero de 2014.
También volverá al boxeo en Grudge Match, junto a Silvester Stalone, y compartirá créditos por cuarta vez con Meryl Streep en The Good House, aunque uno de los proyectos que más interés ha despertado es el que prepara para el canal de televisión HBO sobre la vida del exfinanciero Bernard Madoff, condenado a 150 años de cárcel por la mayor estafa de la historia. La larga lista de estrenos pendientes deja claro que el neoyorquino, que hizo historia con improvisaciones como aquel inspirado “Are you talkin' to me" (¿Estás hablando conmigo?), tiene intención de celebrar el cambio de década sin darse un respiro.