Dicen que la cara es el espejo del alma, y no le falta la razón a este dicho. Cuando estás feliz, tu rostro suele ser la mejor muestra, y cuando afrontas momentos de especial tensión, también se refleja en tu rostro. Y es que el estrés puede influir en el estado de tu piel. La razón es que en esos momentos, el cerebro libera grandes cantidades de corticotropina. Sí, el nombre suena de lo más extraño, pero lo que desencadena es una reacción exagerada de las glándulas sebáceas, que disparan su producción de grasa hasta en un 60%, lo que degenera en granitos, puntos negros, e incluso el pelo se ensucia con más facilidad… Por eso, no es extraño que, en periodos de especial nerviosismo, de repente, mujeres que nunca habían tenido problemas de acné ven cómo aparecen impurezas, como si estuvieran en plena adolescencia.
En general, todos los mecanismos de regulación de la grasa cutánea se trastocan. No sólo por los factores antes mencionados, sino porque además la producción de neuropéptidos, que también controlan el sebo, no encuentra su equilibrio. El cutis se comporta de forma contradictoria. Por un lado, reacciona como una piel madura, que necesita hidratación y nutrición, pero por otro, se rebela contra cualquier producto graso.
Buscando soluciones
El primer paso es apostar por productos oil free o libres de aceites, capaces de hidratar sin aportar grasa. Esta premisa debe aplicarse tanto al tratamiento (limpiadoras, hidratantes, etc…) como a los productos de maquillaje, buscando siempre fórmulas no comedogénicas. Y, además, la limpieza del cutis se vuelve un paso más ineludible que nunca, tanto por la mañana como por la noche, escogiendo geles o jabones antisépticos que impidan la proliferación de bacterias sobre la piel y que mantengan los poros limpios. Existen excelentes gamas cosméticas para el cuidado de este tipo de cutis.