Se suele decir que las cosas son malas tanto por defecto como por exceso. Pues con el baño sucede lo mismo. Quién te lo iba a decir, ¿verdad? No es cuestión de decir adiós al agua y al jabón hasta nuevo aviso, pero sí que es cierto que a la piel le sienta mejor saltarse alguna ducha que intentar dejarla limpia a toda costa hasta sacarle el brillo que no tiene, sobre todo en el caso de cutis delicados.
Y es que no por nada una de las funciones principales de la piel es proteger el organismo de las agresiones medioambientales, trabajo para el que necesita contar con el escudo exterior del manto hidrolipídico, una película invisible formada principalmente por el sebo natural y el sudor que constituye la primera línea de defensa cutánea. Pero, claro está: aun siendo muy eficaz, no es imbatible. Por ejemplo, el agua y el jabón se la llevan por delante.
En principio, eso no es un gran problema, ya que la piel cuenta con recursos de sobra para recuperarse y formar esa barrera protectora de nuevo… siempre y cuando tenga el tiempo necesario. Es decir, si se espacia la limpieza, ya que el manto hidrolipídico tarda de 12 a 24 horas en ser restablecido.
¿La solución? Para la higiene habitual, basta con una corta ducha diaria, siempre con un jabón neutro. Si se repiten las duchas (por ejemplo, en verano o tras el gimnasio), conviene reducir su duración, evitar el agua muy caliente y limitar la higiene sólo a las zonas ‘de riesgo’, como pueden ser las axilas.