Te proteges de los efectos nocivos del sol en tu piel, pero ¿lo haces de forma correcta? Por ejemplo, ¿te aplicas bien la crema? ¿Sólo lo haces cuando vas a la playa o piscina? Lo cierto es que bajo el sol todos tendemos a cometer las mismas equivocaciones. ¿Te reconoces en alguno de estos supuestos?
1. El bronceador, no sólo al llegar a la playa o a la piscina. Los filtros químicos de los productos de protección tardan al menos 20 minutos en reaccionar con la piel para desplegar toda su eficacia, por lo que se les debe conceder ese tiempo de plazo antes de exponerse al sol y salir de casa ya bien cubierto de crema.
2. ¡No seas tacaña! Las pruebas que se realizan en los laboratorios para calcular el índice de protección de los solares se hacen aplicando 2 mg de producto por cada centímetro cuadrado de piel. Es decir, mucho. Si no haces lo mismo, no obtendrás el nivel de protección que promete tu solar. Por eso debes ser muy generoso al aplicar la crema. Recuerda: nada de una capa ligerita.
3. Aplica ¡y vuelve a aplicar después! Nos tumbamos en la toalla, nos cubrimos de crema de pies a cabeza y… ¡listo! Se acabó el asunto para el resto del día. Hay que reaplicar la crema cada dos horas o tras cada baño. El sudor, el roce con la arena y la toalla, el agua y el contacto con la ropa se llevan el protector, y, además, la misma luz solar lo degrada y le resta eficacia. Por eso, para evitar sorpresas desagradables hay que ser reiterativo.
4. Ojo con los niños. Los más pequeños son los más susceptibles a los efectos negativos del sol. De hecho, se calcula que el 80% del daño solar que recibimos se produce antes de los 18 años. Y es que durante todo ese tiempo, la melanina no es totalmente eficaz, y la piel se encuentra mucho más expuesta. Existen excelentes protectores específicos para niños, muchos de los cuales dejan una capa de color al aplicarlos que desaparece enseguida, pero permite ver que no nos hemos olvidado de ninguna parte del cuerpo. Aun así, no está de más protegerles con gorras.
5. Si ya estás bronceada, ¡no bajes la guardia! No vamos a negar que las pieles oscuras o las muy morenas resisten mejor el sol y no sufren del llamado eritema solar o quemadura, pero no por ello dejan de sufrir los efectos negativos de la radiación solar. Los cutis más mediterráneos pagan los años de exceso de sol con arrugas profundas, manchas de pigmentación y una tez áspera y gruesa, de poro muy abierto, por lo que no deben dejar de protegerse aunque no se quemen.