Hábitos alimentarios: ¿es sencillo cambiarlos?
Las dietas no siempre dan el resultado esperado debido a nuestras costumbres a la hora de alimentarnos
En el mundo desarrollado, el sobrepeso de percibe principalmente como un problema estético. Tanto, que en ocasiones no se toman las cosas demasiado en serio: se sigue el régimen de moda, a veces se adelgaza, casi siempre se vuelve a engordar y así... hasta el año que viene, en el que ¡vuelta a empezar! Ahí está el peligro. Desde hace 50 años, las dietas desequilibradas hacen perder un cierto número de kilos que a continuación suelen volverse a ganar con un incremento del 40%. Seguro que conoces casos de personas que pierden 5 kg y es posible que recuperen 7, pierden 10 kg y recuperan 14.
¿Cómo explicar este fenómeno? ¿Por qué no se puede perder algunos kilos, dejar el régimen, estabilizarse y no volver a engordar? Desafortunadamente no funciona así. Lo cierto es que se suele volver sistemáticamente a la casilla de salida entrando en una espiral y los kilos suplementarios se acumulan para acabar en mayores índices de sobrepeso, cuando no en problemas de obesidad.
¿Por qué el organismo reacciona así?
Por medidas de precaución. Se trata de una estrategia de supervivencia: durante seis millones de años, tiempo en el que básicamente se pasaba hambre, escasez y malnutriciones diversas, el cuerpo humano desarrolló una fantástica capacidad de adaptación a estos episodios de frustración. Mientras que en circunstancias normales necesitamos 2.000 calorías diarias, nuestro cuerpo es capaz de reducir considerablemente sus necesidades en períodos difíciles, bajando a niveles mínimos. A lo largo de los siglos esto ha sido así en Occidente, y lo sigue siendo, por desgracia. Para convencerse es suficiente con medir el nivel de calorías de la población que sobrevive en países víctimas hoy día del hambre.
Estamos perfectamente programados para resistir a las carencias, pero en el momento en que el cuerpo detecta la agresión (restricciones debidas al régimen) prepara sus reservas a la menor ocasión.
Hace algunos siglos, nuestros antepasados almacenaban sus grasas, de un invierno a otro, pero desaparecían, sabiamente utilizadas por el organismo cuando faltaba el alimento. Hoy día tenemos que enfrentarnos a una superabundancia de oferta, creciente además en los últimos años.
¿Hay entonces solución?
Hay que evitar actitudes agresivas. Comer cuando se tiene hambre, seguir una alimentación equilibrada y sobre todo respetar los hábitos alimentarios. Hoy sabemos que todas las dificultades se reducen a tres factores: el arraigo a los hábitos alimentarios, el metabolismo y la genética de cada persona. La Medicina pensó durante largo tiempo que si no teníamos ninguna influencia sobre nuestro metabolismo y nada que hacer frente a nuestra genética, podríamos actuar en nuestros hábitos alimentarios. Sin embargo, nuestros hábitos, nuestras costumbres alimentarias, están profundamente arraigados en cada uno de nosotros. Se constituyen a lo largo de los años en función de nuestro nacimiento, de nuestro origen, de nuestra familia. Son uno de los pilares de nuestra identidad.
Algunos hábitos y comportamientos alimentarios son gestionables, pero con muchos otros no podrá hacerse, pues sobrepasan el ámbito de capacidad de decisión del individuo.
Se distinguen tres categorías de hábitos principales:
- Los hábitos llamados profundos (los que debe evitarse modificar), que provienen de la herencia cultural y familiar de cada uno de nosotros.
- Los hábitos firmes (cuyo cambio puede abordarse con precaución) cuyo origen radica en el entorno sociocultural.
- Los hábitos recientes o poco arraigados (que pueden suprimirse o modificarse sin consecuencias): son hábitos adoptados, o adquiridos durante la edad adulta.
Por supuesto, no existen categorías completamente predefinidas: lo que puede resultar poco arraigado en una persona puede ser muy profundo en otra, y viceversa. Y ahí es donde la tecnología puede echarte una mano, elaborando en cada caso millones de combinaciones hasta conseguir identificar los hábitos que deben conservarse, los que pueden adaptarse, los susceptibles de reemplazarse y finalmente los que deben equilibrarse.
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